lunes, 31 de mayo de 2021

COMUNIDAD....MORIR DE HAMBRE


Morir de hambre y de sed
Ese es el riesgo de cada día de los chicos wichi de las comunidades de Salta
HAMBRE DE FUTURO



POR MICAELA URDINEZ


La muerte está solo a un paso. Con suerte comen más de una vez al día. Se despiertan y se duermen con la boca pastosa pidiendo agua a gritos. Están tan metidos en el monte que las ambulancias no llegan. Casi no saben hablar castellano, algunos son indocumentados y no existen para el Estado. Sus papás le tienen tanto miedo a los blancos que prefieren no ir a los centros de salud.
Así viven – o sobreviven – los chicos de las comunidades originarias más pobres del norte salteño. Con cuadros de desnutrición y deshidratación que los mantienen siempre al límite del desastre. A fines de abril, dos niños de la comunidad wichi murieron en menos de 72 horas, en la zona de Santa Victoria Este, por causas evitables. La tragedia se hizo carne de nuevo. Con Hambre de Futuro recorrimos los rincones más vulnerables de la provincia para reflejar cómo la pandemia impactó en el día a día de estos chicos y en sus oportunidades de futuro. Y nos encontramos con que el hambre, la sed y la falta de atención médica, son amenazas cotidianas para estas infancias. En especial, para los chicos menores de 5 años. Según la Encuesta de la Deuda Social Argentina del Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA los números más preocupantes del NOA son una pobreza infantil del 62%, una indigencia del 16,1%, una inseguridad alimentaria severa del 15% y un déficit de cobertura de salud del 55%. En la zona de Santa Victoria Este, existen alrededor de 170 comunidades desparramadas por el territorio. Algunas familias están perdidas dentro del monte. En su mayoría son wichi, pero también existen los chorotes, los tobas y los nivaclé. En total son cerca de 17.000 personas, en su gran mayoría originarios, pero también hay algunos pocos criollos. Silvina Castellano podría haber sido una víctima más. 8 de abril. Tiene 5 años y medio y pesa solo 11,6 kilos. O sea, el peso de un chico de un año. Está tan débil que ni siquiera se puede mantener en pie. Perdió el pelo de la parte de atrás de la cabeza por estar todo el día acostada. Vive en el paraje El Arrozal, a 45 kilómetros de Santa Victoria Este, con una familia que tiene más integrantes que platos de comida. En total son 24 personas. Acompañamos al equipo de la ONG Pata Pila a hacerle un control y su tía tiene que cargarla en brazos para subirse juntas en la balanza y así poder determinar su peso.

El equipo de Pata Pila mide y pesa a Silvina Castellano en su casa en El Arrozal y determina que su vida está en peligro

“Cuando la abuela materna se acerca, la nena estaba con riesgo de bajo peso pero caminaba. El último mes no pudimos llegar a verla y se vino a pique. Si le da diarrea o vómitos se puede deshidratar y va a ser cuestión de horas en que pueda morir porque no hay un centro de salud cerca”, explica Florencia Ruiz, responsable de Pata Pila en la zona. Veronica Figueroa Paez, Ministra de Desarrollo Social de Salta, afirma que nunca dejaron de ir a los territorios originarios durante la pandemia. Lo que sí reconoce es que tienen un problema de infraestructura vial muy grande. “Si no tenés caminos, las personas están aisladas. Y en muy pocos casos las rutas son asfaltadas. Nos quedan muchísimos kilómetros por mejorar. A mí me pasó muchas veces de no poder llegar”, dice. El calor es agobiante. Cuesta respirar. Ese mediodía los Castellano almorzaron sopa. “Acá somos los más olvidados. Tengo muchos nietos desnutridos porque no nos dan mucha atención”, se queda Egidio Castellano, abuelo de Silvina y también cacique de la comunidad. “Quizás no pase la noche”, dice Ruiz angustiada cuando vuelven de la atención diaria. Recién a la mañana siguiente, el abuelo finalmente acepta que trasladen a Silvina al hospital de Santa Victoria Este. Ahí le hacen un diagnóstico crítico: muy bajo peso y talla, deshidratación, distensión abdominal y bronquitis aguda. Intervienen rápido para sacarle líquido de los pulmones y la derivan al hospital de Tartagal porque ahí no pueden darle la atención que necesita.

Infancias tristes

No hay música, ni radio ni ningún otro sonido. Solo el de los animales y el silbido del viento. Los niños casi nunca salen de su comunidad. Ese es todo su mundo. Se los escucha poco. Hablan bajito y en su idioma. La falta de estimulación y de comida les deja poca energía para jugar. En las familias del monte los hombres se internan tierra adentro para labrar algunos postes o para cazar corzuelas, conejos, vizcachas e iguanas. Las mujeres se ocupan de buscar frutas silvestres, algarroba, mistol y chañar, entre otros. Y recolectan el chaguar para hacer alguna artesanía. Las que están sobre la costa del río, al menos pueden pescar y están más cerca de la ruta. “También suelen visitar a otras familias porque saben que están preparando comida y esperan para que les conviden una porción. Suelen ser las que cobran beneficios sociales”, señala Ruiz. Los niños siguen a su mamá todo el día, a buscar leña y agua. Juegan con lo que tienen – palitos, hojas y piedras – o persiguen algún animal. “No todos van a la escuela. Y el que ha empezado a ir a la escuela después de los 10 años, la abandona porque se siente mal al no tener zapatillas, ropa o útiles. Y sale a trabajar”, explica Ruiz, mientras empiezan a bajar todas las sillas y mesas de la camioneta para empezar la atención en Pozo El Toro. Casi el único destino posible para las mujeres es la maternidad. En la mayoría de las comunidades la cultura indica que con la primera menstruación, las adolescentes de 11, 12 o 13 años ya están preparadas para formar familia, buscar una pareja y tener su primer hijo. Muchas de estas mujeres tienen los partos en su casa y eso hace que sea más difícil que sus hijos tengan el DNI. Desde la provincia están haciendo operativos junto a la ANSES y al Renaper, comunidad por comunidad, para asegurarles el derecho a la identidad. A principio de enero de 2020, se declaró la emergencia sanitaria en los departamentos Orán, San Martín y Rivadavia, luego de que seis niños fallecieran por desnutrición ese mes. A partir de ese momento el Ministerio de Desarrollo Social de Salta empezó a implementar un programa de acompañamiento familiar en contextos rurales-originarios que hoy se llama UNIR. La ministra asegura que ha sido una buena respuesta a la fragilidad de la población. “Está llevado a cabo por personas de las comunidades, criollos e indígenas, por eso se llama UNIR. Después de 16 años no hemos tenido que lamentar muertes en enero y febrero de este año que es el momento más frágil. Hay temperaturas de 50 grados, chicos con un estado nutricional de riesgo que con un agua no segura terminan con diarrea, en muy poquitas horas se descompensan y terminan con un shock séptico. Tuvimos una sola muerte en diciembre que no la llegamos a atender”, señala Figueroa Paez

David y Albertina Barrios viven en el Paraje La Paloma, en Hickman, Salta. En la olla, su papá acaba de poner un poco de hueso con carne, papa, cebolla y arroz para el almuerzo

Silvina le escapó a la muerte. Después de una semana internada en Tartagal volvió a su casa con 14,900 kilos aunque sigue en riesgo de bajo peso. Pero hay otros que no tienen esa suerte. El tsunami de hambre, desnutrición, deshidratación, parásitos, diarrea y falta de atención médica muchas veces arrasa con sus vidas. “Uno de los nenes fallecidos en abril vivía en Pozo La China. Ya se habían entregado los módulos alimentarios de la provincia pero un bolson de 19 kg es insuficiente para subsanar una historia no solo de malnutricion sino de mala salud comunitaria, con políticas sanitarias con poca idoneidad e interculturalidad”, explica Javier Saavedra, que trabaja dando apoyo territorial en trabajos sociales para el Ministerio de Desarrollo Social de Salta. En relación a estas dos muertes, Figueroa Paez reconoce que los afectó negativamente la rotación de equipos durante el segundo brote de Covid. “Lo cierto es que demostró que todavía no hay capacidad instalada y que debemos reforzar las acciones que sostienen el acompañamiento familiar así como repensar algunas estrategias desde las distintas áreas de salud”, señala la ministra. Hay una guerra cultural que todavía se sigue librando en silencio. Uno de los eslabones más frágiles a resolver es que las personas originarias se resisten todo lo que pueden a ir al hospital. Las violencias y el maltrato que padecen allí son tan traumáticos que cuando les plantean que hay que derivarlos a lo desconocido y lejos de su casa, se niegan. “Las mujeres no hablan castellano. A veces entienden pero les cuesta articular frases para respondernos. En las internaciones, las mujeres se manejan en compañía del hombre que es el que más entiende”, explica Ruiz. Si existe una complicación mínima en la zona, hay que derivar el caso a Tartagal. Para ellos, es casi como ir a otro continente. “Es inaudito que el hospital zonal no tenga aun la complejidad, estructura ni profesionales para asistir urgencias de este tipo ni un centro de recuperación nutricional base. Entonces se lleva al hospital de Tartagal, una mole de cemento que queda a 160 kilómetros, como si supiesen manejarse en la ciudad como en el monte. Se los deja a la deriva solos y se escapan. ¿Quien querría volver a un lugar así?”, se pregunta Saavedra.

Llegar a tiempo

En el paraje Vertiente Chica hay muchos chicos con sarna y hongos producto de la falta de higiene personal. La gran mayoría duerme en el piso y recién el mes pasado se instaló un sistema de bombeo solar que provee agua potable y electricidad para las familias. Además, por convivir con los más de 200 perros de costillas marcadas que deambulan por el lugar, contraen muchas enfermedades por zoonosis. Lucinda Moreno es una enfermera que, ante la urgencia, también se convirtió en cocinera. Revuelve una olla gigante que tiene arroz con leche y le va llenando las tazas y vasos a las familias de la zona. “Cuando han suspendido el comedor del verano, se nos han bajado de peso muchos chiquitos. Ahora les damos de comer todos los días, mañana y tarde. Tenemos 19 chicos en riesgo de bajo peso hoy”, señala. ¿Cuándo vuelven? Es la pregunta que hacen todas las comunidades cuando alguna ONG va a visitarlos. No solo porque se sienten abandonados y esa mirada extranjera es un abrazo necesario, sino porque ellas representan el acceso a bienes tan básicos como la comida, el agua y la salud. La presencia de las ONG es muy fuerte en estos territorios pero la preocupación que todos tienen es qué va a pasar cuando se trasladen a otro lado o, por algún motivo, pierdan financiamiento.

El agua, un bien escaso

En toda esta zona, el deporte oficial es el volley. Paulo Belizani tiene 14 años y armó una cancha con palos de madera y una red de pescar. Ahí juega cada vez que consigue una pelota con su hermano y sus primos. Su familia vive de la pesca y es una de las que no cuenta con acceso a agua potable. Gracias al trabajo de Cruz Roja Argentina,, la reciben cada dos semanas. “Igual no nos alcanza”, dice Silas Belizani, su abuelo, que tiene la ilusión de poder tener una huerta.


En la zona de Santa Victoria Este lo que más falta es comida y agua potable para las familias: eso es lo que lleva a tantos casos de desnutrición y deshidratación en niño
En 2020 Cruz Roja Argentina instaló el primer campamento humanitario del país en el corazón de las comunidades, para brindar acceso a agua segura y a la salud. Hoy asisten a alrededor de 50 familias. “La gran problemática que se tiene en toda la zona es el acceso al agua segura. Muchas veces las comunidades que estaban alejadas tomaban agua de vertientes o de lluvia. Muchos pozos tienen filtraciones y suelen liberar suciedad que afecta la salud de las familias”, explica Maximiliano Tolaba, coordinador del campamento de la Cruz Roja. En lo inmediato, la provincia puso en manos del Ejército Argentino la tarea de repartir el agua hasta que se resuelva el largo plazo. “Cuando llegamos no tenían agua y la tomaban del madrejón. Hicimos tinacos y les llevamos agua segura. Ya se van haciendo muchísimos pozos pero nos falta un montón. Hasta que no se hagan, no van a tener la independencia del agua”, cuenta Figueroa Paez. Las familias necesitan el agua para todo: lavar, cocinar, bañarse y para los animales. El agua segura que se les reparten se usa para el consumo humano y la que pueden recolectar de las lluvias y de las vertientes, la utilizan para el riego, para darle a los animales y para lavar.
“Si no tenés caminos, las personas están aisladas. Y en muy pocos casos las rutas son asfaltadas. Nos quedan muchísimos kilómetros por mejorar. A mí me pasó muchas veces de no poder llegar”
VERONICA FIGUEROA PAEZ, MINISTRA DE DESARROLLO SOCIAL DE SALTA

“Las infancias de los chicos son bastante complicadas pero se la rebuscan y nunca pierden esa esencia de niño. Los chicos son como esponjas, y siempre están abiertos a aprender todo lo que nosotros les decimos. Los niños van a ser los que van a sacar estas comunidades adelante, van a generar en sí este cambio rotundo”, agrega Tolaba. En la comunidad La Paloma, en Hickman, hace varias semanas que no tienen agua. Es por eso que los hijos de Gabriela Aparicio no están yendo a la escuela y el día a día se les complica. Los dos más chicos, Eribelberto y Miguela, están desnutridos. Si no tienen para comer, tiran con mate cocido y pan.

Las hijas de Gabriela Aparicio viven en una casa de adobe con sus cinco hermanos y sus papás. Como no hay agua en su comunidad, La Paloma, no están yendo a la escuelaLos pueblos originarios se vieron forzados a modificar su forma de vida: pasaron de ser nómadas a ser sedentarios. “Donde antes recolectaban o cazaban, apareció un alambrado y la propiedad privada. Como ya no podían subsistir del monte, tuvieron que empezar a vivir del asistencialismo y de otro tipo de alimento que les llega empaquetado y enlatado. Todo esto repercute en la salud comunitaria y empezaron a aparecer enfermedades que antes no tenían como la diabetes, la hipertensión y problemas de vesícula”, agrega Ruiz. A la hora de pensar posibles soluciones, Figueroa Paez señala la importancia de ir al territorio, abrazar su cultura y escucharlos. “Cuando se evalúa el impacto de la pandemia, a las personas de las comunidades indígenas ni siquiera se las tiene en cuenta. Ellos tienen saberes que realmente son muy valiosos y no los estamos poniendo en la mesa. Cuando uno toma contacto con una realidad tan profunda como la de las comunidades indígenas que culturalmente son tan distintas, queda claro que hay que construir modelos en conjunto que permitan mejorar su calidad de vida”, concluye la funcionaria.

LAS CIFRAS MÁS PREOCUPANTES DEL NOA
DATOS DE NIÑOS DE 0 A 17 AÑOS 
POBREZA INFANTIL   62 %
INDIGENCIA...16,1 %
DÉFICIT DE COBERTURA DE SALUD....55 %
INSEGURIDAD ALIMENTARIA SEVERA...15 %
DÉFICIT EDUCATIVO ...33 %
DEUDA SOCIAL ARGENTINA DE LA UCA

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.