El tiempo es deco
Poco a poco los relojes se fueron transformando en objetos en peligro de extinción. No hay dudas de que los celulares los han reemplazado en su función medular, que es conocer la hora. Pero de ninguna manera han podido sustituirlos en su faceta accesoria, como es la decoración. En este sentido, los primigenios relojes de arena vuelven al ruedo como artefactos deco, que se lucen sobre estantes, mesitas de noche, bibliotecas y cualquier ambiente de la casa con aspiraciones trendy. Ofrecidos por reconocidas marcas con diseños innovadores (en forma y color, por ejemplo con arena neón), marcan el tiempo de renovarse con onda.
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¿Todos mienten? Sí, pero no todas las mentiras son iguales
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Miguel Espeche
Pinocho le crecía la nariz y se notaba, pero no siempre es tan claro descifrar cuando las personas mienten. La capacidad de mentir es superlativa en nuestra especie. Los “rostros de piedra” abundan, pero son lo de menos si los comparamos con la plasticidad con la que algunos mentirosos profesionales ejecutan la mendacidad, adoptando tonos emocionales y vehemencias que normalmente (ingenuamente creemos) solo tendrían los que dicen verdades.
“Everybody lies” (todos mienten) decía el doctor House, un adalid del escepticismo corrosivo que suele seducirnos, aunque después nos deja tristes. Digamos que, en todo caso, casi todos lo hacen (lo hacemos) al menos algunas veces y en diversos grados. Mucho se especula acerca de las mentiras piadosas, las perversas y psicopáticas o las veniales, propias de los chicos que se comieron el caramelo que no debían. Algunos pasan por la mentira de visita y otros se quedan a vivir en ella.
Si bien “dibujarla” pareciera parte de nuestro sistema de comunicaciones, por lo general se intuye que vivir desde lo verdadero y auténtico es más sano que vivir mintiendo. Lo es no solamente por un tema de moral sino por lo que cuesta sostener la mendacidad a lo largo del tiempo. Se sabe que una mentira trae a la otra y eso se lleva una enorme cantidad de energía vital que se le quita a otras cosas valiosas y entrañables de la vida.
Los afectos se atascan o se rompen con la mentira, así como se lastima la posibilidad de confiar. Nietzsche decía una frase que impacta: “No es que me hayas mentido lo que más me conmueve, sino que yo jamás te volveré a creer”, apuntando no ya a la coyuntura de la mentira, sino a sus efectos en los lazos afectivos.
Es claro que administrar la verdad para que sea digerible es algo que se torna necesario en algunas situaciones duras, por ejemplo, al dar malas noticias. Decir la verdad no es escupir información solo porque es lo “real”. Matices, gradualidad, preparar el territorio antes de hablar no significa una alianza con la mentira, sino una forma de la generosidad para quien debe soportar lo insoportable.
Lo mismo ocurre con el arte, la creación de los mitos, los juegos que juegan los chicos que son superhéroes por un rato para compensar su fragilidad… No son mentiras sino otras formas de la verdad, a veces, más profundas y perdurables que la mera acumulación de datos “reales”. El engaño es tan dañino como preciosa es la capacidad de lograr confiar en, al menos, algunas personas o valores.
En un mundo con guerras en las que “la primera víctima es la verdad”, la mentira parece ganar la partida, pero por suerte lo verdadero y auténtico está allí para que tengamos esa referencia y no nos perdamos en la realidad editada que nos la “dibuja” para esclavizarnos.
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