viernes, 29 de septiembre de 2023

RECONFIGURACIÓN EN EL PODER


El círculo rojo recalcula y tiende puentes con Milei

Laura Di Marco

El círculo rojo hace cálculos y mira sondeos. Un importante consultor soltó, durante la última semana, un diagnóstico estremecedor ante un grupo de empresarios: “No es que la gente no se dé cuenta de quién es Milei. Al contrario: la gente quiere votar a un loco porque siente que durante los últimos 40 años los cuerdos le arruinaron la vida”.
No son solo jóvenes o pobres los que sostienen ese supuesto deseo, sino también una parte de la clase media argentina, que dolorosamente viene perdiendo calidad de vida, pero que aún mantiene un intacto ADN de progreso. Un anhelo ancestral, incesante, de movilidad social que históricamente ha sido el aliento en la nuca de todos los gobiernos. Una clase media que no está dispuesta a mirar la escena desde afuera y quedar excluida del sistema: su máximo temor.
“Lo que viene es un ajuste doloroso y alguien tiene que hacerlo. Hasta ahora ningún político tradicional se atrevió. ¿Y por qué no pensar que lo puede hacer un outsider? Tal vez sea mejor que lo haga alguien que venga desde afuera del sistema”, razona un importante hombre de negocios. El círculo rojo sigue haciendo números y coleccionando información del presente, pero también de crisis pasadas, como la de 2001: el ajuste implicará un seguro salto inflacionario. Y la inflación, como suele suceder, podrá licuar los pasivos de sus empresas. Milei, ¿un Remes Lenicov feo, sucio y malo, pero de igual eficacia para una tarea desagradable?
Imaginan que si en un probable escenario llegara a ganar Milei, ninguna fuerza política tradicional tendría la fortaleza suficiente para condicionar el gobierno de un outsider.
Por el contrario, el exitismo de la política argentina alienta a prever que, aun sin ningún gobernador propio, Milei podría encontrar voluntarios que corran en auxilio del ganador. En este hipotético escenario, el libertario debería apoyarse, necesariamente, en gobernadores radicales y peronistas. Radicales –algunos de una nueva camada– que ya cosechan cinco gobernaciones, pero que son aborrecidos por el líder de La Libertad Avanza. Hace rato que Macri se viene ofreciendo como el domador del león, un tema naturalmente tabú, mientras la campaña de Juntos por el Cambio continúe su curso. Nadie arriesga qué grado de éxito podría tener semejante domesticación.
Un importante grupo mediático acaba de mantener su primera reunión con el exótico jefe libertario. “¿Y? ¿Cómo fue?”, preguntó un gobernador, intrigado por semejante maridaje. “Fue una buena reunión. El poder te acomoda”, le explicó, para su asombro, un testigo del encuentro. Lo que nunca se sabe es si el poder te acomoda para bien o para mal.
¿Y Juntos por el Cambio? No son pocos los que, en el círculo rojo, dan por rota a la coalición opositora aun antes del resultado del 22 de octubre. Y definitivamente rota si Patricia Bullrich quedara fuera del ballottage. La argumentación está apoyada en datos. Entre 2021 y las PASO de 2023, la alianza opositocompletar ra perdió 14 puntos, mientras que Unión por la Patria (ex Frente de Todos), con un descalabro económico de magnitud y una inflación mensual de dos dígitos, perdió poco más de 6. Misterios argentinos.
Las relaciones entre un radicalismo empoderado y Macri están seriamente desgastadas. El creador de Pro les acaba de dedicar a sus socios la peor frase que podría definirlos: el populismo es contagioso, dijo, por la grieta abierta dentro de la UCR a raíz del tratamiento de la ley que elimina el impuesto a las ganancias de los salarios, propuesta por Sergio Massa. Un Massa siempre al acecho para ver por cuál grieta puede meter baza en el partido centenario.
“Populismo se utiliza como un insulto –tercia, picante, el politólogo de militancia radical Andrés Malamud–. Cuando a vos algo no te gusta lo llamás ‘populista’. Sin embargo, el único populismo que existe para Macri es el económico: el que gasta de más, o sea, lo que él hizo toda la vida. Lo hizo ocho años en CABA y lo siguió haciendo como presidente, y por eso fracasó”.
La dureza del politólogo, que vive y enseña en Lisboa, es compartida secretamente por una nueva camada joven de dirigentes radicales, algunos triunfadores en las nuevas gobernaciones, quienes, como sugieren algunos, buscan superar el síndrome de Estocolmo y liberarse de su secuestrador. Es decir, de Pro.
Sigue Malamud: “Para Macri, el populismo contagió al 70% del radicalismo, que son los que quieren distribuir; tipos blandos, que no tienen estómago para ajustar. Y hay otro 30%, con (Alfredo) Cornejo a la cabeza, que es alvearista (el ala liberal). Son los que no solamente creen que hay que ajustar, sino que además lo hicieron en sus provincias. Macri cree que el 70% del radicalismo populista contagió al 30% de Pro, que es (Horacio) Rodríguez Larreta. Es decir, pone a Rodríguez Larreta no solo como populista, sino también como minoritario”.
Hay síntomas de un claro fin de ciclo. Cristina Kirchner habló el sábado pasado y no movió el amperímetro. Es peor que lo que define Kicillof: los tradicionales éxitos de las viejas bandas de rock empiezan a perder brillo. Es cierto que urge inventar canciones nuevas. Milei va a la cabeza del coro.
Pero la gran novedad es que, por el lado de la “casta” radical, también están surgiendo nuevos rockeros: Gustavo Valdés, el gobernador de Corrientes, que apadrinó al nuevo mandatario chaqueño, Leandro Zdero. Valdés, además, articula a la dirigencia opositora al peronismo del Norte Grande. Maximiliano Pullaro, el nuevo gobernador santafesino, que logró el resultado electoral más contundente desde el regreso de la democracia en una provincia de neto corte peronista. Pullaro superó incluso las mejores marcas de Carlos Reutemann en su esplendor.
El pampeando Martín Berhongaray, que este año le ganó la interna a Pro y que quedó a apenas cinco puntos del peronista Sergio Ziliotto, también se destaca en esta renacida escudería. Y se perfila en un territorio muy peronista donde, igual que sucedía en Santa Fe, desde 1983 lidera el PJ. Podríamos al cuadro con el propio Martín Lousteau, que quedó muy cerca de Jorge Macri en la interna porteña.
La nueva camada radical, esa que supuestamente tiene ansias de autonomía y que empieza a superar no solo el síndrome de Estocolmo, sino también el duelo por la debacle de Fernando de la Rúa y la muerte de Alfonsín, comparte un sesgo generacional: todos tienen entre cuarenta y “cincuenticortos” años.
En el búnker de su triunfo, Pullaro no se privó de lanzarle reproches a Patricia Bullrich, aliada de un sector de la UCR. “Vos a mí nunca me apoyaste, pero yo sí te voy a apoyar a vos”, le enrostró. Hacía 60 años que la UCR no ponía un gobernador en Santa Fe. En el entorno del flamante gobernador aún están resentidos por la campaña destructiva de Carolina Losada, que lo asoció con el mundo narco. Las palabras nunca son inocuas, aunque Cristina crea que los agravios prescriben a los seis meses. No es así. Algunos conservan su efecto durante años.
Nada está escrito en las estrellas. Las encuestas pueden equivocarse y, de hecho, se equivocan. Los cisnes negros suceden. Pero, por las dudas, el círculo rojo tiende puentes con Milei. “¿Bucaram o Bolsonaro?”, se preguntan, en el mundo de los que deciden, buscando modelos –tal vez una vista previa– de lo que podría parecerse a una experiencia del libertario en el sillón de Rivadavia. En ese olimpo, nadie cree que será la víctima primaria de un ajuste muy doloroso, aunque nada garantiza que lo que viene nos alcance a todos.

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