sábado, 16 de febrero de 2019

MALTRATO Y FEMICIDIO


Noviazgos violentos: Los peligros ocultos detrás de un falso amor romántico
Aunque afectan a tres de cada 10 chicas, el maltrato y el control suelen pasar inadvertidos; la importancia de desnaturalizar conductas, prevenir y detectar las señales antes de que las agresiones escalen
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La humillación, con un simple pero categórico "tarada"; el control, a través de revisar celulares y redes; las restricciones, pidiendo que no usen determinada ropa; el aislamiento, hablando mal de sus amigas o de su familia; la manipulación psicológica, pidiendo perdón, prometiendo que van a cambiar o culpando a la víctima. Son solo alguna de las formas en que se manifiesta y, a la vez, se naturaliza un noviazgo violento. Agresiones cotidianas que experimentan miles de adolescentes en sus primeras relaciones. Muchas son tan imperceptibles que pasan inadvertidas hasta que la violencia se incrementa. Otras veces, es demasiado tarde.
"Un noviazgo violento tiene todos los ingredientes para volverse invisible", afirma Alejandra Vázquez, psicóloga, especialista en violencia familiar e integrante de Surcos Asociación Civil. A la falta de experiencia y a la corta edad de las víctimas, se le suma la idea del amor romántico, que todo lo puede y lo perdona; la dificultad para reconocer la situación y contarla, y la pérdida de la red de contención.
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Tres de cada 10 adolescentes denuncian que sufren violencia en el noviazgo, según la OMS. En nuestro país, la línea 144, sobre un total de 48.820 llamados en 2018, recibió cerca de 3000 de menores de 18 años (5,6%) y unos 18.000 (36,9%) de chicas de hasta 30. Según datos del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad, 935 adolescentes de entre 13 y 21 años asistieron al Programa Noviazgos Sin Violencia en 2018, un 60% más que en 2017.
Está muy arraigada la idea de que esta violencia implica gritos, insultos o golpes, pero Vázquez explica que "se trata de todas las modalidades de vinculación dentro de parejas de adolescentes en las que se manifieste abuso de poder, ya sea psicológico, físico, simbólico o económico". Es decir, cuando "se van instalando, progresivamente, situaciones de dominación y de control hacia la joven".
Aisladas y confundidas
"Es muy difícil que una chica conozca a un chico y de inmediato la violente físicamente, porque saldría corriendo. Es un camino de control y más control hasta que, si la pareja llega a consolidarse o si la chica queda embarazada, ahí empieza bruscamente el maltrato físico, porque él ya tiene asegurado que ella no se va a ir", señala Ada Rico, presidenta de la Casa del Encuentro. Por eso, el desafío es que las adolescentes puedan ver esa diferencia, que control no es sinónimo de cuidado.
Entre las manifestaciones del maltrato hacia las chicas aparecen situaciones como la ridiculización frente a los amigos, decir cosas para hacerlas sentir inútiles, prohibirles salidas o prendas, criticar su cuerpo, hacerles creer que ningún otro varón se va a fijar en ellas, culparlas de todo. Otro denominador común de los relatos es el aislamiento. Las van alejando del círculo íntimo, de toda persona a la que puedan contar lo que les pasa.
Para los especialistas, uno de los principales problemas es la idea del amor romántico. "Es la filosofía de que el amor todo lo puede o la creencia de que la otra persona va a cambiar por uno. Por ejemplo, decir que 'el amor es ciego'. Hay que problematizarlo: si es ciego, ¿qué es lo que no te deja ver?", detalla Nayla Procopio, coordinadora de la Red Nacional de Jóvenes y Adolescentes para la Salud Sexual y Reproductiva (RedNac). Desde 2014, junto a la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), llevan adelante el programa " No comamos perdices", que busca deconstruir estos estereotipos entre los jóvenes.
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Muchas veces, estos varones se comportan de una forma en público y de otra muy distinta en privado. ¿Quién no escuchó la frase "pero si es un buen chico"? Además, suelen pedir muchas veces perdón. "Después de una situación violenta -explica Vázquez-, piden disculpas, prometen no volver a hacerlo. Esto confunde, porque la violencia coexiste con situaciones amorosas, y eso genera esperanza en la joven: el pensar que ella va a poder cambiarlo".
Esto implica mucho desgaste para la joven, por pensar que algo está haciendo mal o que ella lo provoca. El deterioro de la salud emocional y la autoestima es grave, con riesgo de depresión y trastornos alimenticios. "Incluso, lleva pensamientos suicidas", destaca Vázquez.
Rico señala que es clave que los padres hablen mucho con sus hijos, en un diálogo no censurador, "porque si la adolescente siente la censura no va a hablar más", aunque sea difícil entender por qué su hija está en una relación que la daña. Y agrega: "Lo que hay que evitar es que la adolescente quede sola. El femicida no empieza de un día para el otro a ejercer violencia. Todo arranca en el noviazgo".
También hay que trabajar con la familia. "Hay muchos mandatos patriarcales internalizados, como pensar que una mujer solo se realiza cuando está al lado de un hombre. Y los primeros noviazgos son una etapa propicia para poder cuestionar estos estereotipos", explica Vázquez.
Procopio señala que en los talleres que da RedNac, muchas chicas cuentan que la familia a veces justifica la violencia del novio "para que no lo pierdan" o diciendo que "lo hace porque te quiere".
Por eso, Vázquez destaca que "el cómo se construye la figura masculina en nuestra sociedad patriarcal es un factor de riesgo". El varón aprende primero lo que no debe ser: los hombres no lloran, no muestran sus emociones y aprenden a los golpes.
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"Es muy importante que existan servicios donde se ofrezca asistencia legal, médica y psicológica, y se brinden tratamientos. Pero ahí vemos el problema cuando ya se presentó, no vamos a la raíz", detalla Vázquez. Por eso, el desafío es aprender a reconocer los malos tratos desde corta edad.
Para eso, la prevención primaria tiene que estar dirigida a problematizar y desnaturalizar las concepciones estereotipadas de las relaciones y las cuestiones de género. "Y la escuela, a través de la Educación Sexual Integral (ESI), es uno de los ámbitos más propicios", señala Procopio, para quien es fundamental que los chicos puedan sacarse dudas y pedir ayuda.
Rico agrega que "hay que trabajar con ellas y con ellos, porque a los jóvenes hay que explicarles que esa mujer no les pertenece y a las chicas a qué cosas deben estar muy atentas".
El movimiento feminista, donde las adolescentes tienen gran presencia, y la mirada con perspectiva de género sobre las relaciones también invitan a replantearse los roles en la pareja. "Antes, quizás no eran cuestionados estos estereotipos, en que las mujeres tenían un papel mucho más sumiso y de sostener; mientras que las decisiones y el control eran del hombre. Hoy, estos lugares están cuestionados", dice Procopio.
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No hay que confundir celos con amor
No subestimar

Muchas veces, ponerle fin a la relación no es sinónimo de que todo terminó. "No hay que subestimar las amenazas. Si la joven no cuenta con una red de protección, puede quedar en peligro", asegura Hugo Capacio, a quien todavía le cuesta creer que su hija Dayana haya sido víctima de femicidio en 2012. Tenía 17 años cuando su exnovio, Maximiliano Tesone, la asesinó en Rosario, después de hostigarla por más de un mes, luego de que la joven terminara el noviazgo. Era "una chica alegre, pura picardía", recuerda Hugo.
"A la distancia, vemos que señales hubo muchas, pero en ese momento no teníamos información, se naturalizaban muchas cosas. Notábamos los celos enfermizos que él tenía, cómo la controlaba, pero nunca lo vi gritarle ni levantarle la mano", recuerda el padre de Dayana. Sin embargo, después de la investigación, se enteraron que su hija sí había sufrido maltrato físico. Ella había decidió dejarlo por ese motivo, pero nunca lo contó.
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Hugo es parte de la agrupación Atravesados por el Femicidio, que nuclea a 47 familias de todo el país, brindando contención y también ayudando a víctimas. A los padres, siempre les dice que estén alerta a la autoestima de sus hijas. "El trabajo que hacemos busca aportar un grano de arena para que a otros no les pase lo que a nosotros", concluye.
Para los especialistas la denuncia es necesaria cuando las chicas deciden terminar la relación y el novio se niega o comienza a hostigarla. "Ya sabemos cómo terminan las obsesiones: muchas, en femicidio", asegura Rico.
Cuando se detectan algunas de las señales, el primer paso es solicitar ayuda psicológica con especialistas. "La violencia es una problemática social que requiere de un abordaje interdisciplinario y en red entre los diferentes organismos", señala Vázquez. Y Procopio, agrega: "También es importante ponerse a disposición de quien está atravesando la situación de violencia, pero respetando los tiempos y, sobre todo, no juzgar".

Señales para detectar un noviazgo violento

Algunas situaciones que pueden pasar desapercibidas o ser naturalizadas, pero son clave para desenmascarar el maltrato y el control disfrazados de amor romántico
Para las chicas
Control. Si tu novio te prohíbe cosas, te dice qué ropa podés usar, cómo maquillarte, revisa tu celular, los mails y pide la contraseña de Facebook o Twitter como "muestra de amor".
Humillación. Cuando te ridiculiza, te hace sentir torpe, inútil, crítica tu cuerpo, te compara con sus exnovias, te hace sentir menos y te culpa de todo lo que pasa en la relación.
Celos desmedidos. Cuando no le gusta nadie para vos, no te deja ver amigos o quiere conocer cada uno de tus movimientos.
"Juego" de manos. Si aparecen pellizcones, tirones de pelo, empujones, patadas o cachetazos aunque sean "jugando".
Consentimiento sexual. Si te obliga a tener relaciones sexuales, quiere tocarte o realizar prácticas que no querés o que sentís que no estás preparada.

Para mí, si no había golpes, no era violencia de género"
"Creía que me merecía la humillación, que no era suficiente mujer para él" Foto: Hernán Zenteno
A la distancia, Sabrina pudo comprender que llorar, sufrir y hasta enfermarse por una relación no son una medida de la intensidad del amor, sino las señales de que algo va muy mal. "Me costó mucho entender que el manejo psicológico era una forma de violencia. Para mí, si no había golpes, no era violencia de género", reflexiona Sabrina Marcote, que ahora tiene 26 años, pero que entre los 17 y 22 estuvo inmersa en un noviazgo que le dejó, entre otras consecuencias, ataques de pánico, más de 40 kilos de sobrepeso y graves trastornos de alimentación. "No sé qué hubiese pasado si no lograba alejarme", asegura.
Estuvo cinco años con él, lo había conocido porque le vendió su viaje de egresados y la obnubiló con su personalidad y carisma. "Era divertido, me mostró otro mundo, me vendió una imagen de hombre maduro", cuenta. Pero todo era una fachada.
Una de las primeras señales fue el aislamiento. "No le gustaba nadie para mí, se peleó con mi mejor amiga y no me dejaba verla. Controlaba con quién estaba, pero él hacía lo que quería. Todo el tiempo tuvo relaciones paralelas", recuerda.
En ese momento, sin ninguna experiencia, para Sabrina la humillación y la manipulación no eran vistas como violencia: "Era adicto y yo le perdonaba todo por eso. Es más, el último tiempo me mude con él porque creía que podía cambiarlo".
Muchas veces, él desaparecía por días enteros y cuando volvía le hacía un gran escándalo. "Como para que yo quede como culpable y acabe pidiéndole disculpas", señala Sabrina. Y lo terminaba haciendo: "Perdoname -le decía-, no te enojes, es que estaba preocupada". Lo mismo pasaba las veces que la engañaba: "Era yo la que le terminaba diciendo: 'No te pongas así'".
"El me decía 'no quiero vivir más, soy una mala persona, andate'. En muchas de esas peleas, me daba a entender que se iba a matar. Yo seguía con él por ese miedo, tenía miedo de que lo haga", explica.
La angustia acumulada la llevaba a comer. "Llegué a pesar 110 kilos, 40 kilos más de lo que pesaba cuando lo conocí", recuerda. Y agrega: "Me sentía culpable de que él estaba con otras mujeres porque yo estaba gorda. Creía que me lo merecía, que no era suficiente mujer". Entonces, buscaba complacerlo en todo para "compensar esa falta".
"Mi familia no sabía que él se drogaba ni todo lo que me hacía. Yo lo protegía, mentía", cuenta. Hacia el final de la relación, ella tenía en claro que estaba siendo lastimada, pero seguía "dispuesta a perdonar todo" porque se repetía a sí misma que "estaba enamorada".
Una de las cosas que más le costó fue entender que eso no era amor. "Pude hacer el clic cuando falleció mi abuelo. Sentí tanto dolor que mi noviazgo pasó a un segundo plano, y en una pelea dije basta".
Para entonces, tenía ataques de pánico y lloraba todo el tiempo. "Él me buscó durante un año, fue ahí cuando tuve bulimia por tres años. Primero, le creí, pero gracias al apoyo de mis amigas, que se acercaron, y de mi familia, logré empezar a sanar", recuerda. En ese proceso, Sabrina también entendió la importancia de romper el aislamiento de la violencia: "La ayuda de tu círculo íntimo es esencial, no hay que dejar a las chicas solas.

Fueron víctimas del mismo hombre violento, se conocieron y decidieron denunciarlo
Las chicas prefieren reservar su ideantidad
"La sororidad nos dio la valentía para unirnos", aseguran Paula y María Inés, cuyas historias están cruzadas por un noviazgo violento que las marcó en su adolescencia y las lastimó por años: las dos fueron víctimas de un mismo chico que las maltrató y las humilló. "Nos hizo dudar de nosotras mismas y creer que no valíamos nada", coinciden estas chicas, que hoy tienen 27 años.
Paula tenía 14 cuando lo conoció y María Inés (Mai) salió con él después, ya con 19. Durante esos años de relación, vivieron un calvario del que se sentían culpables. En 2018, se reencontraron en las redes y en julio, motivadas por el movimiento #NoNosCallamosMas, decidieron contar su verdad por tanto tiempo oculta.
Paula era una adolescente que no se sentía muy cómoda en la escuela, donde sufría bullying, y que encontraba en los juegos online y en los chats su válvula de escape. En esos grupos apareció él. "Era un poco más grande y me decía: 'Sos hermosa, sos diferente a las demás', que era lo que yo necesitaba escuchar", relata.
Recuerda que el primer año fue supercariñoso, pero que, lentamente, mostró su verdadera personalidad: "Empezó alejándome de mis amigas, a pedirme que me vista de otra manera". Si lo desobedecía, el acoso podía ser insoportable: mandaba un mensaje tras otro y cataratas de mails.
En los cuatro años que duró la relación, el maltrato se incrementó. "Las discusiones eran cada vez más violentas, golpeaba la pared y la mesa. Me obligaba a tener relaciones sexuales, a sacarme fotos eróticas, miraba porno y me exigía hacer cosas que me lastimaban. Y si no aceptábamos -porque a Mai también se lo hizo-, nos amenazaba con irse con otra".
Uno de los peores recuerdos de Paula es del día en que se operó la nariz, a los 17 años. "Fue una cirugía horrible, tenía que hacer reposo y él quería tener relaciones a toda costa. Sin mi consentimiento, me sacó de la cama, me puso contra una pared y me violó. Al otro día, me tuvieron que llevar al médico. No dije anda. ¿Quién iba a creer que mi propio novio me había violado?".
Desde ese día, cada vez que tenían relaciones, "quería vomitar". Su único "momento feliz" era hablar por chat, donde había personas que entendían su situación. Eso llevó a que él la hackeara varios meses (había puesto un aparato en el teclado de su computadora) y a una gran pelea que terminó con el noviazgo. La siguió hostigando por mucho tiempo y ella lo ocultó por temor a la reacción de su padre.
Salir del noviazgo fue un gran paso, pero quedaban muchos más. "Al principio, pensé: lo dejo y soy una persona nueva. Y no, me había dejado con un montón de mambos, principalmente en mi sexualidad".
Unirse para concientizar
Mai también lo conoció en un chat. El primer control empezó con la ropa. "Tenés las tetas grandes", "mis amigos dicen que te mostrás mucho", "eso te marca la celulitis" son algunas de las cosas que su novio le decía, a pesar de saber que estaba en tratamiento por bulimia. A propósito, la tomaba de los brazos, la pellizcaba y le decía: "Che, estás más gordita". Era una de tantas formas de denigrarla.
Estaba sola. Le quedaba una única amiga, con la que se juntaba a escondidas "para que él no se enojara". Llevaban dos años de relación y su trastorno alimenticio se había agravado junto con la aparición de algunas conductas autodestructivas. "Un día, después de una pelea, terminé internada. Fue cuando mis viejos no me dejaron volver a verlo", recuerda. "Hasta ese momento -explica-, yo pensaba que él era lo mejor del mundo y yo, una porquería, que sin él me iba morir".
Separase le trajo un alivio tremendo. "Lo primero que hice fue comprarme ropa. Me probé un short y una remera corta", relata.
El año pasado, encontró un posteo en el Facebook de Paula y le escribió. La respuesta fue: "Perdón, perdón, perdón". "Cuando leí, me largué a llorar. Sentí que ya no estaba sola. Hasta ahí pensaba que yo había sido la loca, la que tenía bulimia, la que lo ponía loco a él, y cuando empezamos a hablar ya no me sentí así", dice Mai entre lágrimas.
Paula recuerda que escucharla le cambió la vida: "Me saqué el peso de la culpa. Pero también pienso que si hubiese hecho la denuncia, ella no habría pasado por lo que pasó".
Las chicas creían que a él lo único que podía afectarlo era la condena social, y contaron sus historias en las redes, pero consideran que sus expectativas no se cumplieron.
Las dos pudieron rehacer sus vidas y hoy están en pareja. "De vez en cuando, tenemos pesadillas horribles y todavía hoy dudamos sobre ponernos determinada ropa", admiten. Juntas y abrazadas, repiten lo mismo que dijeron en uno de sus tuits: "Nos es necesario contarlo para que ninguna chica tenga que pasar por lo que atravesamos nosotras, y porque es un paso más para sanar tanto dolor, tanta vergüenza".
E. B. 

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