lunes, 25 de mayo de 2020

HOMENAJE A IAN CURTIS Y ALGUNOS EXTRAS


Ian Curtis. Un legado sombrío y fascinante
Hoy se cumplen 40 años de la muerte de un ícono, que con solo 23 años ubicó al rock en otro nivel existencial
Pennie Smith/warnerJoy Division: Bernard Sumner, Ian Curtis, Peter Hook y Stephen Morris; ya sin Curtis, el resto formaría la banda New Order
En el amanecer del 18 de mayo de 1980, el cantante Ian Kevin curtis se ahorcó en la cocina de su casa en Macclesfield, inglaterra, 24 horas antes de subirse a un avión para cruzar el atlántico y comenzar la primera gira por los Estados Unidos con su banda Joy Division. Hoy se cumplen 40 años de ese suceso trágico que, sin embargo, se transformó en una semilla fructuosa que definió la música de las últimas cuatro décadas y dejó sentadas las bases de lo que se definiría luego como postpunk.
Curtis tenía 23 años cuando se quitó la vida, pero los que lo conocieron dicen que en sus hombros cargaba el peso de un hombre mucho mayor. Dos meses antes de su muerte, intentó suicidarse con una sobredosis de barbitúricos que tomaba para tratar de controlar los ataques de epilepsia que había empezado a sufrir un tiempo atrás, justo cuando la banda empezaba a hacerse un lugar en la escena británica.
Ian Curtis, la vida pendiente de un hilo
Esa mañana de primavera, Ian perdió el control. Su cuerpo fue encontrado pocas horas después por su esposa, Deborah, madre de Natalie, única hija de la pareja. El líder de Joy Division tenía una relación paralela con la periodista belga Annik Honoré, y Deborah ya había iniciado trámites de divorcio.
La noche anterior a colgarse de la cuerda donde su esposa tendía la ropa, Ian había aparecido en su casa para pedirle que no lo dejara. La discusión terminó con ella y su hija de un año yéndose a pasar la noche a lo de sus padres, y con Ian solo, hundido en una depresión que nadie supo advertir.
“Tomé la culpa/ sin dirección, tan fácil de ver/ un arma cargada no te liberará”, reflexionaba el propio Curtis en “New Dawn Fades”, una de las canciones de su primer álbum, Unknown Pleasures (1979). Según el testimonio de Deborah, el músico pasó las últimas horas de su vida viendo la película de Werner Herzog, Stroszek (La balada de Bruno S.,1977), escuchando el disco The Idiot (1977), de Iggy Pop –una de sus mayores influencias artísticas–, y viendo las fotos de su boda y de Natalie. Su suicidio significó el fin de su vida, pero también el comienzo de otra: la del Curtis ícono, el poeta maldito de la Manchester oxidada y posindustrial, el muchachito desgarbado de ojos profundos que no miraban hacia afuera, sino hacia adentro, a sus propias entrañas, y la imagen que veían era perturbadora.
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El suicidio de Ian Curtis fue, en definitiva, su último acto artístico. El fin de su obra en vida, pero el inicio de un culto alrededor de su figura y su música. La noticia de su muerte y la gira trunca por los Estados Unidos catapultaron a Joy Division al estrellato. Dos meses después de la muerte de Curtis, lanzaron el disco Closer y alcanzaron el sexto puesto en los rankings del Reino Unido. Ni hablar del single “Love Will Tear Us Apart”, un hit instantáneo que fue leído por los fans como la carta de suicidio de su ídolo: “Cuando la rutina pega duro/ Y las ambiciones son bajas/ Y el resentimiento se eleva/ Pero las emociones no crecen/ Y estamos cambiando nuestros caminos/ Tomando diferentes caminos/ El amor, el amor nos destrozará otra vez”.
Tras su muerte, la imagen de Curtis se convirtió rápidamente en una construcción armada por canciones, recuerdos, semblanzas y anécdotas de las personas que pasaron por su corta vida. Desde los compañeros de banda (el guitarrista Bernard Sumner, el bajista Peter Hook, el baterista Stephen Morris), que luego formaron New Order, la esposa, Deborah (escribió su propio libro, Touching from a distance,
Editado en Argentina por Dobra Robota), la amante Aniik, hasta los colegas músicos, los críticos y fotógrafos de la época (nadie lo retrató mejor que la lente del mancuniano Kevin Cummins), y cualquiera que haya podido vivir más o menos de cerca “la experiencia Ian Curtis”.
“Poseído”, así lo describió el productor Martin Hannett, gran responsable del sonido del aclamado Unknown Pleasures. “Fui yo quien dijo ‘tocado por la mano de Dios’ en una revista holandesa. Curtis era uno de esos canales para la expresión del espíritu de los tiempos, el único con el que yo me crucé en esa época. Un pararrayos”, le dijo Hannett al periodista Jon Savage en una entrevista que rescató el crítico Simon Reynolds para su libro Postpunk: romper todo y empezar de nuevo (Caja Negra).
Joy Division, ver ahora en Filmin
Los testimonios fueron reunidos en el documental Joy Division (2007), de Grant Gee, una suerte de respuesta a la película Control (2007), de Anton Corbijn, cuya versión de ficción de la vida y la muerte de Curtis no dejó del todo satisfechos a los protagonistas. En el documental aparecen también fragmentos de las pocas filmaciones que existen de la banda en acción, aunque no parecen hacerle justicia al relato de quienes pudieron ver a Joy Division arriba de un escenario.

La otencia sonora de la banda, apoyada en las pisadas de elefante que emitía el bajo de Hook, se completaba con la presencia chamánica de Ian Curtis en el centro, que atraía todas las miradas con sus bailes poco ortodoxos. En esos trances en que los brazos del cantante parecían disociarse de su cuerpo y seguir un tempo autónomo, Curtis no hacía más que sublimar dolor a borbotones. Lo daba todo en cada show, no se quedaba con nada. Pero el problema era que así se iba vaciando.
En su libro Los fantasmas de mi vida (Caja Negra), el escritor británico Mark Fisher traza un paralelo entre la música oscura de Joy Division y el pesimismo filosófico del alemán Arthur Schopenhauer. Para el autor, el grupo fue “el más schopenhaueriano de los grupos de rock” debido a la “dislocación entre el desapego de Curtis y la urgencia de la música”. Y ahí es donde aparece ese vacío que, sin duda alguna, precipitó el final del cantante.
“Los momentos verdaderamente schopenhauerianos son aquellos en los que alcanzamos nuestras metas, concretamos los deseos más preciados de nuestro corazón, y nos sentimos engañados, vanos, no, más –¿o menos?– que vanos, vacíos”, explica Fisher. Y describe a Curtis como nadie: “Su voz –desde el comienzo terrorífica en su fatalismo, en su aceptación de lo peor– suena como la voz de un hombre que ya está muerto, o que ha entrado en un atroz estado de animación suspendida, una vida muerta por dentro. Suena prematuramente vieja, una voz que no puede ser vinculada a ningún ser viviente, mucho menos a un hombre joven apenas en sus veinte”. En sus memorias, Deborah Curtis lo dice claramente: “Ian sonaba viejo, como si hubiera vivido toda una vida en su juventud”.
El despojo de su aspecto y esa mirada perdida, sus interpretaciones de shock eléctrico, sus letras cargadas de pulsión de muerte (la última que llegó a terminar, “In a Lonely Place”, hablaba de “acariciar el mármol y la piedra”), de relecturas de plumas como William Burroughs, Nikolái Gógol o Franz Kafka, configuraron el prototipo ideal del músico de postpunk.
El crítico norteamericano Greil Marcus lo explicó con precisión: “Ian Curtis cantaba al límite, y esto no es una metáfora: sus poderosas interpretaciones transmitían el sentimiento de que estaba peleando sin muchas chances o bien para alejarse del abismo o bien para arrojarse a él”, dijo en un artículo que publicó en 1982. Y aportó una idea clave para entender por qué Curtis inventó el postpunk a su imagen y semejanza: “Desde el principio, el nihilismo de los singles de los Sex Pistols que había inspirado la música más contenida de Joy Division había sido reconocido como una negación política; Curtis era la personificación de ese nihilismo”.
Ian Curtis fue uno de esos artistas sin tiempo. Todas las generaciones de músicos de rock que lo precedieron y buscaron llevar su arte más lejos, indefectiblemente, alguna vez se toparon con él: unos huyeron de ese sonido subyugante, otros quedaron marcados de por vida


Un libro
La Agenda - Ideas y cultura en la Ciudad — Testamento agobiado
Los fantasmas de mi vida (Caja Negra), del crítico británico Mark Fisher, tiene un capítulo dedicado a la vida y obra de Joy Division e Ian Curtis. 
Mark Fisher: Las ideas no se suicidan | Tribulaciones
Su visión pesimista, su sonido oscuro y urgente, y el suicidio que lo convirtió “en un mito helado, tan sólido, bien acabado y permanente como el mármol y la piedra”.

Una película
Joy Division (2007) - Filmaffinity
Joy Division (2007), el documental de Grant Gee, mira a la ciudad de Manchester y a Joy Division como dos obras inseparables,
Control (2007) | 1080p | Dual | MEGA - Identi (con imágenes ...
 y funciona como respuesta a la interpretación caricaturesca de la película Control (2007), de Anton Corbijn.

Un homenaje
Grace Jones - She's Lost Control (edit) - YouTube
La cantante jamaiquina Grace Jones editó en 1980 una increíble versión dub de “She’s Lost Control”, el tema icónico con el que Ian Curtis contó la historia de conocida suya que murió durante un ataque de epilepsia.

Una influencia
Editors - Black Gold The Best Of... (Play it Again Sam) - Muzikalia
Editors se formó en pleno siglo XXI en Birmingham, Inglaterra, y encarnó una suerte de revival del post punk que puede incluir a grupos 
The National presenta un adelanto más de su nuevo disco | Revista ...
The National o 
Interpol | El Rock Es Cultura
Interpol.

Una banda tributo
El grupo argentino Milnovecientos80, nombre elegido por el año de la muerte de Ian Curtis, surgió con el propósito de celebrar la obra de Joy Division y sonar prácticamente igual. 
MILNOVECIENTOS80 Instagram posts (photos and videos) - Picuki.com
Esto demuestra la gran influencia de la banda inglesa por estas latitudes.

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