miércoles, 31 de mayo de 2023

HISTORIA DEL ARTE


Warhol y Basquiat se reencuentran en París
Una gran exposición de la Fundación Louis Vuitton reúne las obras que ambos artistas crearon en colaboración
— texto de Marc Bassets, El País —

No podía haber dos tipos más distintos. A un lado, la vaca sagrada, el genio del arte pop, el hijo de inmigrantes eslovacos en Estados Unidos que captó el Zeitgeist de los años sesenta, un cincuentón cuyo momento quizá había pasado. Al otro, un veinteañero, el niño prodigio de la pintura ochentosa, el hijo de un haitiano y una portorriqueña, el rey del arte callejero.
Andy Warhol (1928-1987) era un artista consagrado, el pope que llevaba dos décadas reinando desde su estudio, The Factory, en la contracultura neoyorquina. Jean-michel Basquiat (1960-1988) era la estrella ascendente del vibrante y desquiciado Nueva York de hace 40 años. En octubre de 1983, una vieja gloria, aunque atentísima a las nuevas tendencias, y el cohete que despegaba coincidieron. Durante dos años, entre 1983 y 1985, crearon juntos unas 160 telas. En palabras de otro contemporáneo, Keith Haring, se convirtieron en “dos espíritus extraordinarios fusionados para crear un tercer espíritu, único y totalmente distinto”. El milagro ocurrió.
“Es una de las más excitantes historias de la historia del arte: cómo se puso en marcha, lo intensa que fue, cómo acabó”, resume Dieter Buchhart, comisario de la exposición Basquiat x Warhol. Pintar a cuatro manos, que puede verse hasta el 28 de agosto en la Fundación Louis Vuitton de París. Añade Suzanne Pagé, directora artística de la Fundación Louis Vuitton: “No olvidemos que, aunque se exhibía por doquier, Warhol era un gran tímido. Y Basquiat era alguien que preservaba totalmente su misterio. Cada uno preservó su misterio ante el otro, que, en el fondo, no lo tocó. He aquí la clave de la fascinación”. “Es algo único que dos artistas de este nivel colaborasen de tal manera que, en efecto, en muchos cuadros de la exposición no se puede saber quién hizo qué”, comenta Jean-paul Claverie, asesor artístico de Bernard Arnault, el presidente de la fundación y el hombre más rico del mundo. “Warhol y Basquiat realizan sus obras sobre la tela a cuatro manos, como si fuesen pianistas”.
Dos potencias
Los números de la exposición, en el edificio de Frank Gehry en el Bois de Boulogne, abruman: 11 galerías, 4 pisos, 80 telas conjuntas más obras de otros artistas de la época y las icónicas fotografías de Michael Halsband con Basquiat y Warhol disfrazados de boxeadores. Unos días antes de la inauguración, el 5 de abril, El País Semanal conversó con Buchhart, Pagé y Claverie, artífices de uno de los eventos culturales del año en París.
La idea, cuenta Claverie, surgió en 2018, cuando se inauguró la retrospectiva de Basquiat en la misma Fundación Louis Vuitton. A la inauguración acudió el galerista Bruno Bischofberger, el hombre que provocó el encuentro entre Warhol y Basquiat. Bischofberger le habló a Claverie del génesis de aquella colaboración. Y la decisión cayó por su propio peso. La retrospectiva en París exigía una segunda parte: la de las obras a cuatro manos. “El señor Arnault en seguida fue muy muy entusiasta”, recuerda el consejero del rey planetario del lujo, que posee varios de los cuadros que pueden verse estos meses en París. Una treintena vienen de la colección de Bischofberger, personaje decisivo en la novela de Warhol y Basquiat. “Fue apasionante trabajar con él, recoger su testimonio, su memoria…”, dice Claverie.
Basquiat y Warhol, y Bischofberger animándolos a colaborar, seguían una tradición en la historia del arte: la de las obras colectivas. “Veo una diferencia entre una colaboración de Rubens con su equipo y dos artistas individuales que, durante un momento determinado de la historia, se encuentran y trabajan juntos mientras al mismo tiempo crean sus propias obras”, precisa Buchhart. “Pero es interesante que literalmente, cuando Basquiat estaba en la ciudad, se encontraba con Warhol en The Factory de 9 a 17. Después se iban a cenar o a una fiesta o a una exposición. Era una conversación muy seria. Warhol y Basquiat no eran una unidad, sino una remezcla de dos estilos”.
La idea de remezcla, como la del hip hop que podría ser la banda sonora de esta historia, o del jazz y la fusión de músicas europeas y africanas, recorre la exposición. Los anuncios de multinacionales o los titulares de tabloides, marca de la casa de Warhol, mezclados con el grafiti de Basquiat y la escritura como arte.
Decía Basquiat de Warhol: “Él comenzaba la mayoría de las pinturas. Ponía en ellas algo muy concreto o muy reconocible, como una cabecera de diario o el logo de un producto, y después yo lo desfiguraba de alguna manera y después intentaba que él lo retrabajase un poco, y después yo lo retrabajaba de nuevo”.
Warhol, en sus diarios, escribió: “Yo creo que estos cuadros que hacemos juntos salen mejor cuando es imposible decir quién ha hecho qué”.
“Lo que les conectó fue la energía y un poco como en un partido de tenis de mesa: uno decía ‘esto’ visualmente y el otro reaccionaba visualmente. Se desafiaban uno a otro. El desafío elevaba lo que hacían”, dice Buchhart, que lleva media vida estudiando a Basquiat y nunca se ha aburrido de él: “Cada vez que veo un cuadro suyo siento que me insufla de nuevo energía”.
El momento culminante de la relación fue a la vez lo que provocó el distanciamiento entre ambos: la exposición conjunta en la galería Tony Shafrazi de Nueva York. Las famosas fotografías de Basquiat y Warhol como boxeadores sirvieron para ilustrar el cartel. Recibieron críticas demoledoras. La de Th
New York Times fue determinante para el final de esta historia. “Hace un año escribí que Jean-michel Basquiat tenía una oportunidad para convertirse en un muy buen pintor, siempre que no sucumbiera a las fuerzas que quieren convertirle en una mascota del mundo del arte”, escribió la crítica de arte Vivien Raynor. “Este año”, añadió en referencia a la exposición, “parece que estas fuerzas han prevalecido”.
Final amargo
En el catálogo de la Louis Vuitton, Bischofberger escribe: “Basquiat, que esperaba ganar en notoriedad gracias a esta exposición y la consagración gracias al célebre Warhol, se sintió decepcionado por la reacción de la crítica y prácticamente decidió poner fin a las sesiones de pintura en The Factory”. Warhol moriría en febrero de 1987 tras una operación. Basquiat, en agosto de 1988 de una sobredosis.
Post mortem, hubo críticos más despiadados aún, como Robert Hughes: “Basquiat nunca dio la impresión de poder convertirse en un pintor realmente de calidad. Su importancia era meramente como síntoma; significa poco más que la histeria de la reputación instantánea que todavía afecta de manera grotesca al gusto americano. Sus admiradores son como una banda de antiabortistas que adoran el feto de un talento y se ponen rapsódicos hablando de qué gran hombre habría sido si hubiese vivido”. Hughes, en el mismo artículo, calificaba la obra conjunta de Warhol y Basquiat de “pinturas colaborativas sin valor”. El artículo, en alusión al cartel de la exposición de 1985, se titulaba
Réquiem por un peso pluma.
Después hubo películas consagradas a ambos artistas y a aquella amistad, libros y retrospectivas que engrandecieron el mito. La electricidad –la de los personajes y su leyenda y la de los cuadros– no se ha apagado.
“Hoy, 40 años después, son de una modernidad…”, dice Claverie. “Son símbolos del arte que baja a la calle, de formas diversas de expresión ligadas a la vez a las artes visuales, a la música, a las artes gráficas, al arte presente en la ciudad y en nuestra vida cotidiana. No es un arte sacralizado”. Añade Pagé: “Hay un eco hoy del lenguaje de la pintura completamente electrizado por aquella colaboración: la pintura se redespliega de nuevo por los muros en la calle. Durante un tiempo había desaparecido en favor de un lenguaje más conceptual, video, instalaciones, performances. Y de repente hay una renovación de la pintura”. Son cuadros, añade, que hablan al mundo actual: “Todo lo que tiene que ver con el racismo, la violencia, la imaginería urbana… Todo esto está presente hoy”.
Basquiat –y Warhol– han ganado la batalla del tiempo o, en todo caso, la del público y el mercado. La exposición en París es la prueba irrefutable

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