jueves, 30 de marzo de 2023

DE NO CREER


Mauricio proscribió a Macri
Carlos M. Reymundo Roberts

Macri nos desayunó anteayer, último día de un finde extra large, con la noticia de que no va a ser candidato a presidente. Mauricio, con la mano en el corazón se lo digo, ¿no podía haber esperado a ayer, lunes, para darle a su legión de seguidores tan infausta noticia? Es cierto que, al mismo tiempo, muchos otros –larretistas, bullrichistas, mariaeugenistas, lilistas, ger ardo moralistas, también unos cuantos kirchneristas, también los que no querían saber nada de tenerlo en la cancha en el “segundo tiempo”– estarán bailando en una pata. Así de dura es la política y así de odiosas son las encuestas, ingeniero.
El sábado 18 de mayo de 2019, cuando Cristina anunció que Alberto encabezaría la fórmula del Frente de Todos, no nos estropeó el fin de semana; snif: nos arruinó la vida.
Macri presentó su paso al costado como un renunciamiento, que no es histórico ni histérico: se lo vio de muy buen semblante, casi aliviado, diríamos. En realidad, yo interpreté que nos estaba hablando de un triunfo de Mauricio, el bueno, sobre Macri, el malo, según la caracterización más popular entre sus colaboradores cuando era presidente. El “bueno” se involucraba de lleno en la gestión, armaba equipos, amenazaba con cortarle los dedos al que metiera las manos en la lata y, gracias a disciplinas orientales aprendidas de grande, hasta lograba empatizar con la gente y sus problemas, atributo con el que Dios no lo trajo al mundo. El “malo”, a ver, el malo tenía otra agenda: dudaba, era testarudo, porfiado; ponía la SIDE (o como se llamara en ese momento: porque siempre es la misma cueva, pero la van rebautizando) en manos de Arribas y de Majdalani; operaba en la Justicia, entre otros, con Angelici, binguero multitarget; se enamoraba y desenamoraba de gente con buenos discursos, como Lousteau. Pero lo peor que tenía el malo, según confesó ayer en su renuncia, era el ego; un ego morrocotudo, angurriento, insaciable. “Un enano maldito”, dijo. Más respeto, señor: usted le debe mucho al enano.
No solo usted. ¿Acaso no se ama Cristina? Olvidémonos del trance que está viviendo, que tan extraviada la tiene que para encontrarse en el espejo necesita un GPS. Cristina Elisabet Fernández de Tolosa no hubiese llegado a ser nunca la consagrada Cristina Fernández de Kirchner sin esa concupiscencia por su propia persona. “Bajen la bandera para que los de atrás puedan verme”, ha llegado a decir mi reina desde un micrófono, palabras con vocación de epitafio. ¿No se amaban Perón, Menem, Alfonsín…? Ningún líder político logra distinguir entre el amor al poder y al amor a sí mismo, porque no conciben el uno sin el otro. Ingeniero, a ver si nos entendemos: una cosa es domesticar al yo cuando se convierte en YO, y otra, echarle todas las culpas. Si algo no esperaba es que saliera de su propia boca el santo y seña kirchnerista: “Ah, pero Macri…”.
Declinar la postulación sería, entonces, un triunfo del bueno sobre el malo; para ponerlo en términos que suenan familiares, aquel proscribió a este. La proscripción de Cristina resulta, a primera vista, más elaborada: fue obra de un tribunal del lawfare, personeros de todos los males que andan sueltos por el mundo; sin embargo, ella ha pedido que, por estos días, mientras Alberto esté de viaje, no se hable del tema: difícil menear lo de la proscripción cuando es, al mismo tiempo, presidenta, vice y presidenta del Senado. Proscripciones, lo que se dice proscripciones, eran las de antes, mi General.
Vaya paradoja: el único proscripto real de esta historia es el pobre Alberto, sobre el que pesa la condena firme impuesta por el Instituto Patria; también por los argentinos, es cierto. El hombre que paseó su impronta por la cumbre de la República Dominicana, que estará tres días paseando por Manhattan y al que mañana Biden sacará de paseo es el único que podría poner el grito en el cielo: “¡No me dejan ser candidato!”. Yo lo dejaría, porque no hay ningún riesgo de que vuelva a ser presidente.
Ingeniero, usted fue fundador de Pro, aclamado jefe de gobierno porteño, cofundador de Cambiemos y el único que logró resistir a pie firme cuatro años de depredación peronista (y tantos errores propios). Llevó a la política a miles de jóvenes. Atravesó muy bien la salida de la Casa Rosada y sigue siendo factotum de Juntos por el Cambio. Le deseo la mejor de las suertes. Realmente se merece el segundo tiempo. ¿Cuándo vuelve a Boca?
El expresidente presentó su paso al costado como un renunciamiento, cuando fue un triunfo de Mauricio, el bueno, sobre Macri, el malo
Ningún líder político logra distinguir entre el amor al poder y al amor a sí mismo, el ego. Macri le debe mucho a ese “enano maldito”
El único proscripto real de esta historia es el pobre Alberto, sobre el que pesa la condena firme impuesta por el Instituto Patria

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