domingo, 25 de octubre de 2020

GRANDES ESCRITORES....ISIDORO BLAISTEN


¿Por qué lo elegimos?
Gran cuentista argentino, en medio siglo dedicado a la escritura, Isidoro Blaisten (Concordia 1933-Buenos Aires 2004) publicó también poemas, ensayos, artículos y reflexiones, algunos de los cuales se publicaron en la página de Opiniónen la década del 90.
El código secreto
por Isidoro Blaisten

En toda familia –o grupo familiar, como se dice ahora–, hay un código secreto. Es un sistema de asociación que se basa en una frase o una palabra que remite, por analogía, a una situación de un pasado compartido. Basta el enunciado de la frase, y a veces no es necesario ni siquiera terminarla, para que el resto de la familia comience a reír. El que no pertenece al grupo familiar queda excluido de toda hilaridad, desconoce el sentido y no comparte ese pasado.
En la época en que se estrenó LaStrada, cuando un amigo entraba al bar, café o confitería donde uno estaba sentado, departiendo con otros amigos alrededor de la mesa, había que decir: “È arrivato Zampanò!”. Hoy, para un joven de musculosa, campera con tachas y borceguíes, estas palabras no significan nada.
Suave aroma
Ulyses Petit de Murat, en un excelente libro que se llama La noche de mi ciudad, cuenta la historia del diario Crítica, la historia de Botana y la historia de Barquina. Barquina, en mitad de toda conversación, introducía las palabras “suave aroma”. Decía, por ejemplo, “Te van a cobrar,suave aroma, treinta pesos”, o “Esa piba debe tener, suave aroma, veinte años”. Nadie, nunca, pudo saber qué quería decir suave aroma; quizás aludía a alguna propaganda de cigarrillos perdida en el tiempo, pero se había incorporado al lenguaje familiar de la redacción del diario.
Recuerdo que a mi casa solía venir, con la asiduidad de un castigo cotidiano, un matrimonio aburridísimo. Él era calmo, apacible, silencioso, casi inexistente. Ella era una Sisebuta. No obstante, al final de cada elucubración, buscaba el asentimiento del marido. Durante varios años, le oí repetir al marido la misma frase: “Esthercita, si vos decís vos sabrás”. Durante muchos años, en casa, se repitió ese dicho: “Si vos decís, vos sabrás”. Se lo llegó a apocopar: “Si vos decís…”. Más aún, se llegó a decir: “Si vos…”. Y hasta se llegó al colmo de la síntesis: “Si…”. Ante cualquiera de estas variantes, ocho hermanos reían.
Mi hermana Rosita y mi hermana Celina, muchos años atrás, después de una larguísima caminata por la calle Florida –iban “de vidrieras”–, recalaron exhaustas en una confitería. Solo querían ir al baño. Pero primero era de rigor sentarse a una mesa. Enseguida vino el mozo.
–¿Qué se van a servir las señoritas?
Las dos se miraron. Solo querían ir al baño. El mozo sugirió: –¿Té, café…?
Mi hermana Celina alcanzó apenas a contestar:
–¡Té, café… cualquier cosa!
Y las dos salieron corriendo hacia el fondo.
Desde entonces, cada vez que nos preguntaban “¿Qué van a tomar? ¿Té, café?”, nosotros respondíamos con la frase que quedó hasta el día de hoy: “Té, café, cualquier cosa”. “Té, café, cualquier cosa” nos resultaba desopilante. Mientras las visitas permanecían serias, mirando con cara de auto, nosotros, en la exaltación del gozo y el regocijo, reíamos como idiotas.
Jorge debe a su madre
El código secreto del lenguaje familiar se basa en la omisión, en la falta total del referente, como, creo, se dice ahora. Es el resultado de un proceso de acumulación y transmisión, no hay decantación. En aniversarios y tés, en fiestas de casamiento, en despedidas y velatorios, he oído a los hijos de mis sobrinos repetir sin variación ni cambio las mismas frases que yo repetía en mi niñez.
Misteriosamente, cada hermana exhumaba de las fuentes más insólitas la frase misteriosa que entraría a formar parte del código secreto y que iba a adquirir, con el tiempo, multiplicidad de sentidos.
Mi hermana María recreó “Jorge debe a su madre”.
“Jorge debe a su madre” había sido extraído de un libro de lectura de 1912 o 1922. Yo llegué a ver ese libro, pero no recuerdo la fecha. Creo que la autora se apellidaba de Toro y Gómez. La lectura aludía a un niño llamado Jorge que le había dejado a su madre una minuta escrita por él que decía:
Mamá debe a Jorge:
–Por ir al almacén todos los días: 20 centavos.
–Por ir a la carnicería: 10 centavos.
–Por cuidar de mi hermanita: 30 centavos.
–Por mandados diversos: 40 centavos.
En total se llegaba a un peso. El mercantilista Jorge creyó que se iba a encontrar un peso sobre la nota que le había dejado a su madre encima del tocador. Ello no fue así. Sobre la nota encontró otra nota, de puño y letra de su madre, que decía:
Jorge debe a su madre:
–Por haberlo criado y educado: nada.
–Por haberlo cuidado cuando estaba enfermo: nada.
–Por haberle dado ternura, amor, comprensión y protección: nada.
–Total: nada.
Jorge comprende su bajeza, estalla en llanto, corre a abrazar a su madre y es estampado en esa posición en el dibujo a pluma del libro.
Hay que achicar la mesa
Pese a su arrepentimiento, Jorge era un niño deleznable para mis sobrinos, porque si alguno de los hijos de mis cinco hermanas se negaban a hacer un mandado, mis cinco hermanas lo miraban fijo y le decía: “Jorge debe a su madre”.
La otra frase “triste” era “Hay que achicar la mesa”. Había sido rescatada por mi hermana Paulina y por mi hermana Anita de la película Así es la vida, en la parte en que los hijos crecen y se van, y el matrimonio queda solo y Enrique Muiño, con lágrimas en los ojos, le dice a Felisa Mary:
–Hay que achicar la mesa, vieja.
Desde entonces, no hubo casamiento ni fiesta de compromiso ni partida de estudiante becado al exterior, donde mi hermana Paulina y mi hermana Anita no dijesen: “Hay que achicar la mesa”.
Pero, si bien el lenguaje familiar se gesta en incontables núcleos pequeños, es también colectivo y hasta llega a formar parte del habla de un país. El lector, seguramente, podrá identificar a los autores de las siguientes frases que ya se han ido incorporando al lenguaje familiar de los argentinos:
“No hay que dar por el pito más de lo que el pito vale”,
“Hay que pasar el invierno”, “Conmigo o sinmigo”,
“¡Un médico, por favor!”, “¡No me atosiguéis!”, y “¿Socialismo? ¡Las pelotas!”

Publicado originalmente en los años 90, integró más tarde una antología que hizo el propio autor para editorial Desde la gente




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