martes, 26 de febrero de 2019

LA NOVELA POLICIAL GUSTA CADA VEZ MÁS...


La novela policial. Un fenómeno global que no para de crecer
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Hace unas décadas, había dos géneros populares importantes: el relato policial y la ciencia ficción. El tiempo transcurrido hizo casi desaparecer el segundo, sobre todo en su forma escrita, y desplegarse al extremo el primero. El género policial no solo acompañó la globalización con producciones de novelas, que aumentaron su número y procedencia (hoy hay género policial en una gran cantidad de países), sino que también nutrió de manera decisiva la cantidad y calidad de las series televisivas en el sistema de streaming (Netflix, HBO). Tanto el terror como la fantasía, incluyendo las exitosas series para adolescentes, son algo así como escuderos del fenómeno principal, el policial.
Las raíces lejanas del género son algunos relatos de Edgar Allan Poe ("Los crímenes de la calle Morgue", "El misterio de Marie Roget", "La carta robada"), que incluyen un elemento esencial: el detective privado Auguste Dupin. Más adelante Arthur Conan Doyle lo asentaría definitivamente a través de Sherlock Holmes, equilibrando el buceo del entorno y la complejidad del enigma. Ya en el corazón del siglo XX, Raymond Chandler instalaría la "serie negra", más realista y menos enigmática, con Philip Marlowe (que siguió al "hombre flaco" de Dashiell Hammett).
Como género, la novela policial lleva a un punto decisivo la identificación con el protagonista, como lo hace también el comic de superhéroes. Pero la densidad de la palabra logra que se busque además la identificación con un entorno, un modo de ser, una búsqueda de, paradójicamente, lo mismo. Los cambios (siempre riesgosos) deben mantener un pie en la costumbre. Como en el poema de Gabriel Zaid, el fan parece decirse: "¡Oh mismo inagotable! Danos siempre lo mismo". Aunque con variaciones, por supuesto. La clave es la serie.
Nombrar los modelos clásicos (y los clásicos recientes) podría llevar unas cuantas páginas: el inspector Poirot y Agatha Christie, el comisario Maigret y Georges Simenon, Patricia Highsmith y Tom Ripley, Henning Mankell y el inspector Wallander, Michael Connelly y Harry Bosch, el inspector John Rebus y Ian Rankin, Manuel Vázquez Montalbán y el detective Pepe Carvalho, el comisario Montalbano y Andrea Camilleri.
Quien quiera tratar de vivir, al menos ajustadamente, de lo que escribe, sabe (se lo dicen en las editoriales) que hay dos campos posibles: la novela policial, y más firme, con público cautivo, la literatura infantil. En el primer caso, el sistema de la serie pide a la vez la creación de una pieza esencial repetida, y, al mismo tiempo, algún grado de originalidad. Dos elementos no tan fáciles de obtener como parecen.
Porque, además, la competencia es formidable. La oferta del género policial es monumental. Los clásicos de siempre siguen pululando en las librerías de usados y en las góndolas de los puestos de plaza, mientras se han agregado nuevos imperdibles (Mankell, Camilleri, Denis Lehane, James Ellroy), además de que se mantiene constante la aparición de nuevos países y autores. A un costado, se suceden las series televisivas: Mindhunter, Blacklist, River, Trapped. El escape a las tensiones y aburrimientos de la realidad de una sociedad de consumo varía entre los que uno puede encontrar en un buen amigo (en este caso un buen protagonista), y los que puede hallar en una droga y su dosis (los muchos episodios). El buen lector, e incluso el buen fan, admira sin embargo el libro (o la serie) que cumple con los códigos, pero también los desafían.
Río místico, película basada en una novela de Dennis Lehane
A veces lo consigue la calidad literaria. Un ejemplo actual es el estadounidense Dennis Lehane. Suele producir sólidos ejemplos de literatura que ahondan en la depresión y los fracasos, como el mejor Juan Carlos Onetti (el autor de La vida breve). Dos ejemplos fueron llevados al cine: Río místico y su investigación del abuso infantil (la filmó Clint Eastwood) y Shutter Island y la locura (hizo lo propio Martin Scorsese). Pero también se destacó al elaborar una larga historia de mafiosos en la más reciente Ese mundo desaparecido, contada con impulso, brillo, ráfagas de inspiración y una violencia narrada como pocos lo han hecho. También se impone en la novela más breve y grupal La entrega, que late con el clima de un barrio bostoniano y sus traiciones, y fue llevada al cine como último título del actor James Gandolfini, el de Los Soprano.
El pasillo que arman la literatura y las series suele ser recorrido en los dos sentidos. Nic Pizzolatto, también estadounidense, se destacó primero por los cuentos de La profundidad del mar amarillo, con un par a la altura de los mejores ejemplos del género. Y por la novela Galveston, de ambiente hiperviolento, con gran manejo de los lugares donde transcurre la acción. Pero alcanzó una fama meteórica y absoluta con la primera entrega de la serie de ocho capítulos True Detective, que marcó un antes y un después en el género. Solo para desmoronarse en una segunda temporada, maldición muy estadounidense, donde se dice que "no hay segundos actos" en las carreras fulminantes. La tercera temporada, que acaba de estrenarse en Estados Unidos, será su prueba de fuego definitiva.
Mahershala Ali, protagonista de la tercera temporada de True Detective, escrita por el novelista Nic Pizzolatto
El movimiento inverso fue cumplido por Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt, productor y guionista de la muy exitosa serie sueca El puente (adaptada en su momento con poca energía por la televisión estadounidense). En 2010 lanzaron Secretos imperfectos, el primer tomo de lo que denominaron "Serie Bergman". El protagonista, Sebastian Bergman, es un psicólogo criminal cargado de tics y neurosis que tarda en imponerse mientras el asesinato de un joven de 16 años desencadena un desfile cuantioso de personajes, en el mejor estilo de los seriales televisivos. Los sucesivos tomos aparecieron con la regularidad de la cadena de montaje: al primero lo siguieron Crímenes duplicados, Muertos prescindibles, Silencios inconfesables, Secretos imperfectos, Castigos justificados.
En el ámbito anglosajón hay dos gigantes en actividad. James Ellroy, torrencial, violento, es autor de extensos volúmenes, como La dalia negra, Los Ángeles confidencial, Jazz blanco. En una trilogía (América, Seis de los grandes, Sangre vagabunda) buceó salvajemente en la historia de Estados Unidos, con estaciones en los asesinatos de John y Robert Kennedy y Martin Luther King, y una capacidad para el experimento lingüístico casi joyceano (marcado también por Hemingway) en Seis de los grandes. Más cerca, después de un par de títulos menores, volvió con toda la fuerza en Perfidia, relacionada con los japoneses de Estados Unidos y Pearl Harbor. La reciente reedición de Mis rincones oscuros (donde cuenta el asesinato y descuartizamiento de la madre) recuerda que es también autor de una de las autobiografías más perturbadoras del género.
El otro fenómeno es Lee Child, novelista nacido en Inglaterra, pero que vive desde hace tiempo en Estados Unidos. Catalogado como autor de thrillers, es además un gran constructor de tramas y enigmas policiales. De inicio tardío, escribe un tomo por año de las aventuras de su enorme personaje, Jack Reacher (un PM o policía militar de dos metros de altura, puro músculo), optimista nato, siempre dispuesto a la lucha, con un cerebro a la altura de los desafíos que se le presentan, y un buen trato con las mujeres, lo que le ha ganado una considerable audiencia femenina. Contundente para la acción, Child es además sutil y certero en la descripción de ambientes, en especial de las rutas estadounidenses (pueblitos, bares, iglesias). Cada tomo encuentra a Jack Reacher saltando en el tiempo, en cualquier momento de su vida. Como introducción pueden recomendarse Zona peligrosa, primera novela de la serie, y El enemigo, la más personal, que trata temas de su familia en Europa. También valen la pena las dos recopilaciones de cuentos traducidos en la Argentina y publicados por la editorial Blatt&Ríos: Noche caliente y Sin segundo nombre, el sello que a partir de este año, y asociado con Eterna Cadencia, traducirá sus novelas anuales.
El encanto nórdico
El otro gran ejemplo de relato policial es el llamado "nórdico", que incluye de manera ampliada a Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca y la reducida Islandia. En ese plano, el mascarón de proa sigue siendo Henning Mankell (1948-2015). Inspirado en un antecedente sólido (las diez novelas que publicó la pareja formada por Maj Sjöwaal y Per Walöö, que comenzaron a reeditarse con Rosseane) desplegó a lo largo de narraciones extensas y algunos relatos, las investigaciones de Kurt Wallander, inspector de policía. En el primer volumen es cuarentón, acaba de separarse, come muy mal, se lleva pésimo con la hija y, en contrapartida, es un perro de presa cuando investiga un caso. Mankell mostró el otro lado del "milagro sueco" con realismo e inventiva, y logró una potente identificación del público lector con Wallander. Fue especialmente denso y profundo en los vericuetos de sus casos, dotándolos de personajes creíbles y a veces contradictorios. Funciona también fluidamente el grupo de colaboradores de la comisaría de Ystad, en el sur de Suecia. Pueden recomendarse Asesinos sin rostro, La falsa pista, Pisando los talones y El hombre inquieto, última aparición del personaje, a quien dota de un feroz Alzheimer, como para no tener que volver a escribir sobre él.
Un segundo autor clave, también sueco, es Johan Theorin, que se impuso con una tetralogía ambientada en la isla de Öland, donde este periodista solía pasar las vacaciones. Los cuatro volúmenes se desarrollan cada uno en una estación del año: La hora de las sombras (otoño), La tormenta de nieve (invierno), La marca de sangre (primavera) y El último verano. Lentas y terribles, mezcladas con antiguos mitos y leyendas, aprietan las tuercas de la depresión y la muerte alrededor de los personajes, con un estilo claro y a la vez esquivo, con especial destaque de los elementos climáticos.
Se suele citar también el caso de Millennium, la exitosa trilogía de Stieg Larsson (1954-2004) como el motor del policial nórdico. Aunque esa serie tiene más de thriller que de policial, es indudable que el éxito fue un impulso definitivo para el combo sueco. La abundancia de nombres obliga a una simple lista: las también suecas Camilla Läckberg y Åsa Laarson, el islandés Arnaldur Indridason y los noruegos Karin Fossum y Jo Nesbø.
La impronta latina
El italiano Andrea Camilleri puede reemplazar el ingenio, la humanidad y el humor para los nostálgicos del Maigret de Simenon con las novelas breves y cuentos del comisario Montalbano, sicilianas hasta la médula. Más de treinta obras dan forma a una comedia humana cercana al espíritu del autor belga. En cambio, el también Antonio Manzini inventó a Rocco Schiavone, más astuto que sabio, también querible, que ya en la inicial Pista negra organizaba el robo de un embarque de droga a la par que resolvía un caso.
En castellano pueden destacarse las conocidas novelas del cubano Leonardo Padura, con su inefable detective Mario Conde, pero también rarezas originales como la última obra del salvadoreño Horacio Castellanos Moya, Moronga, que habla de los exiliados centroamericanos en Estados Unidos y puede considerarse un policial por la violenta y sorpresiva explosión final .
En el caso de la Argentina es inevitable recaer históricamente no solo en Borges, sino también en Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo (por la novela a cuatro manos Los que aman odian). O en Rodolfo Walsh, con los viejos cuentos de Variaciones en rojo. Ricardo Piglia no solo dirigió una colección memorable del género. Además instaló la novela policial "documental" con Plata quemada y dejó ordenada la edición póstuma de Los casos del comisario Croce. En la "serie negra", Últimos días de la víctima de José Pablo Feinmann es un clásico. Acercándose en el tiempo, lo que hay no es un rey, sino una reina: Claudia Piñeiro. A la exitosa Las viudas de los viernes, deben agregarse Tuya (paradigma del policial pasional), Elena sabe y Las grietas de Jara.
Jorge Fernández Díaz, con su personaje Remil, llegó también a un amplio universo de lectores con sus thrillers políticos El puñal y La herida.
Entre los nuevos se destacan Osvaldo Aguirre, con Todos mienten, reconstrucción brillante de un invierno letal de los años 30 en Buenos Aires. O La fragilidad de los cuerpos, donde Sergio Olguín presentó a su investigadora y periodista Verónica Rosenthal. O Santería, de Leonardo Oyola. En Uruguay un nombre ya clásico es Renzo Rossello, con Trampa para ángeles de barro y la reciente El simple arte de caer. O la dura mezcla de periodismo y testimonio de Las niñas de Santa Clara, de Gabriel Sosa.
El policial, sin embargo, no sabe de fronteras. Las antologías son un buen lugar donde encontrar variedad y calidad para explorar nuevos caminos. La más reciente es Vivir y morir en USA, que incluye a muchos de los mencionados en esta nota y elige sus mejores cuentos.
Por último, en ese mundo de intriga y engaño, no está mal terminar recomendando un pastiche brillante, que casi supera al modelo original. Se trata de La rubia de ojos negros, una novela con Philip Marlowe, pero de la que Raymond Chandler solo pensó el título. La escribió un irlandés reconocido, John Banville. Y la firmó con su seudónimo "negro": Benjamin Black. El 90% de las novelas policiales son one-timers: no se pueden releer. Pero esta, sí. El final tiene una melancolía de gran tango argentino.
E. E. G.

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Del clasicismo de Borges a la ficción paranoica de Piglia
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Claudia Piñeiro

El género policial dibuja un gran arco narrativo. Son muchos los textos que pueden incluirse con mayor o menor esfuerzo dentro de la literatura negra. Sobre ese arco, los distintos autores se mueven desde la definición clásica de Jorge Luis Borges hasta la disruptiva "ficción paranoica" de Ricardo Piglia. Según Borges: "En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial. Ya que no se entiende un cuento policial sin principio, sin medio y sin fin". Y según Piglia: "La ficción se vuelve paranoica porque quien la interpreta debe buscar los sentidos e hilos perdidos que hilvanan la verdad [...]. No es cierto que se pueda establecer un orden, no es cierto que el crimen siempre se resuelve".
A lo largo de ese recorrido, más cerca de una definición o de la otra, hay grandes escritores del género a los que leo con placer. Solo por mencionar algunos: Johan Theorin y su novela La hora de las sombras largas; Henning Mankell y cualquiera de sus novelas del inspector Kurt Wallander, pero también El chino; Muriel Spark y su Memento Mori; Leonardo Padura y su entrañable Mario Conde, que ya no es más policía sino que ahora vende libros usados en La Habana; Philippe Claudel con sus novelas negras más existenciales; Juan Sasturian, que encuentra los mejores títulos, y Pierre Lemaitre con su genial y petiso comandante Camille Verhoeven.
Pero en las fronteras del género hay también textos "negros" de una potencia insuperable: los producidos por autores que no escriben necesariamente novela policial y sin embargo, cada tanto, publican una novela o un cuento que entra dentro del género. Algunos de ellos, sospecho, habrán tomado de antemano la decisión de abordar ese texto como un policial; sin embargo, para otros el policial quizá sea algo que los tomó por sorpresa, casi una intromisión en medio de la escritura. Al menos en mi caso, en muchas de mis novelas que se consideran de género el policial se impuso, casi prepotente, en medio de lo ya escrito. Apareció un cadáver y con él, irremediablemente, el enigma y la búsqueda de la verdad. En el grupo de lo escrito por autores que solo cada tanto escriben textos dentro del género está una de mis novelas policiales preferidas: La pesquisa, de Juan José Saer. Autores como Guillermo Martínez, Carlos Zanón, Marcelo Luján y Marta Sanz fuerzan los límites, en novelas que no siempre responden a la clásica pregunta del policial: "quién lo mató y por qué". Pero siempre con historias donde hay crimen, violencia, enigma, suspenso y gran literatura.
Un último párrafo para nombrar alguna de las autoras de novela negra a las que me gusta leer. ¿Por qué en un párrafo aparte? Para que se visibilicen. Hace poco hubo un entredicho en un prestigioso festival de novela negra en el que ninguna de las finalistas de los varios premios resultó ser mujer. Cuando se le preguntó al jurado si era porque no les había gustado ninguna novela negra escrita por mujeres, la respuesta no fue que no les hubieran gustado, sino simplemente que no las habían leído. No leían mujeres escritoras de novela negra casi por definición. Por eso, hasta que sea lo mismo leer a un hombre que a una mujer, párrafo aparte para ellas. A las ya nombradas Marta Sanz y Muriel Spark aconsejo sumar a Fred Vargas, Alicia Gimenez Bartlett, Rosa Ribas, María Angélica Bosco, P. D. James, Mercedes Rosende, Florencia Etcheves, Berna González Harbour, María Inés Krimer, Mercedes Giuffré. Y por supuesto, Agatha Christie.

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Leonardo Padura.
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“A los 60 años, un novelista está aún en la plenitud de condiciones”
El creador del detective Mario Conde habla de su última novela, La transparencia del tiempo y de la situación en Cuba, país donde reside y escribe
“Cartagena está más cerca de La Habana que de Bogotá”, apunta Leonardo Padura para referirse a las conexiones históricas entre las dos ciudades caribeñas que siente tan próximas. El maestro cubano de la novela negra publicó hace un año La transparencia del tiempo, el libro más reciente de la saga de Mario Conde, su emblemático personaje. El policía retirado que de vez en cuando acepta algún trabajo como investigador privado incluso ha llegado a Netflix, y su creador fue uno de los invitados estelares del Hay Festival, que se celebró del 31 de enero al 3 de este mes en la ciudad amurallada de Colombia. En esta charla telefónica, el autor de El hombre que amaba a los perros –sobre el asesinato de Trotsky– se muestra inquieto por los cambios que está viendo en la isla.
–En La transparencia del tiempo, Mario Conde se asoma ya a los 60 años y lo asalta el desencanto. ¿Cómo siente que envejeció su personaje?
–Con Mario Conde he hecho un experimento de ver cómo transcurre el tiempo en dos sentidos: en el sentido físico, humano, de una persona, y en el tiempo histórico que va viviendo el personaje. En ese tiempo físico, el Mario Conde de las primeras novelas era un policía de 35 años en 1989. Era un hombre que miraba hacia el pasado con nostalgia, y en el transcurso de las novelas esa característica suya se ha potenciado. El personaje a la vez ha ido envejeciendo al llegar a los 60 años y tiene una visión más pesimista de la vida porque ha visto que su propia realización personal nunca se ha producido.
–La sociedad cubana se ha transformado en estos años.
–Y mucho. Uno de esos síntomas se ve muy claramente en La transparencia del tiempo, y es hasta qué punto el tejido social se ha dilatado. Era muy homogéneo en los años 70 y 80, y se ha dilatado para que vayan apareciendo ciertos destellos de una riqueza que se hacen mucho más evidentes cuando uno mira zonas de pobreza que han ido creciendo y que han ido marginando a una parte de la población.
–Las diferencias sociales no parecen tan erradicadas en Cuba como se llegó a mostrar.
–Una crisis económica que fue muy devastadora en los años 90 definitivamente no se ha recuperado hasta hoy, con un país que crece un 1 % por año. La economía no acaba de superar las carencias que tiene, eso por supuesto produce una acumulación de deudas, de necesidades, que se refleja en una parte importante de la ciudadanía cubana. A la mayoría de los trabajadores en Cuba los salarios no les alcanzan para vivir. No es que lo diga yo, lo dijo hace ya diez años el propio Raúl Castro. Es una situación que no se ha resuelto.
–La transparencia del tiempo comienza cuando Bobby Roque, un amigo de infancia, le pide a Conde encontrar una virgen negra robada. Roque es gay. ¿El homosexualismo ya no es estigmatizado en Cuba? ¿Es una situación superada? –Históricamente la homosexualidad en Cuba tuvo una mirada muy prejuiciosa por parte de una moral católica y de un entendimiento del mundo judeocristiano, a lo que se sumaron prejuicios de una moral que de alguna manera pudieron preservar muchos de los esclavos africanos que llegaron a Cuba. Después del triunfo de la revolución esto tiene momentos mucho más álgidos en los años 60 y 70, cuando se le da también un carácter de debilidad ideológica a la homosexualidad. A partir de los 80 empieza a cambiar, y creo que hoy definitivamente ha sido superada.
–La novela está ambientada en un momento muy concreto, 2014, cuando ocurre el deshielo entre Washington y La Habana. ¿La nueva era que se anunciaba entonces nunca llegó con Trump?
–La novela cierra su recorrido el 17 de diciembre de 2014, cuando Raúl Castro y el presidente Obama anuncian que Cuba y Estados Unidos van a comenzar conversaciones para un restablecimiento de relaciones diplomáticas. Eso fue una conmoción, y no solo en Cuba. Vimos casi con asombro, y con grandes esperanzas, como se izaba una bandera americana en la embajada que tienen en el malecón de La Habana, la visita posterior de Obama en 2016 y toda una serie de gestos que indicaban la posibilidad de una convivencia mucho más civilizada. Pero ocurrió lo que lamentablemente no estaba previsto que ocurriera, que
Donald Trump llegara a la presidencia. –¿En qué ha cambiado la isla bajo Miguel Díaz-canel?
–Muy poco. Va a cumplir un año en el poder, está tratando de sistematizar una organización de las estructuras de gobierno, se va a llevar a referendo el 24 del mes próximo una constitución que avanza en algunos elementos, mientras en otros pudo haber sido más progresiva. Creo que una de sus banderas ha sido intentar una lucha contra una corrupción que a veces es de bajo nivel, pero muy extendida. –Ya hablamos del personaje. ¿Cómo le sienta la vejez al escritor?
–A los 60 años un novelista está todavía en plenitud de condiciones. Si no tiene grandes problemas físicos, es un momento en que ha acumulado una experiencia y un oficio que lo ayudan mucho a la hora de realizar su trabajo. De todas maneras, la experiencia y el oficio son una ayuda, pero no una solución. Cada vez que me enfrento a la escritura tengo que aprender a escribir esa novela que estoy escribiendo. Ahora estoy escribiendo una novela que ocurre en distintos escenarios, con muchos personajes, porque tiene que ver con la diáspora cubana de mi generación y me obliga a una estructura distinta de las novelas anteriores. Con los años uno puede sufrir una afectación de ese aparato tan importante en los escritores que Hemingway calificó como “el detector innato de mierda”.
–¿Sus libros reciben menor promoción en Cuba que en otros países de América Latina?
–Hoy publico en 25 idiomas. He tenido la posibilidad de escribir para el cine, he tenido recompensas de diferente tipo en diferentes partes del mundo, incluido un premio como el Princesa de Asturias. En Cuba he ganado todos los premios, pero las ediciones de mis libros siempre han sido limitadas. Lo que está claro para mí es que Cuba es mi país, mi lugar de residencia. Mi función es escribir, y en Cuba escribo.
S. T. 

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