viernes, 29 de septiembre de 2023

POBREZA POR 3


Por la inflación, la pobreza subió al 40,1% y alcanza a 18,5 millones de personas
El dato es del primer semestre del año; advierten que se agravó con la devaluación
Alfredo Sainz
De la mano de la inflación y de la licuación de los ingresos, la pobreza cruzó la barrera del 40% y ya afecta a cerca de 18,5 millones de personas en todo el país. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec reveló ayer que en el primer semestre del año la pobreza alcanzó el 40,1%, lo que implica un salto de casi un punto frente a la medición de fines de 2022 (39,2%) y de 3,6 puntos en relación con el mismo período del año pasado (36,5%). En tanto, la indigencia –los más pobres entre los pobres– tocó el 9,3%, contra el 8,1% de diciembre del año pasado.
El índice no sorprendió a los analistas, que descontaban una profundización del problema y que advirtieron que los datos aún no contemplan el fogonazo inflacionario que se registró tras la devaluación post PASO, del 18%.
De la mano de la inflación y de la licuación de los ingresos de la población, la pobreza en la Argentina cruzó la barrera del 40% y ya afecta a cerca de 18,5 millones de personas a nivel país. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec informó ayer que en el primer semestre del año la pobreza alcanzó al 40,1%, lo que implica un salto de casi un punto frente a la medición de fines de 2022 (39,2%) y de 3,6 puntos en relación con al mismo período del año pasado. Por su parte, la indigencia –los más pobres entre los pobres– tocó el 9,3% contra el 8,1% de diciembre del año pasado.
El índice que se conoció ayer no sorprendió a los economistas y analistas, que ya daban por descontado una profundización de los niveles de pobreza como producto de la mayor inflación. En los últimos doce meses la canasta básica de alimentos –que sirve de piso para determinar los niveles de indigencia– acumuló una suba de 146,4%, mientras que la canasta básica total –que determina la pobreza– sufrió un alza del 137,7%.
La situación de los jóvenes
La situación más alarmante se registra entre la población más joven. Según los últimos datos del Indec, entre los menores de 17 años el 57% es pobre y la peor cifra se registra entre los adolescentes (entre 12 y 17 años), franja donde el índice trepa al 59%, mientras que la indigencia llega al 16%.
Por ciudades, la mayor cantidad de pobres se verificó en Gran Resistencia, Chaco, con una tasa de pobreza del 60,3%, seguida por Concordia, con 58,3%. En el conurbano bonaerense el índice se ubicó casi siete puntos por encima del promedio nacional, con un 47%. Del otro lado de la General Paz, CABA exhibe los mejores números, con una pobreza que alcanza al 17,3% de la población.
En el caso de la indigencia, Resistencia y Concordia también encabezan la lista con 18,8% y 18,1%, respectivamente. En el conurbano bonaerense el número llegó al 11,6%, mientras que la ciudad con un menor porcentaje de indigentes a nivel nacional es Comodoro Rivadavia, con apenas 2,8%. En CABA el índice de indigencia llegó al 5,4%.
Los antecedentes
El último antecedente del país con una tasa de pobreza superior al 40% hay que rastrearlo en el primer semestre de 2021, cuando el país todavía enfrentaba la pandemia y la economía empezaba a salir de la caída inducida por el confinamiento más estricto. En ese momento, el porcentaje de la población que era pobre llegaba al 40,6% y la indigencia alcanzaba al 10,7%.
Más atrás en el tiempo, para encontrar indicadores sociales tan regresivos hay que irse hasta 2002. La explosión de la convertibilidad provocó que el índice de pobreza se disparara al 57,5% y, el de indigencia, al 27,5%.
Los analistas además alertan que lo peor podría estar por venir. Los datos que se acaban de conocer corresponden al primer semestre del año y, por lo tanto, no contemplan el fogonazo inflacionario que se registró tras la devaluación de agosto pasado.
El dato del Indec corresponde al relevamiento de 31 aglomerados urbanos, que en total suman 29 millones de personas, de los cuales 11,8 millones están por debajo de la
Los especialistas prevén que el índice pegue otro salto en la próxima medición
línea de pobreza. Si los porcentajes se extienden a toda la población (un poco más de 46 millones), incluyendo la rural, equivale a cerca de 18,5 millones de pobres, de los cuales 4,3 millones son indigentes.
De acuerdo con el relevamiento que realiza el Observatorio de Deuda de la UCA, el proceso de empobrecimiento se fue profundizando en los últimos meses y, en el segundo trimestre del año, el índice se ubicó en 41,3 por ciento.
“Todo indica que lo peor está por venir y que el número de pobreza del segundo trimestre va a ser el piso parala segunda mitad del año, que viene con el efecto potenciado de la última devaluación”, señaló Martín González Rozada, director de la Maestría en Econometría de la UTDT.
“El dato que se publica hoy [por ayer] ya es una foto vieja. Y cuando se conozca el próximo índice la pobreza va a pegar otro salto porque va a incluir lo que pasó en agosto con los precios de los alimentos después de las PASO”, coincide Milagros Gismondi, economista de la consultora Empiria.
El empleo no alcanza
A la hora de identificar cuáles son los motores de este crecimiento de la pobreza en la Argentina, todas las miradas apuntan al impacto de la aceleración de la inflación, que en términos interanuales se ubicó en 124,4% en agosto.
“Acá no hay ningún misterio. Si uno compara la evolución de los precios de la canasta básica total con lo que pasó con los salarios, se descubre que los ingresos están corriendo claramente por debajo de la inflación con lo cual la pobreza va a crecer”, explicó González Rozada.
Los especialistas destacan que en la coyuntura actual no hay una relación tan directa entre los niveles de empleo y los de pobreza, lo que explica que crezca el número de pobres en una economía con tasas mínimas de desempleo. “Hoy tenemos 15 puntos de pobreza más de los que había en 2017, cuando en ese momento el desempleo era más alto”, señaló Gismondi.
Sin subestimar el peso de la inflación en los ingresos, en la consultora ExQuanti además advierten sobre otros problemas que arrastra la economía argentina. “La inflación claramente explica esta suba de la pobreza, pero tampoco hay que perder de vista que estamos en una economía que hace mucho tiempo que no crea empleo. Si bien no lo destruye, no genera empleo genuino, con lo cual el ajuste que hoy estamos viviendo no es por el stock de trabajo, sino por los salarios”, explican en la consultora ExQuanti.

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Temores por lo que vendrá
Silvia Stang

Con la exposición de la foto de una película que en estos días ya está en otro tramo, el Indec informó ayer que el 40,1% de los habitantes de las poblaciones urbanas de la Argentina vivía en la pobreza en el primer semestre de este año, en tanto que el 9,3% sufría, además, la indigencia.
La estadística fue difundida en la misma tarde en la que quedó oficialmente definido que se liberará de Ganancias a los empleados con salarios de hasta $1.980.000 y que habrá un significativo alivio de la carga fiscal para quienes tienen remuneraciones superiores. Es decir, con un costo fiscal, se concretará una mejora que podría ser de hasta 40% del ingreso de bolsillo para quienes están más arriba en la pirámide de ingresos de una Argentina con un drama social creciente.
En la coincidencia se revela una paradoja que se da en estos tiempos caracterizados por la alta inflación y por ser muy próximos a las elecciones que tienen como candidato a presidente al ministro de Economía de la Nación y hoy decisor del Gobierno, Sergio Massa.
La inflación deteriora la situación social y también distorsiona con fuerza el esquema del impuesto sobre los ingresos. Esto último hacía necesarias varias correcciones, pero sin necesidad de llegar, según marcan no pocos economistas y tributaristas, a prácticamente eliminar, en un escenario de desequilibrios sociales y fiscales, una imposición que, en el mundo y cuando está adecuadamente aplicada, es vista como una de las más progresivas.
Los datos de pobreza e indigencia, de por sí reflejos de una realidad social angustiante, corresponden a la primera mitad del año, un período en el cual la inflación general medida por el Indec se movió en índices de entre el 6% y el 8,4% mensual.
Luego, y mientras julio dejó una variación de precios de 6,3%, el 12,4% de agosto estrenó un nivel de dos dígitos en el índice mensual de suba promedio de precios. Si se miran solo los precios vinculados en forma directa con el cálculo de los índices sociales, se observa que solo en julio y agosto el valor de la canasta básica alimentaria (CBA) se incrementó un 25,3%, en tanto que el de la canasta básica total (CBT) subió un 22,5%.
Los precios de esas canastas son insumos básicos para el cálculo de la indigencia y de la pobreza, respectivamente. Son valores que se cruzan con los resultados de la encuesta permanente de hogares (EPH) referidos a ingresos. Y, entonces, para la estadística son considerados indigentes quienes viven en hogares donde el dinero no alcanza para comprar los alimentos más básicos (los que cubren, según cómo está integrado cada hogar, los requerimientos “kilocalóricos y proteicos imprescindibles”). El valor del conjunto de alimentos que marca qué ingresos se debe tener para no caer en la indigencia se multiplica, por otro lado, por un coeficiente, y de esa cuenta resulta el costo de la canasta total, que define el umbral de la pobreza.
Aún no hay datos de qué ocurrió con los ingresos en el bimestre extendido entre julio y agosto. En el primer semestre del año, mientras que el costo de la canasta de alimentos subió un 55,1% y el conjunto de bienes que define el umbral de la pobreza se encareció un 52,4%, los salarios del sector registrado avanzaron nominalmente un 47,4%, y los del segmento informal lo hicieron en un 41%. Así, los del primer grupo perdieron, en promedio, un 5% del poder adquisitivo frente a los alimentos más básicos; y los del segundo grupo vieron caer su ingreso real más de 9%.
Es muy difícil, claro, que personas y familias viviendo su día a día se vean reflejadas en expresiones numéricas y, más aún, en datos que intentan ser un promedio en función de una metodología estadística. Las realidades y las necesidades a satisfacer varían y, por otro lado, hay que considerar que la estadística conocida ayer se refiere a la pobreza por ingresos, mientras que existen otras carencias en cuestiones estructurales y déficit varios en el acceso a servicios básicos .
Por caso, según el informe del Indec, el 57% de los chicos de hasta 17 años vive en hogares donde el dinero es insuficiente para comprar lo básico, mientras que un informe de Unicef advirtió días atrás que siete de cada diez menores están en situación de pobreza, pero por alguno de dos motivos (o por ambos): porque a sus hogares no ingresa suficiente dinero, o porque sufren la privación del ejercicio de algún derecho esencial, como el acceso a la educación, a una vivienda adecuada y no ubicada en cercanía de fuentes de contaminación; a la atención sanitaria o a los servicios de saneamiento en el hogar.
En la segmentación del mercado laboral de la Argentina hay señales inequívocas de la crisis y el empobrecimiento. La realidad de los informales es heterogénea, con personas ocupadas en actividades por cuenta propia muy precarias. Según datos publicados por el Instituto Torcuato Di Tella, elaborados sobre la base de datos de la EPH del Indec del primer trimestre del año, la brecha entre el ingreso promedio de los asalariados informales y el de los formales llegó a casi cuatro veces: por cada $100.000 cobrado por los registrados, los no registrados perciben alrededor de $25.500. Del mismo estudio surge que la informalidad afectaba en esos meses al 51,3% de los ocupados, considerando el total de asalariados y cuentapropistas.
Al compás de la campaña electoral y tras la aceleración de la inflación que siguió a la devaluación oficial del 14 de agosto, en el actual septiembre y en los meses siguientes, diferentes grupos de la población obtendrán más dinero en forma directa o indirecta. Lejos de ser una solución a un problema que echó raíces en el país, los economistas ya advierten que el llamado “plan platita” llevará a una mayor emisión de pesos, de los que pierden su valor día a día. Y eso, a su vez, terminaría en una mayor inflación, el problema que es el cimiento, en definitiva, de la pobreza sufrida por tres de cada diez hogares de la Argentina.
En julio y agosto el costo de la canasta alimentaria aumentó el 25,3%
La mitad de los ocupados son informales y tienen ingresos escasos...


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Una deuda creciente que en 40 años de democracia no se consiguió saldar
Agustín Salvia
Según el Indec, durante el primer semestre la pobreza ascendió al 40,1% y, dentro de ella, la tasa de indigencia también aumentó, afectando al 9,3% de la población.
Si bien estos datos no sorprenden, dado el régimen inflacionario que degrada los ingresos de los hogares, en el marco de la crisis que transitamos, se trata de datos que van quedando viejos.
Durante los últimos meses, la situación habría empeorado aún más, y eso sigue sucediendo a pesar de la lluvia de medidas de alivio social dadas por el oficialismo. Ahora bien, los problemas que enfrentamos son mucho más complejos.
Si desentrañamos los datos oficiales, el mundo de la pobreza se conforma, por una parte, de un 25/30% de pobres crónicos (de entre dos y tres generaciones), entre los cuales el riesgo de pobreza extrema se ha duplicado en los últimos 10 años, y, por otra, de al menos un 15% de nuevos pobres ex clase media (seis millones de personas).
Lejos de toda paradoja, el 48% de la población vive en un hogar que recibe asistencia pública y apenas tenemos 6,2% de desempleo abierto.
Sin duda, la situación sería mucho peor si no tuviera lugar, detrás del consumo inflacionario –en gran parte generado por el gasto social–, un aumento de la demanda agregada de autoempleos informales de muy baja calidad, a partir de los cuales las familias pobres luchan por su supervivencia.
Es decir, un régimen económico estanflacionario que inhibe las inversiones, bloquea la creación de buenos empleos, extiende la informalidad y, como consecuencia, genera día a día más pobres y menos clases medias, pero hace posible que los de abajo sobrevivan en la marginalidad, y que el sistema transite por una relativa paz social.
Sin embargo, no es este el caso de los sectores populares y medios, de naturaleza aspiracional, para quienes la caída –tanto relativa como absoluta– no parece tener piso, y, peor aún, no tener salida.
Por lo mismo, la pobreza es apenas la manifestación de problemas mucho más cruciales, tanto económicos como políticos.
Detrás de los datos de la pobreza está el persistente fracaso económico de una Argentina que sólo ofrece oportunidades de progreso al tercio superior de la pirámide social, al tiempo que se perpetúa la marginalidad en el tercio inferior, y se empuja hacia abajo al tercio intermedio, indefenso y vulnerable.
En ese marco, no deben extrañar las expresiones de rechazo a la política en el comportamiento electoral. Quizá lo que deba sorprender es que la reacción no haya sido ni sea todavía mayor.
Mucho ruido pero...
La sociedad argentina acumula varias décadas de mala praxis en materia de crecimiento, progreso social y distribución del ingreso.
La situación se explica básicamente por la escasa o nula voluntad de las elites políticas para asumir la tarea de montar de manera colaborativa acuerdos que permitan tanto salir de la crisis como garantizar un desarrollo sostenido con inclusión social.
Un enorme vacío político que no deja de profundizarse en medio de la actual crisis.
A pesar de que los discursos crispados, las promesas febriles o las medidas electorales de alivio social intenten distraer por un momento el cansancio, domina el fastidio y la anomia ciudadana.
Ni liberales ni republicanos ni populistas pueden escaparle a la responsabilidad de haber llegado a este estado de cosas.
En este marco, no solo la pobreza, la marginalidad y la desigualdad se perpetúan como resultado de falta de política económica, sino que también se profundiza la desconfianza en los dirigentes, los partidos, los poderes de la república.
La pérdida de legitimidad social se extiende a los medios de comunicación, empresas privadas, sindicatos, movimientos sociales e incluso a las iglesias.
Crecen los sentimientos anti sistema que hacen posible la emergencia de discursos autoritarios e irracionales.
La situación es francamente crítica, pero no sólo en clave al sostenimiento de la paz social, sino también de la legitimidad de la democracia y de sus instituciones.
Estamos transitando una crisis fractal, un fin de ciclo, el fin de un régimen económico y político fallido. Pero a no confundir, el problema no son las instituciones democráticas, en tanto que constituyen apenas una valiosa caja de herramientas que requiere de hábiles orfebres; ni mucho menos un pueblo que la lucha paciente y decentemente todos los días para sobrevivir en paz, pero que demanda soluciones que la acción política no garantiza.
Un compromiso central de las democracias maduras ha sido, en un marco de libertades políticas, crear condiciones para el crecimiento, el progreso y la movilidad social, elevando el piso de oportunidades de bienestar y reduciendo injusticias.
En nuestra joven democracia este compromiso todavía no ha logrado instituirse, ni como práctica política ni como mandato moral entre las dirigencias. La lucha por el poder en sí –interés particular inmediato– y no para sí –interés estratégico colectivo– ha dominado la escena política.
Son las dirigencias de toda naturaleza las que deben reconvertirse y encarar de manera urgente un “acuerdo” de reformas económicas, políticas y sociales que nos saquen de la crisis.
La buena noticia es que, más por espanto que por amor, están dados los incentivos y las condiciones materiales para que ello ocurra.
La mala noticia es que todavía son insuficientes las señales con rumbo a este objetivo en el interior mis modela clase política. Mientras esto no ocurra, la pobreza, la desigualdad y el malestar social continuarán creciendo y la democracia debilitándose, incluso en su capacidad de hallar formas de autopreservación. 
El mundo de la pobreza se conforma de un 25/30% de pobres crónicos (entre 2 y 3 generaciones) y al menos un 15% de nuevos pobres (ex clase media)

El autor es jefe del Observatorio de la Deuda Social Argentina/UCA UBA/CONICET

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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