jueves, 5 de enero de 2023

LITERATURA


Andrés Neuman. “No hay literatura que cuente la relación entre hombres y bebés”
Radicado en España desde su adolescencia, el escritor argentino publicó Umbilical, un libro que refleja las sensaciones de un hombre que se convierte en padre y explora las facetas de ese rol
 Violeta Gorodischer |Mauro Alfieri
Para Andrés Neuman, la otra gran postal mundialista que acompañó el triunfo de la selección argentina fue aquel primer plano de Lionel Scaloni llorando junto a su hijo tras el partido contra Países Bajos: el apego y la vulnerabilidad en el centro del imaginario viril que gobierna el fútbol. “Hay que pensar por qué escasean en la memoria futbolera imágenes así –asegura Neuman–. No se trata de convertir en héroe al padre que cuida, no es hacer una épica, sino focalizar en la ampliación del imaginario paternal en un terreno de lo viril canónico, como es el de este deporte. Tenés ahí al líder conectando afectivamente con su hijo, creando un momento de intimidad que no figura en el imaginario futbolero”, se entusiasma el poeta y escritor argentino radicado en España desde los 14 años, que ganó en 2009 el premio Alfaguara de novela con El viajero del siglo y es autor de Bariloche, Alumbramiento, Hacerse el muerto y El fin de la lectura, entre otros.
ALFAGUARA
128 PÁGINAS
3500 $
Desde la llegada de su hijo, Telmo, Andrés Neuman está mucho más atento al discurso social en torno a los vínculos familiares. Pero no solo eso: también escribió un libro de reciente publicación, Umbilical (Alfaguara), en el cual narra tanto el acompañamiento de la gestación de su mujer como la presencia de un nuevo ser humano en su vida. El resultado es un texto fragmentario, lírico y conmovedor, que refleja las sensaciones de un hombre que se convierte en padre y explora nuevas facetas de ese rol, dispuesto a romper los modelos heredados.
“Hay muchos libros sobre ‘el padre’, pero pocos libros sobre el paternar. Tampoco hay literatura que cuente la relación entre hombres y bebés, ni que explore el vínculo entre un padre y su hijo en gestación, no nato. Hay un silencio cultural, un obstáculo. Muchos hombres en mi situación (padre reciente) no pueden recordar fácilmente canciones, poemas, novelas o películas de otros hombres cambiando pañales, cortando uñas, paseando con un carrito o cualquier cosa no épica, pero sí necesaria. Que no tengamos una biblioteca, hemeroteca o videoteca muy abundante de eso, condiciona nuestro comportamiento, pero también cómo escribimos y de qué cosas escribimos”, asegura Neuman.
–¿Creés que eso tiene que ver con que históricamente los temas “domésticos” o “íntimos” se han relegado al terreno femenino, también en literatura?
–Hay algo de eso, la división pública de roles, el reparto ilustrado de los roles. Pero también hay algo más específico que tiene que ver con la selección de materiales, qué pasa con los temas pequeños. Entre la caca de nuestro hijo y el Imperativo Categórico de Kant, entre llevar a la escuela a nuestra hija y la redefinición del Estado-nación en el capitalismo globalizado, parece no haber duda de cuál es nuestro tema favorito, digno de ser descrito. Y ahí hay un silencio que a mí me resulta sospechoso e interesante, porque ya hay una suficiente cantidad de padres que hacen todo eso (cortar uñas, cambiar pañales, llevar carritos). Aunque aún falta en términos de igualdad, sí hay una suficiente cantidad de padres involucrados para no leerlos en términos de excepción, y aun así, hay relativamente poca literatura sobre eso. Entonces creo que tiene que ver con qué es digno de ser tematizado, qué es un tema literario y qué es un gran tema o un pequeño tema.
–En ese sentido, Umbilical es también muy libre con la estructura del género: no te quedás pegado al marco de lo que, se supone, debería ser “la novela”.
–Es difícil cuestionar los géneros en términos de rol, sin cuestionar los géneros en términos de forma literaria. Hay algo raro en repensar los roles de los padres desde una idea totémica de lo que es una novela o lo poético. Yo creo que se mueve una cosa y la otra acompaña. Si trabajás en las fronteras de la forma literaria y buscás un molde que no sea el tradicional, la voz que narra, el sujeto que actúa, también cambia, cambia su silueta. Y viceversa: si estás cuestionando tu identidad, la voz que te sale empieza a desdecir o a cuestionar los moldes prefijados en términos de lengua. Fueron dos cosas que sucedieron al mismo tiempo.
–Hoy muchas mujeres reivindican la instancia política de la maternidad, tanto en la defensa de los derechos de las madres como en el acto mismo de poner el cuerpo. ¿Cómo se manifiesta esto en los padres?
–Bueno, poniendo el cuerpo también. La paternidad es política todo el tiempo. Yo creía que era más semántica, pero desde que convivo con los excrementos, vómitos y efluvios de mi hijo, ya no lo veo tan así. Yo creía ser un hombre aprehensivo y tuve que cambiar de opinión o de sensibilidad: para mi sorpresa, todo eso se puede leer políticamente. Por supuesto, también está la postura que dice “el papá está para resemantizar, conceptualizar y delegar la caca”. Bueno, ese delegar caca también es político, todo se politiza puertas adentro. Yo tenía miedo a ser padre, en general. Tenía que ver con limitaciones personales, con vínculos heredados y con el imaginario que arrastraba.
Hemos estado rodeados de paternidades terribles, en la realidad y en la ficción: el padre castigador, el padre ausente, el padre heroico. Y yo decía: “No quiero ni puedo ser un héroe, menos un padre ausente y me da pánico ser un padre autoritario, entonces, no puedo ser padre. No me siento capaz de ser otra cosa, prefiero abstenerme”.
–¿Y cuándo descubriste que podías?
–Desde la primera ecografía. Cuando lentamente mi hijo se empezó a corporizar. Los fantasmas fueron reemplazados por un diálogo corporal. Esos temores, que vivimos como íntimos, tienen una lectura sociológica muy clara. Yo también tenía miedo de tener menos tiempo para escribir, que es un miedo comprensible que además se cumple en la realidad. Pero entonces empecé a leer a mis compañeras escritoras para ver cómo habían hecho, ellas han tematizado esto muchísimo: la fragmentación de la experiencia, del lenguaje, esta vivencia del cotidiano en flashes, interrupciones, instantes, que no tienen que ver tanto con el armado de la novela clásica. Por otro lado, empecé a pensar que el miedo a no poder escribir tenía que ver también con cuáles eran los temas dignos de ser escritos. Efectivamente, hace tiempo que no puedo escribir de lo que escribía. Ahora escribo brevemente, con esfuerzo, con sueño, de otras cosas. No es poder o no poder escribir sino de qué escribimos y desde dónde. Hasta la forma del libro puede leerse en clave política: si yo hubiera escrito una novela larga, como El viajero del siglo, tendría que haberme desentendido de Telmo. Pretender escribir una novela de 500 páginas sobre tu pequeño hijo solo es posible si no te ocupás de tu pequeño hijo, lo cual sería una paradoja muy interesante desde la episteme y desde el logos. De pronto las condiciones materiales de escritura, como saben las madres escritoras mucho mejor que yo, son parte de la voz que se va armando. Tener que escribir sintéticamente porque había poco tiempo, poco espacio, y porque había una violencia en tratar de disociar la forma del libro y la forma de la experiencia. Todo me llevó a escribir un libro a escala bebé.
–¿Escribiste también para que tu hijo tuviera recuerdos de esta etapa?
–En parte. La memoria es una maquinaria misteriosa, que se mueve hacia atrás y hacia adelante. A veces es un cangrejo, a veces un cohete, a veces un objeto inercial, otras veces excava y encuentra civilizaciones anteriores, tiene múltiples posibilidades de moverse o de callar. A mí me interesaba trabajar con la memoria futura de mi hijo Telmo. Todo lo que cuenta el libro, él no lo va a recordar, entonces trabajo con el lugar al que la memoria nunca llega. Pero también está el olvido, algo que estuvo y se va disipando: los padres y las madres se van olvidando de esta primera etapa. Tiene que ver con la velocidad del tiempo y la fragilidad de los recuerdos. El presente es implacable. Yo era consciente del deseo de dejarle a Telmo una ayuda para que su memoria se poblara de algunas de las cosas que no podrá recordar, pero también quería fijar mi propia memoria porque temía olvidarme de todo. Y una tercera dirección era reconstruir aquello que yo mismo nunca podré recordar. Eso se conecta con la estructura elíptica de la memoria de cualquier individuo, tengas o no hijos. Basamos nuestra identidad en un agujero negro: no podemos recordar cuándo nacimos, cuándo aprendimos a caminar, cuándo aprendimos a hablar, no recordamos haber vivido casi un año dentro de nuestra madre. Y eso, creo, vuelve absurda nuestra especie.

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