sábado, 12 de octubre de 2019

AUTOR Y LECTURAS RECOMENDADAS,


La vida en un gin-tonic (o varios)
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"Resulta imposible llevar un diario de la vejez como resulta imposible escuchar crecer la yerba. La yerba y la vejez trabajan con idéntico sigilo y a un ritmo parecido. Vas perdiendo capacidades, pero a tal compás que no te enteras". Imposible como resulta la empresa, efectivamente, no es un diario de la vejez lo que
Juan José Millás ha escrito en La vida a ratos (Alfaguara), sino una bitácora deliciosa (por momentos hilarante, a veces profunda, siempre ingeniosa) de las peripecias cotidianas que padece un personaje que se le parece mucho, que gasta su mismo nombre y oficio y también vive en las afueras de Madrid aunque, por obra y gracia de la literatura, es ficción de pura cepa. Son casi quinientas páginas que se leen bajo un efecto hipnótico e impelen a seguir agitando el caleidoscopio, a ver qué otro disparate le llueve a ese avatar español de Woody Allen y Buster Keaton a la vez. (¿Tendrá la prosa de Millás el mismo ingrediente adictivo que aquel riquísimo paté para gatos que su protagonista cena en casa de un amigo?).
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El libro se organiza en 194 semanas como capítulos hechos de breves entradas, solo cuando los días lo ameritan ("Cada día de la semana posee una textura, un sabor"). 
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Las módicas aventuras del escritor evolucionan en tres escenarios: su casa con jardín, estanque y algún que otro fantasma, el consultorio de su psicoanalista argentina ("Salgo de la consulta donde he hablado de todo lo que no me interesaba, porque yo soy así de idiota, pago para hablar de lo que no me interesa") y el taller de escritura creativa al que acuden, con pareja falta de entusiasmo y talento, alumnos tales como una exmonja, una expolicía, un exbasquetbolista que comparte pupitre con una enana y un manco al que, con afable crueldad, todos apodan Cervantes. ("A mis alumnos, en general, les da pereza escribir. En realidad no quieren escribir, quieren haber escrito").
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 En menor medida, también pasan cosas en el AVE, de ida y vuelta a Barcelona, en las calles y los bares madrileños, y en circunstanciales hoteles del extranjero, a los que el protagonista se ve empujado por sus compromisos literarios.
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Toda la novela-diario es un ejercicio de imaginación y reflexión. "Hubo una época en la que corríamos como locos hacia la actualidad -escribe el jueves de la Semana 4-. Se levantaba uno de la cama, se echaba cualquier cosa encima y venga, a correr hacia la actualidad.
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 Hoy es la actualidad la que corre hacia nosotros, y con muy malas intenciones. De manera que hacemos lo contrario de entonces: nos ponemos los pantalones, la camisa y los zapatos y echamos a correr, para que no nos alcance". Una pieza lúdica aun en los momentos luctuosos ("Suena el teléfono. Me llaman de un hospital para comunicarme, en tono grave, que mi padre acaba de expirar. -Murió hace más de veinte años- digo yo. -Perdón, perdón, nos hemos equivocado-. Me quedo de luto"). 
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Un dardo irónico que hace blanco en la propia hipocondría, una paranoia con ribetes surrealistas y una lista infinita de obsesiones microscópicas, invisibles al ojo carente de fantasía pero que se alimentan de ingentes cantidades de energía, por lo que suelen dejar exhausto al personaje de Millás. ("Tercer día sin ruidos.
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 No digo que los eche de menos, pero me despierto en mitad de la noche con la ansiedad de averiguar si han vuelto. A lo mejor se han ido a otros oídos como los pájaros cambian de rama. Si las ideas saltan de una cabeza a otra, ¿por qué los ruidos se van a estar quietos? Le doy la noticia a mi psicoanalista y lo asocia con el hecho de que hayamos decidido dar fin a la terapia").Resultado de imagen para Juan José Millás , LIBROS
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Millás ausculta el revés absurdo de una realidad que se pretende lógica, y que solo el infaltable gin-tonic "de media tarde" es capaz de poner en su lugar ("Si estás muy agobiado, levántate y prepara un gin-tonic"). O al menos en un lugar desde el que no hiera tanto.

V. CH.

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