martes, 26 de enero de 2021

BIOGRAFÍA RECOMENDADA


San Martín: un héroe de la patria, para armar



De las ilustraciones de Pablo Bernasconi y el relato del autor está hecho este libro rompecabezas para repasar cómo encajan las piezas en la vida del Libertador



por Daniel Balmaceda
El calor era agobiante aquel día de febrero. Apenas se oía el agua del río Uruguay correr por su cauce y el viento del nordeste soplar sin ganas. Y algo más. También podían oírse los pasos firmes del teniente Juan de San Martín entre el suelo de tierra y el piso de ladrillos de la casa. Entraba y salía, nervioso. Su esposa, Gregoria, estaba en una de las habitaciones a punto de traer al mundo al quinto de sus hijos. Los otros cuatro, sin saber muy bien qué pasaba, pero intuyendo que era mejor no interrumpir ese momento, cruzaron la calle y fueron a sentarse bajo una higuera, que no abandonaba su tarea de dar sombra. María Elena, la mayor, cuidaba a sus tres hermanos, Manuel, Juan y Justo. De pronto, el llanto de un bebé interrumpió el murmullo del agua y el viento en Yapeyú, un pueblito de la gobernación de las Misiones Guaraníes, en el Virreinato del Río de la Plata. Allí vivían los San Martín y Juan era el gobernador.
Esto ocurrió el 25 de febrero de 1778. Al día siguiente, padres y hermanos se dirigieron a la iglesia del pueblo para bautizar al recién nacido. Lo llamaron José Francisco.
Yapeyú era un lugar tranquilo. La mayoría de sus habitantes eran nativos guaraníes. Allí transcurrían los días de los San Martín.
Gregoria cuidaba de sus hijos y don Juan, del poblado.
Los chicos se entretenían junto con los vecinos de su edad, trepaban a los árboles y sacaban los frutos de los naranjos, que vestían de colores las calles. Les gustaba mucho jugar con boleadoras, lanzarlas al aire y atraparlas. Esto enojaba un poco a Gregoria, ya que José Francisco, que era pequeño, corría tras sus hermanos Manuel, Juan y Justo tratando de imitarlos, y ella temía que una boleadora cayera sobre su cabecita. Los chicos también andaban a caballo; José Francisco se convirtió en jinete poco después de abandonar la cuna.
Cuando José cumplió tres años, su padre fue trasladado a Buenos Aires. Todos empacaron y dejaron Yapeyú. La nueva ciudad fue una sorpresa para los cinco hermanos: aunque las calles también eran de tierra (y barro, cuando llovía), había techos de tejas, algunas construcciones de más de un piso, como el Cabildo y otras propiedades particulares, y además estaba la Plaza Mayor y el Fuerte. Todo era novedad para ellos.
Se instalaron en una casona en la calle de San Juan (que hoy se llama Piedras), a cinco cuadras del Cabildo. Mientras don Juan se ocupaba de sus asuntos y Gregoria de la casa, los chicos se entretenían con los juegos habituales de aquella época: la escondida y la mancha. Al igual que en nuestro tiempo, ellos también peleaban por ver quién era la mancha y, como suele ocurrir cuando hay muchos chicos, en general le tocaba al menor.
Los hermanos estaban encantados en la nueva ciudad. Pero Juan de San Martín extrañaba su patria, España, y quería volver. Por fin logró hacerlo en 1783. Había llegado a las tierras del Plata solo, en busca de una nueva vida, y ahora retornaba a su querido hogar casado y con cinco hijos.
La familia se embarcó en la fragata Santa Balbina a fin de año y partió rumbo a Europa. Nunca más volvieron.
Excepto José. Él sí volvió.

Fragmento de la biografía de José de San Martín incluida en la colección Puzzle Book, de editorial Catapulta.

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