lunes, 30 de mayo de 2022

DIOS PROTEJA A UCRANIA Y DE LA PAZ AL MUNDO


En el cuarto mes de la guerra, la rutina convive con el horror

Elisabetta Piqué
ROMA.- El martes pasado la operación especial de Vladimir Putin en Ucrania cumplió tres meses. Tres meses que han sembrado una muerte y una destrucción pavorosa y un odio difícilmente superable entre dos pueblos antes “hermanos”. Tres meses que han trastocado la vida de millones de ucranianos, que han cambiado dramáticamente el escenario internacional y han tenido y tendrán consecuencias nefastas para su geopolítica y para la economía mundial.
Pero el hombre es un animal de costumbre. Y así como los ucranianos en estos tres meses, bien o mal, se acostumbraron a convivir con el horror, con sus familias divididas, con las sirenas que, a toda hora del día, advierten de ataques aéreos, pareciera que también el resto del mundo, bien o mal, normalizó esta virtual Tercera Guerra Mundial en el corazón de Europa que puede durar aun meses, sino años.
En Odessa –donde estuve hasta la semana pasada- ya nadie se inmuta ante ese tétrico ulular de las sirenas que llaman a bajar a algún refugio o sótano, que suelen estar acompañadas por el tañido de las campanas de las iglesias. La gente, al menos la que se ha quedado en esta ciudad legendaria, el puerto más importante de Ucrania, bajo ataque desde el 24 de febrero, sigue con su vida, como puede. Con angustia, fatalismo, determinación a resistir, resiliencia. Es más, hay quienes empiezan a volver después de semanas viviendo en algún país europeo como refugiado, para reabrir su negocio, para intentar seguir adelante, pese a los misiles que pueden caen en cualquier momento.
Después de más de 70 días de cobertura de guerra en Ucrania volver a Roma es chocar con decenas de grupos de turistas que, después de dos años de pandemia, han vuelto a invadir sus plazas y monumentos. Los bares y restaurantes, durante dos años desolados, han vuelto a rebosar de gente.
Aún cuelgan de varios “palazzi” de la ciudad eterna banderas ucranianas amarillas y azules, algunas con la leyenda “paz”, que recuerdan que hay una guerra en curso por la que han ingresado a Italia al menos 100.000 refugiados, la mayoría, mujeres y niños. Pero, cómplice el buen tiempo, las vacaciones de verano que se acercan, la guerra de Putin ya no parece alarmar como cuando comenzó, hace más de tres meses, sobre todo por la amenaza nuclear. También aquí fue de algún modo incorporada, asimilada, en la vida diaria, con todos sus efectos nefastos en términos de inflación, precios más altos, incertidumbre. En este sentido, sorprende percibir que algunos en Italia hasta creen que los ucranianos, las víctimas, los agredidos por Putin, tienen la culpa del abrupto final de toda esa repentina bonanza económica post-Covid que comenzaba a vivirse gracias al millonario paquete de ayuda otorgado a Italia por la Unión Europea.
El espanto de las fosas comunes de Bucha, Irpin, Borodyanka y Mariupol duró poco.
Las intervenciones de Volodymir Zelensky, hombre del año, que causaban admiración al principio, ya no exaltan. La prolongación de la guerra anunciada de Putin -que nadie en verdad se esperaba-, que debía resolverse en pocos días pero que puso en evidencia que los cálculos del zar del Kremlin estaban errados, parece inexorable. No hay solución diplomática a la vista, más allá de los esfuerzos de las principales cancillerías.
Una guerra a la vuelta de la esquina, ahora aparece más lejana. Si al principio era el único y principal tema en diarios y noticieros, al haber ingresado en su cuarto mes ya no es así. El escenario de los combates –al principio alrededor de la capital ucraniana, Kiev, de donde los rusos se han retirado con la cola entre las patas-, ahora se ha concentrado en el sudeste, en la disputada e industrial región del Donbass, donde en verdad ya se combatía desde hace ocho años y en los alrededores de Kherson, única ciudad importante ocupada, cercana a Mykolaiv, otra bajo ataque continuo, al norte de Odessa. Los expertos la llaman una “guerra de desgaste”, al menos hasta que no comience la anunciada contraofensiva ucraniana, sólo posible con la llegada de las armas enviadas por países de la OTAN.
Tres meses de guerra es demasiado tiempo. El vértigo mediático impone dar vuelta la página, cambiar de tema. Del grupo WhatsApp “Odessa”, que juntó a varios corresponsales que últimamente cubrimos el suroeste de Ucrania para intercambiar información logística y que servía, también, para avisar cuando caía un misil cerca o para juntarnos a cenar en el refugio del hotel (tomates, latas de atún, queso, visto que salir era imposible por el toque de queda), ya nadie queda en Ucrania. Salvo un colega, todos han regresado, con la idea de volver más adelante porque esto va a durar mucho tiempo.
“Esto se apaga”, escribió el otro día una colega en otro grupo WhatsApp de periodistas hispanohablantes, en una frase que resumió a la perfección la caída del interés, debido, en parte, a esa normalización o incorporación de esta guerra absurda que sigue cosechando muertos inocentes. Según la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, hasta ahora provocó más de 4000 muertos civiles –entre los cuales al menos 261 niños-, aunque este organismo advirtió que la cifra podría ser mucho mayor.
Más allá de la normalidad que reina en las calles, en las cancillerías la preocupación es mayúscula. Si la guerra no termina antes del invierno europeo, la falta de trabajo, de viviendas –porque la destrucción ha sido tremenda-, de gas, de nafta, de calefacción, desencadenará una segunda oleada de refugiados en Europa, mucho más grande que la primera, que hasta ahora superó los 6 millones de personas. Un escenario dantesco, con efectos globales cada vez más visibles y alarmantes.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.