lunes, 10 de octubre de 2022

MASSA SI O MASSA NO


Kirchnerismo con culpa frente a su electorado
Pese a que en el oficialismo hay incomodidad por las medidas de Massa, sabe que no hay opción si quiere evitar una eventual explosión social y tener posibilidades en las urnas en 2023
Francisco Olivera
Asolas, ante dirigentes que la consultan, Cristina Kirchner es drásticamente sincera. Hace una semana, por ejemplo, un gobernador salió de una reunión con ella convencido de que, más allá de las sobreactuaciones públicas de su hijo Máximo, la vicepresidenta no le quitaría el respaldo a Sergio Massa. En general, en el Frente de Todos coinciden en que no tiene alternativas: no puede darse el lujo de hacerle lo que le hizo a Guzmán. Y eso que el diputado Kirchner lo viene exponiendo en público. El sábado pasado, en Morón, le reprochó, sin nombrarlo, haberle regalado el dólar al campo. “Me preguntaba por qué nuestro país fue puesto de rodillas ante las cerealeras”, dijo.
Sin embargo, la única recomendación de la vicepresidenta a Massa por el tema fue en privado: le pidió que la medida, que entendía pródiga para con el sector, no fuera al menos tan explícita. En el Instituto Patria todos lo tienen claro: una eventual renuncia de Massa equivaldría a anular para siempre la única posibilidad de que el Gobierno termine el mandato sin una explosión social que, no obstante, tampoco nadie está en condiciones de descartar.
El ministro de Economía conoce esta fragilidad desde que asumió. También él está preocupado. Quienes lo conocen a fondo le han descubierto su actual estado de ánimo a través de un defecto personal: dicen que, a diferencia de ocasiones en las que suponía tener todo controlado y en su favor, Massa esta vez no se muestra jactancioso de nada. “No fanfarronea”,describen.paralosempresarios no deja de ser una ventaja, porque lo perciben más dispuesto a escuchar que nunca. Esta semana, durante un almuerzo con incondicionales del mundo de los negocios, él insistió en la idea de un plan en dos etapas: intentará ordenar la economía de aquí a diciembre y, en cuanto se pueda, lanzará un programa de estabilización a 120 días que le encargó a Roberto Lavagna y que incluye congelamientos de precios y varios dólares especiales. Más reclinatorios para Máximo. Massa dice incluso tener ya el respaldo de algunos dirigentes de la oposición. Gerardo Morales, por ejemplo. Pero una de sus perturbaciones, que comparte con Cristina Kirchner, es cómo reaccionará en los próximos meses una sociedad cansada y presta a salir a la calle ante las dificultades y la ausencia de perspectivas.
Hay que escuchar las charlas en foros empresariales para advertir esos temores que parten primero de las pymes, las más expuestas al respecto. El martes, durante la reunión de Comité Directivo de la Unión Industrial Argentina, los representantes de la provincia de Buenos Aires lo plantearon delante del resto: dicen que no tienen la fortaleza de las multinacionales para soportar bloqueos como los que tuvieron la semana pasada Bridgestone, Fate y Pirelli.
“No son simples paritarias, son medidas de acción directa”, describió a este diario uno de los presentes. La conclusión de todos fue que necesitan confeccionar un protocolo para casos de crisis y que, en definitiva, la única alternativa será recurrir a la Justicia. Son las mismas razones que llevan al kirchnerismo a inquietudes de otra índole. La principal es partidaria: ven escasas posibilidades de ganar las elecciones del año próximo. Eduardo de Pedro, ministro del Interior, lo viene admitiendo ante referentes de las provincias a quienes, sin embargo, les agrega un matiz: “Lo que sí podemos es decidir quién nos va a ganar”.
Ahí está la estrategia para 2023, evitar que lleguen los candidatos adversarios más competitivos, y eso dependerá en parte de una medida que el oficialismo intentará aprobar en el Congreso a mediados de noviembre, no bien la oposición le vote el presupuesto: eliminar las elecciones primarias. Es el artilugio que ese sector del Frente de Todos ha encontrado para complicarle a Juntos por el Cambio el mejor modo de dirimir quién encabezará la fórmula. “Va a elegir la gente”, contestó esta semana Rodríguez Larreta cuando le preguntaban por el respaldo de Macri. ¿Y si no tiene esa posibilidad?
El Gobierno debe todavía convencer a algunos dirigentes propios. Incluso a aquellos a quienes la medida les convendría electoralmente pero, aun así, la juzgan desprolija desde la óptica de la integridad política. Leandro Santoro, por ejemplo, a quienes algunos compañeros han querido persuadir de que una primaria fuerte y rimbombante entre Martín Lousteau y Jorge Macri podría proporcionarle votos a Juntos por el Cambio y relegarlo a él a un eventual tercer lugar. “No corresponde cambiar las reglas de juego”, dijo esta semana a C5N.
Con el proyecto la Casa Rosada no solo se expone a perder la votación. Incluso si consiguiera convertirlo en ley, no está claro cómo lo tomaría un electorado habituado últimamente a que sus principales desvelos, la inflación o la inseguridad, queden relegados ante iniciativas que solo le importan a la corporación política. Después de todo, es Cristina Kirchner la primera que viene advirtiendo en privado desde hace más de un año que esta crisis podría terminar en revueltas sociales.
Pero no está claro qué hará el kirchnerismo ante ese temor. ¿Optará por extender su paciencia con Massa y sus aliados de Occidente o intentará acortar camino por la senda que Roberto Feletti llamó años atrás “profundizar el populismo”? Todo dependerá del modo en que el Instituto Patria maneje su sensación de culpa frente a su electorado, algo que expusieron esta semana la renuncia de Elizabeth Gómez Alcorta y las críticas a Berni por la represión en Gimnasia-boca. La militancia está incómoda. “Algunos no se bancan ir a una unidad básica y escuchar a los compañeros decir que no alcanza para la yerba”, criticó un referente del espacio. Por eso hay desde hace algunas semanas quienes recomiendan una estrategia electoral que incluya a la izquierda. En el Instituto Patria lo cuentan con sorna: “Hay que darles cargos como si fueran radicales”. No parece tan sencillo. “No existe ninguna posibilidad de un acercamiento electoral entre el Frente de Izquierda y Cristina”, anticipó a la nacion Gabriel Solano.
Es cierto que hay lazos. Tanto Cristina como Máximo Kirchner hablan seguido, por ejemplo, con Myriam Bregman, del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Pero son contactos objetados en el propio Gobierno, donde algunos sostienen que una alianza de ese tipo beneficiará más a la izquierda que al Frente de Todos. “Los troskos viven de lo que le carcomen al peronismo, ¿dónde van a ir a pescar?”, dijo alguien que mira los números electorales. Del otro lado, es interesante analizar los debates que desde hace dos meses publica Prensa Obrera sobre cómo debe el PTS pararse frente a las causas judiciales de la expresidenta. Una eventual connivencia con la izquierda sería además para el kirchnerismo difícil de compatibilizar con, por ejemplo, el acuerdo con el Fondo. Por eso lo más probable es que las señales al electorado herido y a punto de arrepentirse no pasen más allá de gestos. La retórica de Máximo en Morón. Si pretende no terminar de arruinarle el programa a Massa, al kirchnerismo solo le queda volver sobre esa ambigüedad que ejerce desde que Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada. Sobreactuar en público y tragarse sapos en privado.
Pasaron solo 25 días entre la renuncia de Guzmán, aquel fin de semana en que Cristina Kirchner vetó a Massa como reemplazante, y la de Batakis, sucedida finalmente por el líder del Frente Renovador. Lo único nuevo que apareció durante ese lapso fue una corrida. “El miedo disciplina”, suele decir Juan Carlos de Pablo, citando a Lavagna. Con la culpa, en cambio, se convive mejor porque es más fácil de tapar.ß
Massa insistió en la idea de un plan en dos etapas: ordenar la economía de aquí a diciembre, y en cuanto se pueda un programa de estabilización a 120 días, que le encargó a Lavagna

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