sábado, 30 de marzo de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Me tocó defender a Milei en Europa: flor de laburo
Carlos M. Reymundo Roberts
Diez días estuve trabajando en Europa, y con doble agenda. Yo iba a visitar medios, es decir, plan tranqui –tapas en Madrid, quesos azules regados con champú en París, birritas y mejillones en Bruselas–, pero se enteró el Presidente y me complicó la vida. Revestido del cargo de embajador extraordinario y plenipotenciario tuve que vérmelas con dirigentes políticos, funcionarios de la Unión Europea, empresarios, académicos… Garrón total. “Sos malo hablando, pero ponete las pilas”, me alentó Javier, siempre atento. “Vendé nuestro programa, ¿OK?”. Ahí me enteré: tenemos un programa. El viaje se hizo cuesta arriba; fueron 10 días contestando preguntas. La más recurrente: “¿Milei está loco?”. Al principio lo negué con argumentos políticos, económicos y clínicos, hasta que, allá por la mitad de mi estadía, cambié el relato: “Sí, es un líder de perfil psicológico especial. ¡Lo que necesitaba el país! Con los cuerdos nos fuimos al demonio. Un cuerdo no arregla este desastre. Era hora de que llegara un zarpado y diera vuelta todo, se animara a todo. ¡Aguante el Loco! ¡Aguante la libertad, carajo!”.
Lo admito: no estuve ni muy extraordinario ni muy plenipotenciario.
Igual, créanme que la remé. Como estoy seguro de que, más allá de tropezones y caídas, vamos por la senda correcta, confío en haber transmitido esa convicción profunda. Nunca dejé algo sin responder. ¿Cómo explica que el Presidente quiera llevar a la Corte Suprema al juez Lijo, el más purasangre de casta de todo el Poder Judicial? “Bueno, para terminar con la casta hay que conocerla muy bien. Lijo nos puede aportar know how”. ¿Es cierto que está en marcha un pacto de Milei con Cristina Kirchner? ¿Ella también va a aportar know how? “No, ella va a aportar 33 votos en el Senado”. ¿Cómo piensan vender a su electorado un pacto con Cristina para aprobar a un juez tan cuestionado como Lijo? “Perdón, yo hablo de política, no de marketing”.
Obviamente, evité mencionar que, como parte de ese acuerdo, el CCK cambiará de nombre, pero no de siglas. Seguirá siendo el CCK: Centro Cultural Karina.
En Europa reparan en que el Fondo Monetario viene advirtiéndole a nuestro gobierno que no exagere con el ajuste, que tenga en cuenta a las clases más vulnerables, que se apiade de los jubilados. El mayor acreedor del país, un ajustador serial, pide que aflojemos. ¿No se les estará yendo la mano, señor embajador? Dije exactamente lo que hubiese dicho Milei: “El mayor accionista del Fondo es Estados Unidos. En Estados Unidos gobierna el comunista Biden. Ergo: el FMI es hoy un enclave marxista-leninista”. Fue el único momento divertido: les salía espuma por la boca. Yo, cara de póker. Hasta que reaccioné. “No sé por qué pierdo el tiempo escuchándolos. Acá solo se puede hablar con la gente de Vox en España, con Marine Le Pen en Francia, con Meloni en Italia y con Orban en Hungría. Ustedes son parte de la mancha roja”. Un sociólogo belga me planteó que la licuadora de sueldos se da en un país con cerca del 50% de la población debajo de la línea de pobreza. ¿Acaso el Presidente es insensible a esa realidad? “Vea usted –repliqué–, el presidente Javier Gerardo Milei tiene una extraordinaria sensibilidad: no hay día que no pregunte si nos acercamos o nos alejamos del déficit cero”.
Para explicar el programa económico me basé en Juan Carlos de Pablo (que, según ha contado en público, visita seguido la quinta de Olivos). Juanca dice que “no hay un plan integral, sino un rumbo”. Me encantó la definición, y eso repetí a mis inquisidores europeos. Quisieron saber entonces cuál era el rumbo. “No sé, pregúntenle a De Pablo”.
Dos días antes de volver estalló el escándalo diplomático con Colombia y México por las declaraciones del Presi en una entrevista con Andrés Oppenheimer para su programa en CNN en Español. Andrés es un amigo, pero es un pillo: lo hizo pisar el palito. Es cierto que tampoco se necesita mucho: Javi anda por la vida buscando palitos para pisar. A López Obrador lo calificó de “ignorante” y a Petro, de “asesino terrorista”. Lo conocemos: a la hora de repartir méritos, un dulce. No pude zafar del interrogatorio. ¿Esa violencia verbal indiscriminada no habla de un espíritu atormentado, incapaz de encontrar límites? ¿Para Milei, todos sus adversarios son comunistas, asesinos, corruptos? ¿Solo concibe la política como conflicto? Cosa rara, logré contestar sin perder la calma. “Nuestro presidente de jovencito era arquero, y diría que fue un precursor del Dibu Martínez, que verduguea a todos los que van a patearle penales, los perturba, los humilla. No es un ataque: es la forma de defenderse. Dibu es un buenazo, y Milei también. A Patricia Bullrich la llamó asesina de chicos y después la hizo ministra de Seguridad. Del Papa dijo que era el representante del demonio en la Tierra y terminó arrodillándose a sus pies en el Vaticano”.
¿Cuál sería la conclusión, embajador? “Que el Dibu tiene colgadas las tres estrellas”

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Las dos caras de la “honestidad brutal”
Héctor M. Guyot

Hay quienes son capaces de enrostrarle al primo lo mucho que lo desprecian en medio de una animada celebración familiar, sin venir a cuento. Son los mismos que, acodados a la barra del bar, le dicen de pronto a otro parroquiano lo poco que les gusta su cara. Se trata de gente difícil. Quien suelta lo que se le pasa por la cabeza sin aplicar filtro siembra conflictos y acaba a las piñas con la mitad del género humano. En cierta medida, la civilización se sostiene en ese hiato entre pensamiento y palabra donde encallan el comentario cruel o la ofensa apresurada. La madurez llega cuando dominamos el impulso adolescente de soltarlo todo en un dudoso homenaje a la autenticidad. Lo más sabio, a veces, es callar. Sobre todo en ámbitos como la política, donde abundan los que piensan una cosa y dicen otra, o la diplomacia, donde se cultiva el arte de decir lo que ofende como si fuera un cumplido. Por eso, cuando Javier Milei toma el micrófono en un foro internacional o en una entrevista asistimos al espectáculo de un elefante que entra en un bazar. En este caso, además, se trata de un ejemplar que va directo hacia la estantería para provocar el estruendo de la vajilla contra el piso.
A esta altura parece claro que un alimento básico del Presidente –no ya de su estrategia de gobierno, sino de su psicología– son la confrontación y el caos. Es evidente también que su incontinencia verbal lo abastece de conflictos a granel. El ataque de Milei al presidente colombiano, Gustavo Petro, al que calificó de “asesino terrorista y comunista”, parece uno más en una serie que no da indicios de parar. Fiel a lo que piensa, el Presidente se expresa sin medir las consecuencias (en este caso, la expulsión del embajador argentino en Colombia y de toda la delegación diplomática asentada en Bogotá). Milei se colocó la banda sobre el pecho, pero no acaba de asumir la investidura ni la representación del país. Acaso crea que de hacerlo se asimilaría a la casta que dice combatir y por eso prefiere mantenerse en su condición de outsider. Desde allí dice lo que piensa, sin anestesia. Habla por él.
Después de veinte años de kirchnerismo (dieciséis en el poder), en los que la hipocresía contaminó la convivencia y hasta el aire que respirábamos, y en los que la mentira del relato produjo un país con la mitad de su población pobre, la “honestidad brutal” de Milei fue un factor clave en el crecimiento de su imagen. En muchos casos, se trataba de denuncias hechas sin medias tintas que tenían un efecto catártico. Venían acompañadas de insultos que, replicados en las redes, catalizaban la impotencia y la bronca de una sociedad que había sido engañada y expoliada. Hoy muchos ven en esa agresividad una garantía del cambio prometido. Pero en Milei todo es arma de doble filo: al tiempo que le ayuda a mantener el apoyo ciudadano, su artillería verbal les complica la vida a sus legisladores, que necesitan sumar votos en el Congreso para sacar las leyes; lo mismo padecen los agentes del servicio exterior. Unos y otros deben salir a poner paños fríos en las heridas que abre el Presidente, sin que eso pueda tomarse como un cuestionamiento a la palabra del líder. He visto funcionarios que, ante una pregunta periodística, se vieron obligados a defender lo indefendible con plena conciencia del brete en que estaban metidos.
Habrá intentos de poner en caja al outsider. Ya los hay, tímidos, desde distintos sectores. Pero el Presidente no parece un ser manejable. Es difícil imaginarlo como un “pobre jamoncito”, aunque necesite sostenerse en su hermana Karina. Sus actitudes, sus reacciones emocionales, vienen de lejos y parecen muy arraigadas en su personalidad. No atenderá las razones de una razonabilidad con la que no comulga y a la que identifica con una debilidad pusilánime que favorece el statu quo. En la dimensión desconocida en que nos movemos, flota en el aire un interrogante esperanzado que podría enunciarse así: ¿acaso la irracionalidad cínica del kirchnerismo y el país prebendario, tan fuertemente enraizada, solo puede ser vencida por la irracionalidad bizarra del fenómeno Milei? Si fuera así, ¿a qué precio? Son muchos los que, aun sin conocer el costo, están dispuestos a pagarlo. Como si dijeran: del fondo del mar se sale como sea y después vemos.
Pero aflora una contradicción más. A diferencia de los Kirchner, Milei dice lo que piensa y no parece haber llegado al poder con la intención de hacerse multimillonario. Aun así, desde las antípodas ideológicas comparte con ellos, y sobre todo con ella, la pulsión populista de creerse dueño de la verdad y considerar enemigo a quien piensa distinto. Los extremos se tocan también en su desprecio por los tibios. Acaso por eso el Presidente parece dispuesto a pactar con el kirchnerismo para llevar al juez Ariel Lijo a la Corte Suprema. Si los hipócritas no me acompañan como quiero, me voy con los réprobos, parece decir, sin advertir, o sí, que en ese acuerdo concederá la impunidad a los autores de un latrocinio histórico. Garantizará así la supervivencia de la casta que vino a destruir. Las contradicciones del Gobierno se muerden la cola
Quien suelta lo que se le pasa por la cabeza sin aplicar filtro siembra conflictos y acaba a las piñas con la mitad del género humano. Muchas veces lo más sabio es callar

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