lunes, 29 de mayo de 2023

LECTURA


Alejandro Zambra y una nueva mirada sobre la paternidad
El escritor chileno propone una novela híbrida acerca de la relación con su hijo
Verónica Boix
En la literatura escrita por hombres uno de los temas tradicionales es la búsqueda del padre, que tiene como modelo histórico a Hucklberry Finn. Ya sea un tirano, un héroe o brille por su ausencia, muchos autores indagaron en ese origen con la esperanza de hallar la herencia y la identidad. Resultaba inusual hasta no hace tanto tiempo, en cambio, encontrar una búsqueda en la dirección contraria: tal vez porque pensaran que era un tema menor o que era cosa de mujeres, los hombres no escribían sobre sus hijos.
La cuestión parece haber virado drásticamente. De buenas a primeras, en los últimos años surgió una novedosa literatura sobre paternidades. Los escritores latinoamericanos, en todo caso, parecen haber tomado la vanguardia. Algunos de ellos dieron un giro a la mirada para adentrarse en arenas movedizas, a veces tiernas, a veces desafiantes, y empezaron a escribir sobre sus propios hijos. Esas narraciones se leen con un doble eje: por un lado, descubren la riqueza del vínculo con los más chicos, y en ese camino, parecen vislumbrar una especie posible de nueva masculinidad.
En otras lenguas, el único intento digno destacado es el del noruego Karl Ove Knausgård que en Un hombre enamorado –el segundo tomo de su celebrada serie Mi lucha– se adentra en el tema de la paternidad, esquiva el relato estereotipado y transmite cierto temor al lector por las ambivalencias, las inseguridades y la vacuidad que exhibe en ese hombre desorientado (son más de 600 páginas) que empuja un cochecito de bebé. En su posterior Cuarteto de las estaciones, busca en cambio contarle a su hija por medio de cartas el mundo con el que se encontrará.


En el extremo geográfico opuesto, el escritor chileno Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) viene rondando el tema desde hace tiempo. Quizá por eso su flamante Literatura infantil se lee con la sensación de divisar un espacio alto, lleno de aire y luz. Es una suerte de diario de paternidad que narra anécdotas con su hijo Silvestre, con su padre, entre abuelo y nieto. Todo por medio de una escritura que le saca chispas a las palabras para que iluminen eso que el lenguaje rara vez es capaz de alcanzar: la creación de un vínculo íntimo entre hombres. Zambra es poeta antes que ninguna otra cosa, y se nota, porque hace de lo cotidiano un lugar de revelaciones inesperadas.
No se queda ahí, sin embargo. Al escritor chileno le gusta borrar la frontera entre la experiencia personal y la ficción. Este libro –su sexta novela, aunque es más bien híbrida– no es una excepción: tiene momentos de intimidad entrañable y otros poco menos que lisérgicos. Por ejemplo, cuando, después de haber tomado unos hongos para solucionar su dolor de cabeza, un padre aparece arrodillado en el suelo en un intento por volver a aprender a gatear.
A esos tramos,se suma uncuento con dos mejores amigos que construyen un código sobre la base de malas palabras, y otro sobre un libro que el padre le recomienda en su juventud y sigue un camino sinuoso. Pensadas en conjunto, las diversidades y las recurrencias de Literatura infantil muestran una masculinidad vulnerable, torpe, por momentos ridícula. Y es precisamente en ese tambaleo donde se adivina la posibilidad de cómo ser un varón más libre en el mundo contemporáneo.
El tema, como se dijo, rondaba al escritor chileno mucho antes de convertirse en padre de Silvestre. Se percibe una nueva madurez en las distintas facetas que toca, en los diálogos, en las preocupaciones de un padre frente al chico que crece y demanda respuestas imposibles de dar. En Poeta chileno, su anterior novela, surgían preguntas similares, pero con una perspectiva más ficcional, más cercana al relato convencional de una vida. Esa historia relata las experiencias de un hombre joven que, por el azar del amor, se convierte en padrastro del hijo de su pareja. Es un modo de sumergirse en distintas maneras de amar, que expone a la vez el modo en que la paternidad es un vínculo siempre en construcción. Al mismo tiempo explora esa otra familia más amplia de la que se siente parte: la poesía chilena.
El vaivén entre el futuro con el hijo propio, y el pasado personal también encontró reflejo recientemente en Umbilical, de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), escritor argentino radicado desde muy joven en España. El libro es una suerte de carta de amor que el autor le escribe a su hijo Telmo, y se transforma en un diario fragmentario, desde el momento de la concepción hasta el primer año de vida del bebé. Los textos que hilan Umbilical rondan el lenguaje poético, por la síntesis, por las imágenes, por la dulzura. Le habla directo a ese ser que todavía no tiene lenguaje verbal. En su mayoría son escenas de crianza, detalles significativos del mundo cotidiano de padre e hijo. A veces aparece cierta candidez, cierto arrobamiento. El de Neuman es un intento valiente de abrirse a la experiencia con todos los sentidos alerta para narrar el amor pleno de un varón hacia su hijo recién nacido.
En Poeta chileno, Zambra enlaza ese amor con su pasión por la literatura, algo que profundiza en su nuevo libro. Primero se pregunta qué clase de espejo será un hijo, y muy pronto se lo ve frente al bebé en mil intentos por llegar a él. Explora un hacer cotidiano en el que el paso del tiempo es al mismo tiempo el aprendizaje de un lenguaje, un modo de hallar lecturas compartidas, de contarle el mundo, de contarse el mundo. El ritual de la lectura antes de dormir es clave, una ceremonia que empieza en voz alta y que algún día, a medida que el chico crezca, se convertirá en un momento silencioso y solitario que acaso seguirá uniéndolos.
“Olvidamos justo la parte de la infancia que luego observamos en nuestros hijos”, escribe el autor chileno. Es en esas fallas, en los accidentes, en los imprevistos donde Literatura infantil Zambra encuentra su mejor versión.

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