viernes, 30 de junio de 2017

MENTIRAS MUY CIENTÍFICAS



Todos lo escuchamos alguna vez. Newton está meditando en el jardín cuando le cae una manzana en la cabeza y ¡zas! se le ocurren las leyes de la gravedad. Este y otros cautivantes raptos de inspiración les otorgan a ciertas historias de la ciencia un voltaje romántico que puede superar las mejores tramas literarias o cinematográficas. Lástima que a veces no son ciertos.


La historiadora de la ciencia Anna Marie Roos, de la Universidad Lincoln, en los Estados Unidos, se refiere precisamente a estas bellas anécdotas en un reciente artículo publicado en National Geographic y las considera poco más que "ganchos publicitarios".



Según Roos, la historia de la manzana, registrada en un manuscrito del siglo XVIII de la Royal Society de Londres, habría nacido como una forma de abonar la imagen de la mente prodigiosa del científico a raíz de su disputa con el matemático y filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz por el descubrimiento del cálculo matemático. (Leibniz lo había publicado primero, pero Newton lo había pensado antes.)
También descarta la veracidad del célebre ¡eureka! de Arquímedes después de sumergirse en una tina y descubrir la solución del problema que le había planteado el rey de Siracusa, que quería saber si su joyero lo había engañado sustituyendo por plata una parte de su nueva corona de oro sin dañarla. El polímata griego súbitamente se habría dado cuenta de que podía calcular el volumen de la corona por la cantidad de agua desplazada. Pero hete aquí que, para los investigadores, el suceso no resulta muy creíble: no existe ningún registro al respecto y la mayor parte de lo que se sabe de Arquímedes fue escrito mucho después de su muerte.
Según acaba de publicar El País, también Alberto Martínez, de la Universidad de Texas en Austin y autor de Science Secrets (Secretos de la ciencia), da por tierra con algunas de las historias más frecuentadas. Por ejemplo, asegura que Galileo nunca lanzó objetos desde la Torre de Pisa para demostrar que no es verdad que un objeto caiga más rápido cuanto mayor sea su peso.


Y al parecer también son apócrifas varias de las historias sobre grandes inventores solitarios. En un trabajo sobre problemas de patentes publicado en la Michigan Law Review, The Myth of the Sole Inventor (El mito del inventor solitario), Mark Lemley pasa revista a algunas de las creaciones más famosas de los últimos dos siglos y sostiene que no surgieron como resultado de la creatividad de individuos inspirados, sino de pequeños avances o ideas que se dieron simultáneamente en varias personas.
Para citar sólo algunos, basta con mencionar el caso del telégrafo. Según se cuenta, Samuel Morse estaba cenando con amigos y debatiendo sobre el electromagnetismo cuando se dio cuenta de que la información podría viajar instantáneamente a través de cables. Pero la realidad es diferente. El telégrafo fue inventado también por Charles Wheatston, William Fothergill Cooke, Edward Davy y Karl August von Steinheil. De hecho, los inventos se produjeron tan cercanos en el tiempo que la Corte Suprema de Gran Bretaña se rehusó a otorgar una patente.
A Alexander Graham Bell se le atribuye la invención del teléfono. Él resolvió cómo convertir impulsos eléctricos en sonidos. Pero Philipp Reis ya había diseñado un transmisor de sonido en 1860 y Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz ya había armado un receptor. Un competidor, Elisha Gray, presentó un pedido de patente el mismo día que Bell, pero perdió el juicio.
Incluso, Edison no inventó la lamparita. Es más, lo demandaron por infringir las leyes de patentes. Él descubrió cómo producir luz más eficientemente y se hizo multimillonario, pero tras una generación otros desarrollaron mejores filamentos y las lamparitas de hoy.
En fin, ya lo dice una broma de periodistas: nunca dejes que la realidad te arruine una buena historia.
N. B. 

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