viernes, 29 de julio de 2022

MARCELO COHEN...LECTURA OBLIGATORIA


Marcelo Cohen, aprendiz vitalicio y autor de una de las obras más originales de la literatura argentina
El escritor, premiado recientemente por su “prolífico y constante aporte” de más de medio siglo, es traductor, crítico, melómano; con su pareja, Graciela Speranza, dirige la revista cultural “Otra Parte”
Daniel Gigena
Marcelo Cohen, un escritor original e innovador....https://www.sigilo.com.ar/
A los setenta años, el escritor, traductor, crítico literario y editor Marcelo Cohen (Buenos Aires, 1951) se considera un aprendiz vitalicio. “Nunca hago el ejercicio o practico la evaluación de mi trayectoria -dice en diálogo. De hecho, nunca he pensado que tuviera una trayectoria. Tengo una serie de zigzags y desde cierta edad he procurado no cultivar lo que uno cree que es una identidad. Mucha gente, mis amigos, mi mujer y mi hija me hicieron cambiar y aprender”. A Cohen, autor de cuentos, novelas y ensayos, le llama la atención la gente que afirma que siempre ha pensado lo mismo. “Como si fuera una virtud -acota-. Pensar siempre lo mismo significa que uno nunca se cuestionó lo que pensaba, y de la misma manera si uno se cuestiona lo que escribe o su manera de ser siente ganas de cambiar. Y la mejor manera de no ser siempre el mismo es dejarse empapar por los otros”. Los cambios en el rumbo de la vida de Cohen -que residió en España entre 1975 y 1996- quedan reflejados en su obra, una de las más originales de la literatura argentina.
Tres clásicos de Marcelo Cohen: "El país de la dama eléctrica" (su primera novela), "El oído absoluto" y "Los acuáticos"
Si bien ya había publicado libros de cuentos, el debut de Cohen en la literatura argentina se puede fechar en 1984 con El país de la dama eléctrica, su primera novela, publicada en Barcelona. Protagonizada por un joven rockero, anticipa algunos de los motivos de su obra posterior: dúos de personajes en tránsito, jergas y diversos registros del español, sistemas políticos autoritarios de mayor o menor intensidad, una polisemia moderada (la “dama eléctrica” del título es a la vez la guitarra y la picana), la isla como territorio y la música, elemento constitutivo de su obra. “El traductor, como el escritor, piensa que ni la música está libre de la tensión del sentido, ni la literatura apabullada por la significación”, escribió en Música prosaica. Cuatro piezas sobre traducción (2014).
Tradujo a autores como Nathaniel Hawthorne, William Shakespeare, Raymond Roussel, Gene Wolfe, William Burroughs y M. John Harrison. “Traducir requiere mucha disciplina -afirma-. Hay que levantarse todos los días, y uno es el dueño y el patrón de sí mismo y en cierto modo es como un taxista. El día en que no trabaja o trabaja menos o que no hace suficientes vueltas se tarda más en terminar el libro y lo que se gana por mes es menos. Hay que ser muy disciplinado y yo soy bastante neura, obsesivo; hay obsesiones que vienen bien”. Cohen ve dos ventajas en el oficio de traductor. “La primera es que uno se sienta a trabajar y ya tiene lo que tiene que hacer. No hay página en blanco. Lo que sí hay son dudas. Con los años uno duda cada vez más, cada frase la piensa tres o cuatro veces, es más lento pero tiene una sensación de que lo está haciendo mejor. La otra cosa es que uno está muchas horas y si tiene la suerte de traducir a muy buenos autores, como en mi caso, dedica unas cuantas horas, saca la cabeza de sí mismo y se borra salvo para pensar en lo que está haciendo, como si fuera un ejecutante que se deja embeber de otros ritmos, otros puntos de vista, otras maneras de ver el mundo, de concebir el estilo y las formas de vida. Es una lectura muy lenta y muy profunda y, por lo tanto, cala más en uno. Y todo eso que uno bebe va indudablemente a parar a la escritura”.
"Llanto verde", publicado por Sigilo, es el libro más reciente de Cohen
En Relatos reunidos (2014), donde por decisión del autor se excluyeron sus dos primeros libros de cuentos, la división entre “cuentos de este Mundo” y “cuentos del Delta Panorámico” señala el pasaje -el cambio de rumbo- de su escritura. El escritor y crítico Martín Kohan destacó la “poderosa imaginación verbal” de su colega. “Los mundos que inventa Cohen tienen el espesor que les da cierto tratamiento del lenguaje y nos ponen frente a una vacilación”, sostuvo. En estos días de crisis político-financiera valdría la pena leer o releer Algo más, su novela de 2015 ambientada en la expróspera Isla Kump.
Abel Gilbert, Marcelo Cohen (con el premio Rosa de Cobre), Maximiliano Papandrea y Juan Sasturain
La zona legada por Cohen a la literatura es entonces el Delta Panorámico, archipiélago de escenarios narrativos y semidistópicos que aparece por primera vez en Los acuáticos, de 2001, y se amplifica (literaria y literalmente: la novela tiene más setecientas páginas) en Donde yo no estaba (2006), Casa de Ottro (2009) y Gongue (2012). “Las narraciones de Cohen están pobladas de robots, termometritos, flaycoches, cafetos, brachos, animales biónicos; y son recorridas por la omnipresencia de los pantallátor y de la Panconciencia -escribió el español Jorge Carrión-. No son solo palabras: a copia de presencia se han convertido en realidades. El lenguaje literario, pese a su relación problemática y crítica con la realidad histórica, designa un universo paralelo, que exige un nuevo testamento, nuevas ciencias y filosofías, una nueva hermenéutica”. En su obra, las ciudades futuristas están habitadas por ruinas, innovaciones tecnológicas, desperdicios, reliquias kitsch y sofisticados medios de control. El autor ha inventado incluso un sistema político, la Democracia Gentil, amenazada por oleadas de caos, represión y anarquía.
"Pensar siempre lo mismo significa que uno nunca se cuestionó lo que pensaba, y de la misma manera si uno se cuestiona lo que escribe o su manera de ser siente ganas de cambiar"
“De las muchas posibilidades que me dio el Delta Panorámico, una fue separarme de la permanente necesidad de crear espacios sintéticos donde los tiempos y espacios de la realidad inmediata pudieran coexistir -dice Cohen-. Otra fue que, como los relatos del Delta transcurren en un futuro muy lejano, ya pasó todo lo que para nosotros está por venir, mucho persiste, mucho más periclitó y empiezan a pasar cosas que el futurismo habitual augura que serán superadas. Pero sobre todo me situó en un espacio para mí siempre inacabado que podía investigar, o sea ir inventándolo más bien sobre la marcha y escribir toda clase de historias, algo que mantiene el entusiasmo, las ganas”. En su libro más reciente, Llanto verde (Sigilo), continuación de La calle de los cines (2018), un personaje llamado Marcelo Cohen, oriundo de la Isla Onzena, cuenta películas que vio (todas ellas inventadas).
El viernes pasado, Cohen recibió la Rosa de Cobre, premio que la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM) le otorgó en reconocimiento por su “prolífico y constante aporte” a la literatura nacional durante más de medio siglo. Fue acompañado por el director de la BNMM, el escritor Juan Sasturain, y sus amigos, el ensayista y músico Abel Gilbert y el editor Maximiliano Papandrea. “Recibí el premio con cierta sorpresa, no con cierta sino con sorpresa y, cuando me di cuenta de lo que significaba, con satisfacción -cuentaCuando uno es el tipo de escritor que yo soy, de un número limitado de lectores pero con muchos fanáticos, a veces no viene mal sentir que no estuvo ocupando en vano todo el tiempo que ha dedicado a la literatura, a traducir, a hacer una revista”. Con su pareja, la escritora Graciela Speranza (a quien conoció en España en 1993), Cohen dirige la revista cultural Otra Parte.
"Traducir requiere mucha disciplina. En cierto modo es como un taxista. El día en que no trabaja o trabaja menos lo que se gana por mes es menos. Hay que ser muy disciplinado y yo soy bastante neura, obsesivo"
Actualmente, traduce para Adriana Hidalgo una novela del británico Robert Aickman, The Model (”una mezcla de novela de terror y Alicia en el país de las maravillas”, dice) y trabaja en unos cuentos que empezó a escribir hace unos meses. “El premio me encuentra haciendo más o menos lo mismo de siempre -agrega-. Tengo setenta años, sigo traduciendo porque de eso me gano la vida, escribo, alternando con la traducción. Antes dividía el día y podía hacer las dos cosas al mismo tiempo, pero ahora estoy con algunos achaques y me canso. Traduzco todo lo que puedo durante un tiempo y me reservo una plata para estar tranquilo y escribir. Vivo con mi mujer, tengo una hija que es una maravilla, que está en los Cascos Blancos y es muy inteligente, y tengo con quien conversar: muy buenos amigos, amigos que saben mucho de muchas cosas y con los que se puede intercambiar. Puedo leer, puedo escuchar música, no salgo mucho. Es un buen momento”.

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