martes, 23 de febrero de 2021

LITERATURA X TRES


Las pesadillas de Franz Kafka, narradas con angustia y letra de insecto
D. G.



Entre 1910 y 1923, el autor de El proceso y El castillo, dos obras cumbre de la literatura del siglo XX, registró en varios cuadernos de tapa de hule, y con letra de insecto, reflexiones sobre su vida y la literatura, amigos y familiares, colegas y desconocidos; apuntó sueños, pesadillas y anécdotas cotidianas, como visitas al médico, a sinagogas o a casas de artistas en una Praga teñida de sepia. También hizo germinar bocetos narrativos que luego tomarían la forma de cuentos o capítulos de novelas.
La angustia del escritor se explicita en Franz Kafka.
Diarios (Debolsillo): “17 de octubre [de 1911]. No termino nunca nada, porque no tengo tiempo y esto me oprime mucho. Si tuviese todo el día libre y esta inquietud matinal pudiese crecer en mí hasta mediodía y agotarse hasta la caída de la tarde, entonces podría dormir. Pero ahora, para esta inquietud, queda a lo sumo una hora del anochecer; se intensifica un poco, luego es reprimida y me socava la noche de un modo estéril y nocivo. ¿Lo soportaré mucho tiempo?”.
Como pasa cuando se lee su obra narrativa, la perspectiva kafkiana, aparentemente ingenua, despierta la perplejidad y la risa de los lectores. “Tan pronto como, de un modo u otro, me doy cuenta de que dejo pasar unos abusos a cuya eliminación estoy realmente destinado (por ejemplo, la vida aparentemente satisfecha, pero que a mí me parece lamentable, de mi hermana casada), pierdo por un momento la sensibilidad en los músculos de mis brazos”, escribió en una larga entrada tragicómica. Se ha dicho que la distinción que separa la vida de la literatura se vuelve impracticable con Kafka. “Cuando se hizo claro en mi organismo que escribir era la dirección más productiva de mi naturaleza, todo tendió con apremio hacia allá y dejó vacías todas aquellas capacidades que se dirigían preferentemente hacia los gozos del sexo, la comida, la bebida, la reflexión filosófica, la música. Adelgacé en todas esas direcciones”.



Un viaje en el tiempo guiado por el naturalista Charles Darwin
A. V. 

Aunque pasaron casi 200 años, los diarios de viaje de Charles Darwin, el famoso naturalista británico, siguen revelando aspectos todavía desconocidos de muchas regiones que visitó, como la Patagonia. Con 22 años y un espíritu curioso, el joven Darwin emprendió a fines de 1831, bajo el mando del capitán Fitz-roy, una expedición a bordo de la embarcación Beagle, que lo llevó durante cinco años a recorrer buena parte de América del Sur, Tahití, Nueva Zelanda, Australia y las islas del océano Índico.
A lo largo de este periplo iniciático escribió Viaje de un naturalista alrededor del mundo (se publicó en 1839), un gran libro que tuvo muchas otras versiones con actualizaciones que el propio Darwin hizo años después. En el libro, presentado como diario de viaje, con fechas y con lujo de detalles de cada región que visita, describe flora y fauna local, hace análisis de geología y también desentraña aspectos de cada sociedad, con perspectiva antropológica y sociológica. Y también, claro, salpicado por los estigmas de un joven inglés de su época. Por ejemplo, los aborígenes son descriptos como hombres salvajes, muy diferentes a los civilizados, y los encuentros son relatados casi como una parodia. Pero más allá de su mirada etnocéntrica, impactan las minuciosas descripciones y su sensibilidad para encontrar pequeños detalles.
De ese gran volumen se desprende Diario de la Patagonia (Ediciones Continente), que rescata exclusivamente los relatos por el sur y donde se destaca su admiración por los paisajes patagónicos, que lo cautivaron en las numerosas excursiones que emprendió por tierra.
El diario, además de dar cuenta de los aspectos científicos relevados, retratar la fauna local y revivir anécdotas de su interacción con los gauchos y sus costumbres, es un gran viaje en el tiempo, que lleva por una Patagonia diferente y lejana, que vale la pena descubrir.



La voracidad de Alejandra Pizarnik, hasta el último momento

F. SCH



“Heme aquí transformada en una distinguida poeta, galardonada y considerada como representativa de la poesía argentina. Nada más lejos de mí que esta imagen absurda”, escribió Alejandra Pizarnik, el 23 de septiembre de 1969. En el prólogo de Diarios (Lumen), Ana Becciú destaca que Pizarnik guardó sus cuadernos en los que intervino hasta el último momento, “lo que no cabe duda de que, al conservarlos, está indicándonos que es consciente del valor intrínseco que tienen”. Páginas donde expuso su obsesión por escribir, sus dudas, sus ganas de comer, fumar y amar con voracidad hasta que el cansancio la derrumbaba. Quiso que su diario fuera literario, un narrar por su intimidad sin tapujos ni belleza: “A veces me gustaría registrarme por escrito en cuerpo y alma: dar cuenta de mi respiración, de mi tos, de mi cansancio, pero de una manera alarmantemente exacta, que se me oiga respirar, toser, llorar, si pudiera llorar”.
La versión corregida y ampliada de los escritos de la poeta argentina que se suicidó el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, mantiene el “respeto” por la intimidad de las personas citadas y da cuenta del recorrido de la escritora por encontrar su voz. En esta búsqueda por construir su prosa, los diarios (que comenzó a escribir a los 18 años) se transformaron en un espacio de experimentación, en su propio taller literario y en el lugar donde la angustia se hizo palabra. “Si empeoro demasiado, vuelvo a Buenos Aires y me psicoanalizo, y si no tengo plata para psicoanalizarme amenazo a papá y a mamá: ‘O me dan plata para analizarme o me vuelvo loca’ –escribió el 24 de mayo de 1960, en París–. Y quizás llore y grite y les recuerde cuánto me frustraron de niñita […] Si no fuera por la histeria, por la neurosis, por la esquizofrenia que me provocaron yo sería hermosa, puesto que lo que me impide serlo son los rasgos somáticos en que se expresa mi enfermedad, y además la tartamudez herencia o regalo de papá”.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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