miércoles, 23 de octubre de 2019

EL ESCENARIO,


La sombra de Cristina, un obstáculo en el plan de Alberto Fernández

Martín Rodríguez Yebra
La noche del domingo no hubo festejos ni brindis en el camarín de Alberto Fernández cuando terminó el debate presidencial. Quienes lo acompañaban se quedaron con la sensación amarga de que la audiencia había visto al candidato favorito fuera de su zona de confort.
El show televisivo expuso la contradicción central de su campaña, consistente en afirmar que él es distinto de Cristina Kirchner y, a la vez, es "lo mismo" que ella. Le cuesta disimular el fastidio cuando le piden explicar la relación pasada, presente y, sobre todo, futura con su mentora. Da igual que se lo plantee un político rival o un periodista de a pie.
Mauricio Macri - con ayuda de un desprejuiciado José Luis Espert- aprovechó ese costado flaco de Fernández cuando lo vinculó a la corrupción, a la manipulación del Indec y a los rasgos autoritarios del kirchnerismo.
El episodio puede resultar apenas una anécdota si el domingo se confirman los pronósticos que colocan a Fernández a las puertas de la presidencia sin necesidad de ballottage. Pero el misterio sobre la verdadera dinámica que tendrá el vínculo Alberto-Cristina en caso de ganar se reavivó a partir del desarrollo inesperado de las últimas semanas de campaña.
El vendaval de las PASO convenció a Fernández de que la competencia electoral se había terminado de golpe y lo que debía afrontar en adelante era una larguísima y angustiante transición. Tocaba preparar su gobierno para la dramática herencia que viene con el cargo y dejar las promesas a un costado. Tenía que actuar con cautela, ayudar a contener el final de la gestión Macri y, a cambio, conseguiría una cuota de poder en la organización del traspaso. No ocultaba el incordio que le causaba verse obligado por ley a distraerse con dos debates televisados en estas circunstancias.
Todo marchaba según el plan: el 11 de agosto el electorado compró la versión moderada del peronismo kirchnerista que él vino a encarnar por encargo de Cristina, el macrismo enfilaba hacia la disgregación y el candidato podía ocuparse de construir el "albertismo", con el voluntario paso al costado de los sectores más extremos del mundo K.
El efecto del "Sí se puede"
El tour del " Sí se puede" y la resiliencia de Macri en el momento de su pronosticado ocaso político sorprendieron a Fernández con el paso cambiado. No tanto porque tema un vuelco electoral el fin de semana, sino por lo que ese fenómeno preanuncia para el eventual proceso de traspaso del mando y para la gestión de los equilibrios internos del Frente de Todos.
Ayer mismo Fernández exhibió su preocupación por una transición hostil cuando dijo: " Espero que Macri no se enoje después de las elecciones y maltrate a los argentinos". Tomó como propia la tesis que hizo pública Martín Redrado sobre una presunta desidia del Gobierno para dejar volar el dólar el día siguiente a las primarias.
Exagerado o no, lo que se vislumbra en su entorno es un Macri combativo incluso en la derrota. El peronismo más cercano a Fernández decodifica las plazas llenas del "Sí se puede" como la prolongación de la grieta, el fin de las ensoñaciones sobre una etapa de concordia política después del resultado electoral.
No es una cuestión de buen corazón, como casi nada en la política. El albertismo cree que la gravedad de la crisis requiere de un gobierno empoderado y de una oposición colaborativa. Y que el miedo a un desastre mayor le servirá para tener a raya a quienes todavía empujan por una restauración populista.
Un sector de Cambiemos coincide en buena medida con el diagnóstico. Martín Lousteau ha dicho en público que se requiere una revisión del papel de la oposición y que no se puede perpetuar la polarización extrema. Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y gran parte del radicalismo expresan ideas similares: imaginan una conducción opositora colegiada que se referencie en un proyecto de futuro y no en el rechazo al modelo kirchnerista.
La campaña de Macri vino a confrontar con esa tesis. Hay una porción amplia de la sociedad que se moviliza por valores, más allá de las penurias económicas, y que encuentra en el Presidente a un líder capaz de representarlos. Para gobernar o para resistir. Es ese sujeto colectivo que Macri llamó "nosotros" en el debate, en oposición al "ellos" con que etiquetó a todo lo que sonara a peronismo.
A Fernández le crece un obstáculo. La continuidad del conflicto que articuló la política argentina del último decenio lo obliga a hablar de Cristina. En esta dinámica de enfrentamiento constante no le resulta tan fácil despachar las dudas sobre su compañera de fórmula con un escueto "ella cambió" o un "mi designación como candidato es la prueba de su autocrítica".
Se vio en el debate del domingo. Espert lo descolocó cuando le preguntó por la corrupción kirchnerista: "¿Usted no vio nada o fue cómplice?". Fernández dejó cabos sueltos en su respuesta: "Cuando no estuve de acuerdo, renuncié y me fui". Pareció una admisión de que aquel gobierno estaba salpicado por la corrupción. Y que él simplemente se despega de todo aquello. Pero tampoco se esmeró en explicar el porqué de su regreso a un proyecto político dominado por aquella presidenta a la que se enfrentó.
El discurso de ella
La propia Cristina agrava la incomodidad de Fernández. Se supone que su decisión de excluirse del lugar principal de la fórmula demuestra que asumió errores del pasado y que se reconoce incapaz de aglutinar una mayoría a su alrededor. Sin embargo, en el discurso público durante sus actos militantes reivindica de pe a pa sus ocho años en el gobierno.
Las propuestas de Fernández chocan a menudo con esa celebración del pasado en boca de Cristina: el equilibrio fiscal, el federalismo en el reparto de los recursos, la defensa de la libertad de expresión, la crítica (tibia, pero crítica al fin) de los abusos en Venezuela no encajan con lo que registra la memoria colectiva del kirchnerismo tardío.
Si la posibilidad de un conflicto latente entre ellos existe desde el anuncio de la fórmula, el juego político que plantea Macri desde que reaccionó al golpazo de las primarias da aire dentro del Frente de Todos a los defensores de la pureza kirchnerista.
Fernández confía en construir una estructura de poder con dirigentes de su confianza y con los gobernadores peronistas que pase página del último kirchnerismo que él no reconoce como propio. La Cámpora promete acompañarlo "a demanda", una forma de anticipar que su participación en un gobierno albertista puede no ser incondicional.
¿Aceptará sin chistar Cristina una sutil enmienda de su legado histórico? Si gana, la incógnita acompañará al candidato vencedor al menos en los primeros tramos de su recorrido por el poder.
Pero algo parece seguro: el retiro plácido de la expresidenta será más difícil mientras la oposición se empeñe en señalarla y en las plazas florezcan carteles que reclaman verla tras las rejas.

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