lunes, 25 de enero de 2021

NECESARIO PERO CONTRA NATURA


De la distancia necesaria al confinamiento obligatorio
Los humanos somos seres sociales por naturaleza. Si a pesar de todos los esfuerzos que nuestra especie hace para suprimirse a sí misma ese propósito (consciente o inconsciente) no se ha logrado, se debe a la sociabilidad y a la cooperación. Dos atributos basados en la necesidad del otro. Nos socializamos para ser registrados por nuestros semejantes. Cuando alguien me nombra, existo. De ahí que tengamos nombres, y que incluso se los asignemos a nuestros hijos por nacer. Un nombre es un mensaje: vivirás entre otros, y cada vez que alguien te nombre te dirá que existís. También nos dice eso el otro cuando nos mira. Cuando nos toca. Cuando nos habla. Cuando nos escucha. En esa bellísima, conmovedora y profunda película que es Coco, obra maestra del cine de animación dirigida en 2017 por Lee Unkrich y Adrian Molina a partir de una historia del primero de ellos, se dice que, más allá de nuestra muerte física, desaparecemos realmente cuando ya no queda una sola persona que nos recuerda y nos nombra. Seguimos siendo seres sociales, seguimos dependiendo del otro para existir (aun en forma de memoria) incluso después de muertos.
A lo largo de nuestra historia como especie hemos cooperado de mil maneras para subsistir y evolucionar, sobreponiéndonos a todas las acechanzas y riesgos que amenazaron y amenazan constantemente a estas criaturas frágiles y providenciales que somos. Y gracias a eso, a cooperar, a mirarnos, a escucharnos, a tocarnos, a reunirnos, a cobijarnos mutuamente, a nombrarnos, aquí estamos. No pensamos continuamente en esto. Difícilmente lo tenemos en el radar de nuestra conciencia. En todo caso, forma parte del inconsciente colectivo. Lo cierto es que lo sabemos, a pesar de que, lamentablemente, abundan entre nosotros los ignorantes emocionales y espirituales que ponen palos en la rueda de la vida.
Por esto que sabemos, aunque no siempre lo recordemos, es que el aislamiento social al que fuimos sometidos desde prácticamente el comienzo del año 2020, nos produjo tristeza, impotencia, depresión en algunos casos, indignación e irritación en otros. Porque una cosa es la distancia obligatoria que impuso la presencia del virus y de la pandemia, y otra la distancia necesaria en la que nos relacionamos. Y esas distancias no coinciden. En el curso de nuestros vínculos, de nuestro estar en el mundo, necesitamos a veces más cercanía y a veces más distancia. Es el ritmo natural de la vida. Retiro y contacto. Ocurre cuando respiramos (nos retiramos al inhalar, nos contactamos al exhalar). Son la sístole y la diástole en la circulación sanguínea. El invierno y el verano. El ir y venir de las mareas. El día y la noche. Actividad y descanso. Ciclos naturales y necesarios de retiro y contacto. Pero el que padecimos durante esta experiencia inédita y extraña no lo fue. Y, además, quienes lo administraron, lo hicieron con especial torpeza. Una muestra de esa gran torpeza es haberlo llamado confinamiento. Otra es haber disparado una excusa tras otra para prolongarlo, sin acompañarlo de explicaciones convincentes. Una excusa no es una explicación (es más fácil excusarse que explicar) y toda prescripción debiera ser fundamentada y no simplemente impuesta. La pena máxima conque los antiguos griegos sancionaban a sus ciudadanos delincuentes era el confinamiento, no la muerte. 
Los excluían de la polis (ciudad) en un doloroso exilio, porque sabían que el aislamiento impuesto y obligatorio, la separación de las demás personas, es, finalmente, lo que más duele a un humano. A todos, gobernantes y gobernados, la vida les impone una y otra vez una agenda inesperada. Y, con ella, se ponen a prueba sus recursos emocionales, cognitivos, psíquicos, afectivos. La vida nos exige permanentemente respuestas. Y en las que proporcionamos mostramos quiénes somos, cómo somos y cuáles son nuestros propósitos existenciales.

S. S.
 
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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