sábado, 30 de julio de 2022

ENSEÑANZA DE LOS URUGUAYOS


La porfiada desconfianza uruguaya del peso argentino
Los orientales aprendieron a recelar de la moneda argentina hace casi doscientos años, con un rechazo que las sucesivas y reiteradas crisis inflacionarias fueron acentuando en el transcurso de la historia

Nelson Fernández
CORRESPONSAL EN URUGUAY
Ni era una república, ni se llamaba Argentina, y ni existía el Uruguay, ni tampoco la referencia a lo uruguayo, pero hace ya casi 200 años la zona rioplatense sufrió hiperinflación y la crisis de confianza en la moneda porteña. La historia se repite empecinada, porque la “receta” de la emisión monetaria irresponsable se replica como si no hubiera muestras de fracaso suficiente, como para abandonar esa fórmula que conduce inevitablemente a un collar de crisis.
Con “los 33 orientales”, la hiperinflación porteña inundó el territorio oriental. Parece mentira que aquello haya ocurrido en 1825 sin que se haya aprendido la lección.
No había terminado de cruzar el río Uruguay en lancha aquel puñado de patriotas cuando el dinero que traían en sus bolsillos, aquellos billetes del Banco de Buenos Ayres, ya había perdido valor, como resultado de imprimir papeles sin ton ni son.
No eran 33, como se quiso hacer creer, ni eran todos orientales –porque había porteños, guaraníes y africanos–, pero sí eran gente con sentido común para no dejarse trampear con la emisión que degrada el poder de compra.
Eran paisanos corajudos, con poca instrucción en general, pero con el olfato para darse cuenta de que su cruzada por el río, desde San Isidro hasta la playa de la Agraciada, podía tener continuidad solo si el dinero aportado por empresarios porteños no se veía afectado por una inflación tan alta. Así, no había dinero que aguantara, y por más patriota que se fuera, se precisaba comer para dar batalla en buenas condiciones.
Aquel episodio se recuerda como “la Cruzada de los 33″ por la misión liderada por Juan Lavalleja y los “argentinos orientales” que, con apoyo político del gobierno porteño y el respaldo económico de empresarios de esa ciudad, se lanzaba a recuperar la Provincia Oriental para sustraerla “de la ignominiosa esclavitud” del imperio del Brasil y reincorporarla a su “amada patria (...) la gran nación argentina” (tales palabras de Lavalleja).
El historiador económico Ramón Díaz estimó que en aquel tiempo se produjo una hiperinflación, probablemente la primera en la zona, como consecuencia de la emisión monetaria bonaerense, que se hizo como fórmula mágica para financiar la guerra contra Brasil. El Banco de Buenos Ayres “se transformó en la tesorería provincial, a la que surtió abundantemente de efectivo, incrementando su emisión entre 1823 y 1825 a una media de 100% anual, obviamente luego de haberse eximido legalmente a aquella institución del deber de convertir a oro sus billetes”, sostuvo Díaz en su obra cumbre Historia económica del Uruguay.
“Cuando los billetes del Banco de Buenos Ayres comenzaron a circular en la Provincia Oriental, venían experimentando una depreciación vertiginosa que debe haber surtido efectos traumáticos sobre los agentes económicos de la ribera norte del Plata, que no habían encontrado nada semejante en su experiencia histórica”, agrega este economista e intelectual liberal, en un trabajo que le llevó años de investigación.
Los orientales aprendieron a desconfiar en 1825 de la moneda argentina, con una alergia que se reforzaría dos años después, y a partir de entonces durante toda la historia. Aquellos billetes, los primeros originados en Buenos Aires, el peso nacional, el “peso ley”, el austral, el convertible o el actual peso, son como la nada para un uruguayo.
De hecho, por un peso argentino el Banco República (estatal) pagaba 14 pesos uruguayos en 2001 y ahora solo paga 0,05 pesos. Y eso teniendo en cuenta que se abrieron las fronteras y los uruguayos compran cambio chico argentino para viajar de compras a Buenos Aires.
Llegó a tener un valor casi inexistente durante la pandemia, porque tampoco había forma de cruzar la frontera, pero, más allá de si vale cero, o “cero coma algo”, lo cierto es que a ningún uruguayo se le ocurre quedarse con un billete porteño.
La historia se reitera y es como un cuento repetido mil veces; los uruguayos saben que periódicamente podrán comprar pesos argentinos en el mercado negro a un tipo de cambio tan asombroso, que les creará la fantasía de sentirse ricos por un rato.
En vacaciones de invierno, casi 200.000 uruguayos fueron a Buenos Aires para aprovechar la brecha cambiaria y pagar bienes y servicio de lujo a precios de baratija.
La memoria colectiva oriental y uruguaya arrastra esa desconfianza por la moneda argentina, que no es caprichosa ni por motivo extraño, sino porque una y otra generaciones experimentaron lo mismo desde antes de que el país se constituyera como tal.
Cuando la Banda Oriental se había reincorporado a las Provincias Unidas, se instaló en Paysandú (hoy Uruguay) “una Caja Subalterna del Banco Nacional de Buenos Aires” con el fin de emitir papel moneda en 1826, que luego se trasladó a San José y Canelones, pero esos billetes eran “rechazados por comerciantes y público en general”, y “no tuvo más que una muy limitada y efímera circulación”. Aquella sucursal se liquidó en abril de 1829.
Con el final de la guerra argentino-brasileña, la Convención de Paz derivó en la creación de un nuevo Estado, que debían constituir los orientales, poniéndole marco legal e incluso nombre, y en aquella Asamblea Constituyente se habló de dinero, pero con la sombra de la desconfianza de la práctica porteña de fabricar dinero sin freno.
Esa desconfianza y esa sensación de inestabilidad derivaron en que el gobierno provisorio del estado oriental en formación dispusiera, el 6 de febrero y el 9 de marzo de 1829, medidas de rechazo al uso de dinero bonaerense.
Díaz afirma que todo aquello “debe explicar que varios proyectos ante la Asamblea Constituyente con la finalidad de permitir la emisión de papel moneda fueran rechazados, pese a las penurias que el erario del nuevo Estado atravesaba” y que “al mismo tiempo puede dar cuenta del apego de los orientales a la solidez de la moneda, que aproximadamente se mostró como una característica idiosincrásica, y llevaría a que se hablase de un enano de oro entre dos gigantes de papel”.
Uruguay no es un ejemplo en combate contra la inflación, ya que convive con un aumento de precios al consumo de 8%-9% anual, pero luce más responsable que sus vecinos, y al menos ha tenido un reflejo de reacción las tres veces en su historia que la tasa anual del IPC llegó a los 3 dígitos (1968, 1973 y 1990), para atacar el problema y bajar la curva.
La Argentina reproduce hiperinflaciones como si no conociera la enfermedad. El voluntarismo monetario porteño ha perdurado y no es casualidad que la moneda argentina queme las manos y nadie confíe en ella. Con ese historial, con esos tropezones consecutivos con la misma piedra, le será muy difícil a la Argentina obtener confiabilidad.

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