viernes, 20 de septiembre de 2019

HISTORIAS DE NUESTRA PATRIA,


Marcha a Yapeyú para honrar a José de San Martín
Hace 31 años que Luis Miguens organiza una cabalgata a la cuna del general

Mariana ReinkeEl médico Luis Miguens parte todos los años de la localidad de Mercedes a Yapeyú
MERCEDES, Corrientes.– Luis Miguens colgó el guardapolvo blanco en el perchero de su consultorio. Había terminado su jornada en el Hospital Las Mercedes. Era tiempo de volver a casa. En moto se dirigió a una chacra cercana para ver el estado de los dos caballos que apartó hace meses para una nueva cabalgata a Yapeyú, cuna del general José de San Martín.
Todo empezó hace exactamente 31 años cuando su hijo mayor tenía ocho y, junto a un amigo, decidió organizar una pequeña marcha a Yapeyú para rendirle un homenaje a San Martín, como lo hacían otros pueblos de la provincia.
Desde chico, Miguens tuvo relación con el campo y los caballos. En la estancia de la familia en Chascomús, entre sus ocho hermanos y sus primos, se disputaban los pocos caballos mansos que había. Pasó el tiempo y el destino hizo que se instale casi por casualidad en la ciudad correntina de Mercedes, donde encontró su lugar en el mundo. “En esta zona sí era muy fácil acceder a tener caballos”, cuenta.
La cruzada constaba de 150 kilómetros y tres días a caballo, en postas. En esa primera cabalgata fueron solo cuatro personas: Luis, su hijo y dos amigos. Durante el trayecto se sumaron a otras columnas de paisanos correntinos.
Al año siguiente la iniciativa se agrandó y pasaron a ser más de 30, entre padres y chicos. “Además de lo épico y de rendir homenaje al Padre de la Patria, siempre insistí en que es un programa para la familia. Los grandes dejan por unos días su mundo laboral, los chicos suspenden la escuela y juntos comparten un programa fantástico. Se ponen las bombachas, se calzan las botas o polainas, con frío, dolor en el cuerpo, con hambre y hasta con lluvia. La cabalgata no se suspende por mal tiempo”, comenta.
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Para Miguens siempre fue fundamental que la gente entienda que una cosa es andar a caballo y otra muy distinta es marchar. “Hay que darle ritmo a la cabalgata con el tranco correntino”, era la frase que repetía durante cada viaje.
Visitas masivas
En un principio las paradas eran en las estancias donde los dueños los recibían con gusto. A medida que el programa se hizo multitudinario se complicó la organización. Con más de 100 jinetes, sumado a los 250 caballos que se largaban en los potreros, pasaron a ser visitas no gratas en los campos. Se tuvo que cambiar la logística: se unieron con el Ejército para organizar mejor la marcha. Así fue como los jinetes entregaban los insumos y los militares proveían de carpas, baños y todo lo necesario para acampar.
Ese acuerdo, que duró tres años, le brindó a la cabalgata “un sentido más épico y jerárquico”, una especie de marcha militar.
“Llegábamos a la posta, izábamos la bandera con el fogón prendido, unos mates y el asado listo para comer. Al amanecer nos despertaba el toque de diana para reunir a la tropa y emprender la marcha”, cuenta.
Joaquín, Tintín, el hijo menor de Miguens, se sonríe al recordar cómo se identificaba a la cabalgata mercedeña: “Los gauchos de Miguens”.
Demanda
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También se acuerda de que para ayudar a su padre, por la cantidad de gente que se había anotado (en su mayoría foráneos), con su hermano mayor pusieron un aviso en la radio local para anunciar que alquilaban caballos. “Era gracioso, los menchos [paisanos correntinos] golpeaban la puerta de casa para ofrecer sus caballos, que, según ellos eran mansos de andar. Llegamos a alquilar más de 80 caballos y para distinguirlos, los numeramos”, cuenta.
Una de las cabalgatas más emotivas para Miguens fue la de 2001. “Con 284 jinetes, el campamento parecía un verdadero vivac militar al estilo de la Conquista del Desierto, con mástil, carpas y fogones repartidos. Más de un kilómetro de hileras de caballos atados junto al alambrado. Una de esas noches nos sorprendió la banda del Ejército, que rememoró ‘La retreta del desierto’. Fue emocionante”, recuerda.
Con el tiempo, sus cinco hijos crecieron, empezaron la universidad y algunos se casaron. Fue el momento de pasar el mando a otros padres para que sean ellos ahora los coordinadores de la marcha y pasar a ser un jinete más.
Para su hijo Joaquín, si bien desfilar junto a los granaderos es mágico, lo impagable es el momento en que se pasa por el arco de entrada al pueblo. “Cada 17 de agosto Yapeyú se ilumina. Todos quieren llegar y ver a los vecinos a la vera de la calle principal, donde dan la bienvenida. Vivir eso no tiene precio”, dice.
Hoy, con 68 años, Miguens guarda en su memoria las vivencias de las cabalgatas junto a sus hijos y sueña con revivirlas con sus nietos algún día.
M. R. 

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