domingo, 13 de octubre de 2019

DANIEL GUSTAVO MONTAMAT, OPINIÓN,


Una agenda de consensos para una Argentina viable

Daniel Gustavo Montamat
Corto plazo. El electorado puede votar por el puro presente, pero la dirigencia debe reflexionar con espíritu crítico sobre el futuro
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Tuve la oportunidad de conocer en un encuentro privado a Nassim Nicholas Taleb y pude dialogar con él. Cuando le pedí que me autografiara su célebre obra El cisne negro, me preguntó a qué me dedicaba. Al mencionarle la disciplina económica, con una sonrisa me recordó una advertencia del libro: cuidado con la distribución normal de Gauss en la economía y en las disciplinas sociales porque subestima (les asigna muy baja probabilidad) los eventos de cola.
Para Taleb, la distribución acampanada simétrica entre cuya media y dos veces la desviación estándar para uno y otro lado abarca el 95,5% de la probabilidad de ocurrencia del fenómeno en cuestión, es relevante en los juegos de azar y en los fenómenos físicos naturales, pero es incapaz de predecir rarezas que son más comunes en los fenómenos sociales. Por ejemplo, si en un estadio de fútbol reunimos a 1000 argentinos y les preguntamos por su estatura, peso, género, edad, es casi seguro que del valor medio de la muestra más/menos dos veces la desviación estándar va a estar el 95% de los casos. Puede que en la selección se incluyera un gigante que mide dos metros diez, pero su presencia no va a alterar la conclusión sobre altura media de la población ni la distribución acampanada de la altura.
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Supongamos, en cambio, que queremos averiguar en esa muestra aleatoria el ingreso medio de la población y, entre los seleccionados, por azar se filtró un multimillonario. Allí es posible que las conclusiones sobre media de ingresos y ajuste a la normal salgan completamente distorsionadas. Según Taleb, estos fenómenos raros son más comunes de lo que se cree en la realidad social y tienden a ser subestimados por los "científicos sociales", que se aferran a los riesgos resultantes de la modelización gaussiana de la realidad. Puede que el voto de las PASO, que sorprendió a propios y extraños, tenga alguna característica de "cisne negro", un fenómeno cuya probabilidad de ocurrencia se subestimó.
Con el diario del lunes, muchos analistas empiezan a ajustar el relato para acercar sus estimaciones previas al mensaje resultante de la encuesta obligatoria del 11 de agosto pasado. Es cierto que el humor popular se expresó contra los ajustes de un modelo económico que no cierra. Es cierto que en un marco de estanflación predominó la bronca de los sectores sociales de clase media que expresaron un voto castigo. Es cierto que otra vez "es la economía, estúpido". Pero también creo que todas las racionalizaciones ex post que se hacen adolecen de un forzado intelectualismo que tiende a minimizar la rareza del fenómeno.
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Con el diario del lunes los resultados imprevistos se volvieron previsibles para todos. Creo que, en la lógica del "cisne negro", lo que no sabemos respecto de lo sucedido puede ser más importante que lo que sabemos, y que la clase política y dirigente de la Argentina, tanto si se siente triunfante como derrotada por los resultados del 11A, debe reflexionar con espíritu crítico respecto del futuro.
En reiteradas oportunidades en estas páginas hemos caracterizado el auge del populismo en todo el mundo como un fenómeno de época por su empatía con los valores de la cultura posmoderna. La construcción de la realidad a partir del "relato", el menú ideológico de "tenedor libre" y el eterno presente son portadores de sorpresas electorales por doquier. La invitación de Juntos por el Cambio a la sociedad es a votar por el futuro, y el mensaje del Frente de Todos es reivindicar lo mejor del pasado kirchnerista frente a la crisis del presente. Es obvio que el electorado que estableció las diferencias inesperadas votó contra el presente. ¿Fue para reivindicar el pasado o para desechar el futuro? Puede que ni lo uno ni lo otro.
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El voto posmoderno es un pronunciamiento excluyente sobre el presente, sin mayores especulaciones sobre el pasado o el futuro. Se vota por rechazo o adhesión al hoy, al ahora, al presente. En el "imperio de lo efímero" el pasado ya no existe, y el futuro se descuenta a tasas tan altas que no tiene valor presente. ¿Podemos enojarnos con este elector posmoderno que se expresa en democracia? No, tiene todo su derecho a hacerlo y a modificar con su juicio sobre el presente mayorías y minorías que en la modernidad "dura" se presumían mucho más estables. Lo que no puede ignorar la dirigencia que compite por ese voto son las consecuencias de seducir al electorado con un caleidoscopio de sensaciones orientadas a un eterno presente. Si la prueba y el error del pasado y las demandas de un futuro que se nos vino encima se dejan de lado para sumar corto plazo, la decadencia argentina no tendrá punto de inflexión.
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La sorpresa de las PASO y la conmoción que produjo en los mercados y en el mundo cuando todavía no se ha disputado la elección de octubre pusieron de manifiesto la fragilidad de nuestro sistema institucional y de la estabilidad macroeconómica. El Gobierno ha respondido con medidas de emergencia para tratar de apuntalar expectativas de corto plazo. Pero las propias medidas de emergencia hablan de la necesidad de acuerdos de largo plazo para llevar adelante transformaciones estructurales que hagan viable el desarrollo económico y social que nos debemos. Se han tendido puentes entre los principales candidatos, pero el futuro de la Argentina requiere mucho más. Y hay temas de convergencia prioritaria e indispensable que pueden servir de mínimos comunes denominadores para avanzar en acuerdos básicos de largo plazo.
Un punto de intersección que puede alejarnos del abismo y servir de plataforma para empezar a construir consensos es el sector energético. La clase política en general y los economistas que conforman distintos equipos técnicos que asesoran a los candidatos han entendido el peligro que implican los déficits energéticos por su impacto en las cuentas públicas y en las cuentas externas.
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Una buena noticia este año es que la Argentina está a punto de recuperar el autoabastecimiento energético evaluado en una balanza comercial casi equilibrada del sector. Se puede argumentar que la recesión ha influido en la demanda, pero no se puede negar que a partir del desarrollo intensivo de algunas áreas no convencionales creció la oferta doméstica de gas y de petróleo. El desarrollo de Vaca Muerta ya no es promesa, es realidad; puede proveernos de energía abundante y de precios competitivos y asegurarnos divisas fundamentales para lidiar con la restricción cíclica que afecta la cuenta corriente externa.
Pero si no hay acuerdo político para el desarrollo intensivo de esos recursos, incluyendo la posibilidad de interactuar a fines de la próxima década en el mercado mundial del gas por barco, perderemos el tren. Entre perforaciones e infraestructura el desarrollo intensivo requiere más que duplicar la inversión actual de alrededor de 5000 millones de dólares. Pero si no se sostiene la inversión actual la declinación productiva de Vaca Muerta superará el 70% en dos o tres años. El consenso sobre Vaca Muerta es también la oportunidad para analizar y discutir el modelo productivo de estancamiento e inflación que durante décadas ha frustrado el desarrollo con equidad, y generado pobreza. El voto de rechazo o de adhesión al presente no puede hacerse cargo de estos desafíos, pero la clase dirigente argentina tampoco puede soslayar la agenda de consensos para una Argentina viable.

Doctor en Economía y en Derecho

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