viernes, 27 de diciembre de 2019

MANUSCRITOS


El barómetro de Borges

Alberto Rojo, físico tucumano egresado del Instituto Balseiro que hoy trabaja en los Estados Unidos, nunca deja de sorprender. Una vez, mientras esperábamos para abordar un vuelo local en el que habíamos coincidido circunstancialmente, sacó una libreta y me dejó atónita.
Además de ser un compositor, guitarrista y cantante consumado, y también autor de varios libros (tanto académicos como para público lego), había comenzado a dedicarse al dibujo. Y lo hacía no solo con talento poco frecuente, sino también con dedicación y persistencia envidiables.
Hace unos días volví a encontrarlo. De nuevo me desconcertó: ya hizo su primera exposición en los Estados Unidos y estaba preparando la presentación de un disco con composiciones, propias y en colaboración. ¡Qué maestro!

Había venido a Buenos Aires para presentar la reedición de una de sus obras, Borges y la física cuántica (Siglo XXI Editores), colección de textos que frecuentan un tema fascinante: los vasos comunicantes que se tienden entre el arte y la ciencia. En ellos reflexiona sobre la casi inverosímil intuición que les permite a ciertos artistas adelantarse a complejas teorías científicas, y comenta ideas científicas que parecen salidas de una trama novelesca, y sin embargo... ¡funcionan!
Entre otros ejemplos, vuelve sobre "El jardín de los senderos que se bifurcan", el cuento de Borges que considera "el caso más llamativo de anticipo literario de una idea científica", y que precede una teoría de la física de un modo tan literal que no deja de asombrar. En "El jardín...", publicado en 1942, el autor de Ficciones propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en vez de optar por una y eliminar otras "opta -simultáneamente- por todas. Crea así diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan".
Lo singular del caso es que, teniendo en cuenta las particularidades de la mecánica cuántica (que plantea que las partículas del bestiario subatómico pueden estar simultáneamente en varios lugares y solo pasan a estar en un sitio definido cuando se las observa), en 1957, Hugh Everett III publicó una teoría, llamada "interpretación de los muchos mundos", que plantea que en el momento mismo de la medición el universo se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible.

Para Rojo y otros especialistas, así como hay ciencia en la ficción, hay ficción en la ciencia. Y para ilustrarlo, esgrime que en los cuatro trabajos publicados por Einstein en 1905, su año milagroso, el físico alemán procedió en gran medida como un artista, tomando ideas que eran consideradas ficciones matemáticas por los científicos prominentes del momento y aceptándolas como reales.
La poesía también está presente en las metáforas que utiliza la física, como "la flecha del tiempo", acuñada por Eddington, o "el libro de la naturaleza escrito en lenguaje matemático", como lo concebía Galileo.

La idea de que la ciencia y el arte no son "divinidades antagónicas", sino dos formas alternativas de acercarse a la verdad, está cada vez más extendida. Los grandes centros de investigación tienen programas para "artistas residentes". Y revistas como Nature no solo están haciendo el recuento de los hechos y las personalidades de 2019, sino también de las imágenes más hermosas surgidas de investigaciones.
"El científico es tan 'humano' como el artista, y es mucho más 'humano' entender que sentir", dice Rojo. Volviendo a Borges, en el posfacio de su libro, el físico cuenta una anécdota deliciosa. En 1985, su último año como estudiante, quiso la casualidad que ambos se cruzaran en un café porteño. Cuando Alberto le comentó que los científicos lo citaban profusamente, el escritor le contestó que lo único que sabía de física era lo que su padre le había explicado sobre el funcionamiento del barómetro...

N. B.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.