viernes, 27 de diciembre de 2019

LAS NOTAS DE MIGUEL ESPECHE,


Instrucciones para patear un penal

Miguel Espeche
Es un rectángulo de 7,32 metros de largo por 2,44 de alto. Se llama arco de fútbol y, según ese deporte, la regla es hacer que, impulsada por cualquier parte del cuerpo menos por las manos y brazos, una pelota pase a través suyo para lograr lo que se suele llamar "gol".
Cuando los chicos son pequeños las medidas se adaptan a ellos y, por esa causa, arcos y dimensiones del campo de juego son más chicos. Pero dicha adaptación se hace con el espíritu de que el esfuerzo que deben hacer para lograr (o impedir) el gol, sea proporcionalmente similar al de los grandes en la cancha profesional.
Dentro de los avatares de este deporte, es conocido el llamado "penal", que es un duelo entre una persona que patea la pelota para intentar hacer un gol desde una distancia predeterminada, y el arquero, que está allí enfrente del pateador con el solo propósito de impedir que la pelota pase entre los tres palos.
Patear un penal es difícil: la regla dice que la pelota, para lograr el gol, debe pasar la línea que une los palos verticales y no ir más alto que el palo horizontal. Es eso, o la nada. Hay que embocarle y, además, esperar que el arquero no consiga desviar o detener la pelota. Podemos sentir empatía, respetar sentimientos, aceptar la subjetividad del pateador o del arquero pero, digámoslo, la pelota tiene que entrar para que sea gol. Para eso, hay que tener algo de vigor para patear, apuntar bien, concentrarse, no apichonarse ante la responsabilidad, tener suerte.
La frustración es grande si la pelota se desvía o es atajada. En ese caso, hay que bancársela. Sin embargo, y usando el ejemplo del penal como metáfora de algunas de las cuestiones de la vida que hoy son foco entre quienes cuidan o educan chicos, existen quienes creen que la solución es agrandar los arcos o abolirlos. Sería algo así como reaccionar contra la FIFA por haber puesto límites a la inmensidad de los potreros, sojuzgando la libertad del verde campo a través del encarcelamiento, entre líneas de cal, de los sueños de aquellos que desean el éxito y ven frustrados los mismos por culpa de los malditos arcos con dimensiones tiránicas.
No hablamos de encarnizamiento hipercompetitivo, tampoco de exitismo cruel ni de poner en los deportes el "ser" de la vida. Hablamos de jugar, y de las reglas que, de alguna manera, reproducen las que ya nos vienen de fábrica como lo es esa ley de gravedad con la que nos encontramos al nacer, y que nos obliga al desarrollo de ciertas capacidades para convivir con ella.
Límites y logros
Educar a los chicos con la idea de que si la pelota no entra, el arco debe ser agrandado a favor de que entre a cualquier costo, es nefasto. Los entontece, fragiliza y, llegado el caso, los enloquece porque les hace creer que son como pequeños dioses, que logran que la realidad se someta a sus pretensiones, y que todo aquello que los frustra es, en realidad, maligno.
Como decíamos, patear un penal es difícil. Pero, ¡qué lindo es sentir que la pelota traspasó los límites impuestos por famoso rectángulo! Sólo su "tiránico" perímetro logró que se potenciaran tanto las capacidades, que se pudiera sentir el goce del logro que atravesó la dificultad y. además, que se sintiera como genuino el aplauso.
Es verdad también que esos límites son los que hacen que, llegado el caso y dadas las capacidades que se tienen, se elija bajar exigencias y, quizás, optar por cambiar horizontes hacia el vóley o la natación, por caso. La dificultad puede cerrar un camino, pero siempre es para abrir otro, si es que se lo sabe ver de esa forma.
El arco está siempre allí, con sus medidas: un punto fijo sobre el cual todo ocurre. Abolirlo evitaría toda frustración, pero también haría desaparecer el juego. Sin contornos ni reglas que nos recuerdan que no somos dioses omnipotentes, estamos condenados a la nada impotente, creyendo poderlo todo porque no hay más penales que patear.

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