La actriz precoz que se convirtió en una enorme comediante, jamás rivalizó con su famosa hermana y fue una madre con mentalidad “de avanzada”
Luisito, comedia dirigida por Luis César Amadori que permitió el gran lucimiento de la actriz en su segunda experiencia frente a cámaras
Se crio en una familia de inmigrantes judíos y siendo casi una niña debutó en teatro junto a Florencio Parravicini; interpretar a millonarias caprichosas fue su “caballito de batalla” en el cine
Pablo Mascareño
Atravesó gran parte del siglo XX. Fue testigo de trascendentes hechos mundiales que le cambiaron la fisonomía al mundo y de cómo se transformaron los modos de la actuación en sincronía con los adelantos que fue proponiendo la tecnología. Cuando nació, el 25 de enero de 1911, hacía menos de dos décadas que los hermanos Lumière habían exhibido algo similar a una película con una tertulia en el Gran Café de París. Paulina Singerman, de ella se trata, fue una actriz popular, muy querida en su tiempo. Estrella del cine y el teatro y, ya en la madurez de su vida, también figura de la televisión. El estereotipo de damita de alcurnia y caprichosa le sentaba bien, pero fue mucho más que eso. A lo largo de más de seis décadas de trabajo artístico, demostró que podía transitar otros lenguajes como el dramático, género que no le interesaba tanto y que hasta le generaba cierto tedio interpretativo.
Así como su rol de esposa y madre la completaba, también la desvelaba lograr identidad propia, escindida del nombre de su hermana Berta, gran actriz, declamadora, recitadora y cantante que solía abordar textos comprometidos y clásicos de la dramaturgia y la poesía universal. Lo logró.
Paulina transitaba un sendero más popular, pero con igual excelencia en lo suyo, lo que la llevó a escribir grandes páginas que hicieron historia y calaron hondo en las preferencias del público gracias a películas como Caprichosa y millonaria, típica comedia de la época de oro de nuestro cine escrita y dirigida magistralmente por Enrique Santos Discépolo, y musicales de teatro como la inolvidable versión de El violinista en el tejado, encabezada por Raúl Rossi, en la que cumplió con uno de los roles principales.
Después de la inmigración
Los padres de las hermanas Singerman Begun -tal el apellido completo- habían nacido en Minsk, cuando la ciudad formaba parte del Imperio Ruso, hoy dentro del territorio de Bielorrusia. Allí nació Berta, aunque su crianza fundamentalmente se desarrolló en Argentina. Sus padres habían elegido el país dadas las posibilidades económicas que ofrecía en la primera década del siglo pasado.
La familia se instaló en la zona de Villa Crespo, donde Berta comenzó a tejer un pasatiempo que se convertiría en su vocación, el teatro en idioma yidis, reafirmando su identidad judía. Cuando nació Paulina, los Singerman Begun ya estaban afincados en lo que hoy serían las postrimerías de Palermo, en Córdoba y Canning (actual Scalabrini Ortiz), muy cerca de la parroquia Nuestra Señora de la Consolación, aunque parte de su adolescencia Paulina la desarrolló a metros de la plaza de Rodríguez Peña y Paraguay, el lugar en el que les enseñaba a sus amigas a cantar con desparpajo.
La familia solía tomar té en vaso y cantar canciones típicas de su lugar de origen, manteniendo las tradiciones. Pero Paulina, que disfrutaba de aquello, también fue una consecuente cebadora de mate, hábito que le trasladó a su hermana Berta, quien, en una entrevista con Claudio España llegó a reconocer que, a la hora de contratar personal doméstico, lo primero que le preguntaba a la candidata era si sabía cebar mate.
Las hermanas Singerman tenían rasgos muy marcados, de una enorme belleza y personalidad. La mirada penetrante y sus voces caudalosas resultaban perfectas para las funciones de teatro donde debían proyectar para ser escuchadas desde la primera a la última fila, condiciones técnicas muy importantes para poder desarrollar su arte. Impulsada al ver las interpretaciones de su hermana mayor, rápidamente Paulina tomó el camino de la actuación.
Debut precoz
Paulina Singerman, como tantos niños de su época, hizo su acercamiento al mundo de la escena a través del Teatro Infantil Lavardén, donde grandes maestros impartían sus conocimientos a un alumnado precoz. Ya siendo una joven con la vocación confirmada, continuó sus estudios en el Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico, donde la conoció el dramaturgo y director de cine Enrique García Velloso.
Paulina tenía solo 16 años cuando el realizador se la presentó nada menos que a don Florencio Parravicini para que formara parte de su compañía. La joven actriz estaba aterrada, pero aún más el experimentado maestro cabeza de compañía al ver la precocidad de la nueva damita joven de su elenco. La obra fue Una cura de reposo, escrita por García Velloso, donde Singerman se lució y llamó la atención de todos. Así, en 1927, comenzaba su carrera estelar.
“Tenés un humor que nadie tiene, hacés reír como ninguna otra”, le solía decir su hermana Berta. Era cierto. Las dotes de comediantes de Paulina definieron su trayectoria y fueron motor de su éxito y del enorme afecto del público.
Rápidamente se hizo un nombre, razón por la cual, luego de trabajar con figuras como Enrique de Rosas y José Olarra, “La Singerman”, como la llamaban todos, en 1932 fundó su propia compañía. La fierecilla domada, comedia de William Shakespeare, fue uno de los primeros títulos incluidos en el repertorio, donde la estrella estaba secundada por Esteban Serrador.
Y un día llegó el amor
La actriz no era de andar ventilando sus intimidades. Su vida personal era austera y recatada. El gran amor de su vida fue el empresario teatral y cinematográfico José Vázquez, a quien el medio artístico conocía, sin demasiada creatividad para el apodo, como “Pepe”.
Cuando Singerman contrajo matrimonio -después que lo hiciera su hermana Berta- realizó su primer viaje internacional formando parte de una compañía de teatro integrada por veinte personas. “Pepe me manejaba todo”, reconoció la actriz muchos años después. Vázquez no sólo se desarrollaba como productor, sino que también había sido escritor y hasta autor de letras de tangos, algunas de ellas rubricadas en sociedad nada menos que con Enrique Santos Discépolo.
El matrimonio tuvo mellizos, los dos únicos hijos de la pareja, llamados Eduardo José (“Peti”) y Carlos Alberto (“Oti”). La actriz realizó funciones en el Odeón con su embarazo muy adelantado ya que no quería discontinuar el suceso de la comedia Al marido hay que seguirlo.
Al momento del parto, Paulina estuvo acompañada por su hermana Berta. “Fue a la primera que vi cuando desperté y quien me anunció que había tenido mellizos”, contó. Eran tiempos donde la medicina no contaba con adelantos tecnológicos que pudieran anticipar el parto múltiple. “Fue la noticia más impactante que recibí en mi vida”, reconoció.
De avanzada para el pensamiento de la época, cuando los niños aún eran bebés, la actriz solía dejarlos al cuidado de niñeras y el personal doméstico que atendía su piso porteño, pero de esta forma poder cumplir con las funciones teatrales nocturnas. “Entre función y función, solía venir alguna empleada y yo le daba lo que me podía sacar con el sacaleche, así ella podía alimentar a mis hijos como correspondía”, confesó la actriz, dando muestras de una gran modernidad para su tiempo.
Una cal y otra de arena. A pesar de la alegría por el nacimiento de sus hijos, en aquel entonces la actriz sufrió la pérdida de su padre. “La última noche antes de morir, nuestro padre nos fue a ver al teatro”. Primero se acercó al Odeón, donde actuaba Paulina, y luego se dirigió al Alvear, donde Berta hacía La dama del mar, de Henrik Ibsen.
El cine y la era Lumiton
La primera película protagonizada por Paulina Singerman fue La rubia del camino, estrenada en 1938 y dirigida por Manuel Romero, un realizador que trabajaría mucho con la actriz.
La actriz fue una de las estrellas preferidas de los estudios Lumiton, ubicados en la localidad de Munro, una usina en cuyos sets se llevaron a cabo las filmaciones de clásicos como La muchachada de abordo, con Luis Sandrini, Mujeres que trabajan, protagonizada por Niní Marshall y Los martes orquídeas, la película que catapultó a la fama a Mirtha Legrand, sólo por citar algunos ejemplos.
En las galerías de Lumiton, Singerman desarrolló su gran personalidad de comediante con títulos como Un bebé de París y Mi amor eres tú, dirigidas por Manuel Romero, y Noche de bodas, a cargo de Carlos Hugo Christensen.
En el film Isabelita, que se pudo ver en 1940, la intérprete se mantuvo dentro del género de la comedia y volvió a interpretar a una jovencita adinerada y caprichosa, pero, con astucia, el director Manuel Romero incluyó algunas referencias a las diferencias de clase y a la lucha de los sectores más vulnerables, en cierta forma acompañando los cambios sociales que acontecerían en el país.
Esta vez, el guion le permitía a Singerman desplegar una amplia paleta de colores en torno a esa criatura de ficción que se hacía pasar por mucama para poder conquistar a un hombre humilde. El material permitía una lectura política y de género no frecuente en ese tiempo.
Con solo diez películas en su haber, la actriz se retiró de los sets prematuramente. En 1944 rodó Hay que casar a Paulina, un clásico de nuestra cinematografía también dirigido por Manuel Romero, donde la estrella estuvo secundada por Francisco Álvarez. Esta vez, la producción fue de Argentina Sono Film.
Madurez
Abandonados los estudios de cine, Paulina Singerman se dedicó a realizar giras teatrales tanto por nuestro país como por el exterior. En 1969 se subió al escenario del teatro Astral, donde su trabajo en El violinista en el tejado fue uno de los más celebrados por la crítica y el público. También su papel protagónico en Boeing Boeing, la famosa comedia de Marc Camoletti le deparó satisfacciones.
La televisión fue el medio que la cobijó en su madurez, aunque no era el espacio en el que se sentía más cómoda. Frente a cámaras protagonizó estelares como Alta comedia y ciclos de comedias unitarias como las que ofrecía Viernes de Pacheco, programa liderado por el cómico y comediante Osvaldo Pacheco.
En 1973, formó parte del elenco de Papá corazón, con una pequeña Andrea del Boca y Norberto Suárez. Fue una de sus últimas apariciones públicas.
“Paulina, sos la criatura más buena del mundo”, le sentenció su hermana Berta, quien no dudaba en afirmar que, por momentos, se mimetizaba con la ternura de algunos de sus personajes. Paulina Singerman fue reconocida justamente con numerosos galardones, entre ellos el Diploma al Mérito y el Konex de Platino.

Mujer de vida austera, solo sucumbía ante el hábito de fumar; podía consumir más de un atado diario y, si se encontraba frente al estrés de un nuevo trabajo, subir la apuesta dañando su salud.
A pesar de ser más joven que su hermana Berta, Paulina Singerman partió antes. Su fallecimiento se produjo el 9 de febrero de 1984, aquejada por una insuficiencia cardíaca que se le había declarado tiempo atrás. Tenía 73 años. Berta la sobrevivió catorce años más.
Paulina Singerman hizo historia en el universo de la actuación. Aunque sin lograr la estelaridad de Tita Merello, Zully Moreno o Mirtha Legrand, la actriz dejó huella y, sobre todo, una ética en el hacer, en la forma en la que construyó su trayectoria. Amada por el público, fue una de las comediantes más celebradas con las que contó el espectáculo argentino.
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