martes, 31 de octubre de 2023

DANIEL BURMAN Y LA IDENTIDAD JUDÍA (SERIE...PELÍCULAS)


LA IDENTIDAD JUDÍA, EN EL FOCO DE DANIEL BURMAN
EL DIRECTOR HABLA DEL REGRESO DE IOSI, EL ESPÍA ARREPENTIDO Y DE LA IMPUNIDAD FRENTE A LOS ATENTADOS EN EL PAÍS
— texto de José Totah —
Los judíos están por invadir la Patagonia. Ya no hay dudas al respecto. El desembarco es inminente. No está claro aún si llegan en submarinos, para invadir a la altura de Puerto Madryn, o si los lanzan en paracaídas sobre Bariloche. ¿Qué hacer para estar bien preparados? Muy fácil: infiltrar a un espía de la Policía Federal en la comunidad judía argentina para desbaratar el plan. ¿Qué puede salir mal? En principio, tres cosas: que el buen agente se enamore de una chica de la cole y empiece a sentirse profundamente judío; que, en su doble juego, aporte información útil para atentar contra la Embajada de Israel y la AMIA, y que se meta hasta la nariz en la trama de la carrera armamentista argentina de principios de los 80, con el misil Cóndor como punta de lanza. La serie Iosi, el espía arrepentido, que acaba de estrenar su segunda temporada por Prime Video, narra esta increíble historia de espionaje, lealtades y caminos pifiados a la redención en plena vuelta de la democracia. “La serie es un espejo de la tragedia argentina que estamos viviendo, una tragedia circular, un mal sueño que ni siquiera termina mal”, afirma su director, Daniel Burman.
La primera escena de esta nueva temporada transcurre en un puerto español. Una agente del servicio secreto israelí mira por binoculares cómo un barco se aleja de la costa con containers que, supone, están repletos de armamento. Se desespera, pero no puede hacer nada (hasta ahí se puede contar). Mientras tanto, a un océano de distancia, en el corazón del barrio de Once, el agente Iosi Pérez es un policía infiltrado en la comunidad judía para investigar el llamado Plan Andinia, una supuesta conspiración sionista para anexar la Patagonia a Israel.
Pero, ahora mismo, Iosi está en la búsqueda desesperada de su identidad: por un lado, el Mossad le pide que siga el rastro del misil Cóndor; por el otro, la Policía lo necesita cerca de uno de los popes de la colectividad judía, que tiene llegada directa a la Casa Rosada. Como telón de fondo están los atentados terroristas más mortíferos perpetrados en suelo argentino (a la Embajada de
Israel, el 19 de marzo de 1992, y a la AMIA, el 18 de julio de 1994). Basada en el libro Iosi, el espía arrepentido (Sudamericana, 2015), de Miriam Lewin y Horacio Lutzky, la serie fue dirigida por Daniel Burman y Sebastián Borensztein, con un elenco destacado: Gustavo Bassani, Alejandro Awada, Mercedes Morán, Natalia Oreiro, Carla Quevedo, Matías Mayer y Minerva Casero, entre otros.

Según Burman, la trama pone sobre la mesa los términos de la “gran tragedia argentina” [esta entrevista se realizó antes de los ataques de Hamas del pasado 7 de octubre y de la respuesta israelí. Consultado sobre el tema, el director no respondió nuevas preguntas; Prime Video informó que ya había finalizado la etapa de promoción de la serie con los medios]. –¿Qué querés decir exactamente con eso de que “la tragedia argentina es circular”?
–Lo que pasó con los atentados en el país es, también, un espejo de la gran tragedia argentina que estamos viviendo. En las tragedias griegas, el final generaba algún tipo de enseñanza, o de nueva era, o de transición. Como sociedad nosotros estamos en una tragedia sin fin.
–¿Te referís específicamente a la crisis económica?
–No, no. La situación que vivimos como sociedad va mucho más allá de índices inflacionarios, de pobrezas o de un vacío de poder. Vivimos una anarquía intelectual, en un sentido muy paradójico, en un mundo de pensamiento mágico, infantil, en el que las propuestas tienen que ver con los propios discursos y no con las realidades. Creo que la propia tragedia es, al final, un camino que llega a algún lado, que concluye y da pie a algo nuevo. Nuestra tragedia argentina es circular, es un mal sueño que ni siquiera termina mal (porque básicamente no termina).
–¿La historia que contás en la serie, con los dos atentados como telón de fondo (Embajada de Israel y AMIA), es un caso práctico de impunidad made in Argentina?
–Creo que hay algo de la historia de Iosi que es, justamente, muy práctico. Y es ver estos 30 o 40 años de una orquestación tan compleja de la conspiración, en favor de la impunidad. Y lo que llama la atención es que, más allá de que hacemos un acto cuando se cumplen tantos años de los atentados (y ahora una serie), la sociedad puede convivir bien con esa impunidad. Y esa es la mayor tragedia; caminar y ver a gente tirada en la calle como parte de un paisaje cotidiano. Hay una frase extraordinaria de Borges que decía que en el Corán no se nombra ni una vez la palabra “camello”. La impunidad son nuestros camellos, ya ni los vemos.
Autor de dos películas que pintaron una postal muy fiel de la colectividad judía (El abrazo partido y El rey del Once), Burman comenta que la serie profundiza en cuestiones que superan el mero retrato de una comunidad para indagar en temas como la identidad y los caminos tortuosos de la redención. –Cuando se lanzó la primera temporada dijiste en una entrevista que te interesaba “hacer el camino de un antisemita”, un hombre convencido del Plan Andinia. ¿Ahora querés mostrar el camino inverso que hace Iosi?
–Me interesa el camino inverso pero asumo que palabras como “redención” banalizan los procesos. Una obsesión que tengo es pensar cuánto puede cambiar el alma de un ser humano en una misma vida.
No hablo de dejar algunos hábitos, como el cigarrillo o ese tipo de cosas, sino cuánto de la profundidad de nuestra alma, de nuestra esencia humana, de nuestra inercia vital, puede realmente cambiar en una dirección opuesta. En ese aspecto, el judaísmo clásico es bastante optimista y siempre habla de que, hasta el último momento de tu vida, lo más importante es darte vuelta y morir mirando la escalera hacia arriba, no hacia abajo. Lo importante es dónde te agarran en el último escalón, para dónde estás mirando. Yo creo un poco en eso.
–¿Entonces sí creés en las redenciones?
–Creo en las redenciones como procesos que no son tan simples como a veces se escribe en los libros de autoayuda. No son pasos tan lineales y tienen muchas vueltas, muchas regresiones. Creo que en esas regresiones tomamos fuerzas para cambiar realmente: en las caídas, en los tropiezos. De alguna manera ese es el camino de Iosi en la segunda temporada. Es una redención con costos muy grandes. Y a veces hay que adentrarse en la propia mierda, en la profundidad, para poder ver aquello que uno quiere ser. El tema de la identidad básicamente atraviesa casi todo lo que me ha interesado contar. Porque creo que realmente es el único camino. La madre de todos los caminos es el camino identitario.
–En la primera temporada el punto de quiebre era el amor. Sin spoilear más, ¿cuál sería el punto de quiebre de Iosi ahora?
–La paternidad. Uno puede tener una doble vida, una triple vida, pero frente a los hijos hay sólo una vida posible, no hay simulación que valga. El único que puede juzgar a un padre es su hijo, el resto son manifestaciones subjetivas. La paternidad es un tema que tiene una complejidad maravillosa, que siempre me fascinó (soy padre de cinco hijos). Iosi es un doble agente, alguien que vive una doble vida, una doble lealtad, pero que ante la paternidad se desarma como un castillo de naipes frente al estornudo de un hijo.
De la sede al country
Uno de los aspectos que se destacan en la primera temporada de la serie es que, con el regreso de la democracia, la colectividad judía parecía no tener la sensación de estar en peligro. No había pilotes ni hombres de seguridad en las puertas de las instituciones. “Era muy vulnerable la comunidad judía, todavía lo somos”, sostiene el director.
–¿Qué cambió en el paisaje urbano de la comunidad judía porteña durante los últimos 40 años?
–Yo siempre me pregunto: ¿cuál es la comunidad judía? ¿La de cientos de miles de viejitos judíos que están a punto de ser desalojados en el Once porque nadie les manda un mango? ¿La del country? Es imposible simplificar cómo es la comunidad judía en la Argentina. Pero sí pienso que, como toda la clase media, la colectividad ha sufrido muchísimo en barrios como Once y Villa Crespo –en sedes sociales como Hebraica y Macabi–, así como toda la “intelectualidad judía” (así entre comillas) de la calle Corrientes. Todo eso está desapareciendo, fruto de la crisis y de la tremenda fragmentación de la sociedad.
–¿Cómo pasa la Argentina a ser un jugador impensado en el tráfico internacional de armas a principios de los 80?
–La historia que contamos del misil Cóndor es fascinante. Hay que entender que la Argentina, desde su absoluta periferia, desarrolló una supuesta tecnología misilística que iba a permitir a ciertos jugadores periféricos de otra periferia, de otro tercer mundo, tener una ventaja militar inesperada. El programa del Cóndor, que empezó en los 70 y sobrevivió a la democracia, es de alguna manera un mito. Cuando por orden de Estados Unidos el gobierno de Carlos Menem decreta el desmantelamiento de esta tecnología nuclear, también cae un velo de misterio e irregularidad, como todo en la Argentina. La hipótesis que marca la serie, de que hay una cabeza de ese misil dando vueltas por ahí, es una hipótesis real y está muy ligada a la trama de los atentados.
–Lo que prima detrás del misil Cóndor es un negocio inmenso…
–Sí, es un comercio en el cual no se miden las consecuencias de meterse en el conflicto de Medio Oriente. Si lo pensás geopolíticamente no tiene ningún sentido el hecho de que la Argentina terminó siendo un jugador muy activo y se llevó la peor parte. El ataque a la AMIA fue el más sangriento perpetrado en América hasta el atentado a las Torres Gemelas. La serie cuenta cómo construimos una trama de encubrimientos e impunidad, cuyas consecuencias seguimos viviendo hasta hoy

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