lunes, 30 de octubre de 2023

LECTURA


Homo Irrealis, de André Aciman
En su nuevo libro, Homo irrealis, André Aciman, el autor de Llamame por tu nombre, reflexiona sobre autores y el tiempo como clave creativa
Hugo Beccacece


André Aciman, el escritor, de origen judío, nacido en Alejandría, Egipto, en 1951, emigrado a Roma y después a Estados Unidos, se hizo conocido, podría decirse popular, cuando su novela Llámame por tu nombre, publicada en 2007, fue llevada al cine diez años después por el director italiano Luca Guadagnino. La película tuvo un éxito imprevisto en casi todo el mundo e hizo que se difundieran las obras de Aciman anteriores a 2017, como Ocho noches blancas; Harvard Square, Variaciones Enigma y, sobre todo, su primer y estupendo libro Lejos de Egipto. Una autobiografía, narrado como una novela.
Ahora, acaba de aparecer en español Homo irrealis, publicado en inglés en 2021, un conjunto de ensayos y recuerdos, compuesto por trabajos sobre los poetas Patrick Phillips y Constantine Cavafis; Sigmund Freud; el director francés Eric Rohmer y tres de sus películas (Mi noche con Maud, La rodilla de Clara y El amor después del mediodía); el escritor alemán W. G. Sebald, el pintor norteamericano John Sloane; la ciudad de San Petersburgo; la película Departamento de soltero, de Billy Wilder; Marcel Proust y su personaje Charles Swann; Ludwig van Beethoven; y un autorretrato de Aciman elaborado sobre la base del adverbio “casi”. En todos los casos, esos escritos parten de situaciones y experiencias autobiográficas y muestran cómo el autor incorporó esas obras, paisajes y personajes.
Para entender la importancia del pasado y del futuro en Aciman conviene saber que, como cuenta en Lejos de Egipto, la diáspora llevó a su familia judía de Turquía a Italia, España, Alemania y a Egipto, más específicamente a Alejandría, en un arco de más de cien años que incluyen la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y el gobierno de Nasser que expulsó a extranjeros y judíos de tierra egipcia en las décadas de 1950 y 1960. El adolescente André pasó a ser un hombre y un escritor durante un exilio que lo llevó a Roma, París y Nueva York, entre otras ciudades.
¿Por qué el título latino Homo irrealis (“Hombre irreal”)? Según Aciman, el hombre vive la mayor parte del tiempo fuera del tiempo cronológico, en un mundo fantástico e imaginario. ¿Cómo expresar ese modo temporal tan ambiguo, que no es el indicativo, ni tampoco el imperativo, ni el condicional? Hay un modo verbal de la subjetividad, que no tiene en cuenta la realidad externa, que es irreal. En español, ese modo es el subjuntivo.
La gramática llama a ese modo impensable, intangible, fluido e incoherente el “modo irrealis”, un modo verbal que expresa “lo que puede que…”, “lo que quizá no vaya a…”, el “no podría”, “no debería”, “no es posible que suceda, pero, a la vez, puede que ocurra”.
Cuando Aciman, un adolescente, estaba por dejar Alejandría, ansiaba emigrar a Francia, el país anhelado donde se hablaba la lengua de su casa. pero también temía el continente europeo. Sabía que extrañaría la tierra y el mar de su ciudad egipcia que, sin embargo, deseaba abandonar. Se preparó para no sufrir la añoranza ensayando la nostalgia futura de su ciudad, y también para tolerar la futura decepción que viviría en el país deseado, Francia. Sentía nostalgia de Alejandría mientras aún estaba en ella. Estar en Egipto fue un proceso incesante de fingir estar ya fuera de Egipto.
El hombre y, en particular, el artista vive y crea la mayor parte del tiempo en ese modo irrealis, porque no conoce límites entre lo que es y lo que no es, entre lo que no ha pasado y lo que pasará. Dice Aciman: “Esa fluidez hace que el arte permita alcanzar el yo más profundo y verdadero por medio de las habilidades, las palabras, la mirada y colores de otra persona”.
“Maud o la filosofía en el tocador”, uno de los ensayos de Aciman sobre películas de Eric Rhomer, es quizás el mejor ejemplo de la manera en que se apropia de otras obras para interpretar su vida y nutrir su creación según moldes ajenos que revelan haberlo esperado desde siempre: también eran suyos.
En 1971, el joven alejandrino vivía en Nueva York, tenía veinte años y, una noche, fue al cine a ver Mi noche con Maud. Es la historia de un ingeniero, Jean, devoto católico, que se encuentra por azar con Vidal, un amigo que no veía desde hacía mucho, y este lo invita a pasar la Nochebuena en casa de Maud, una amiga divorciada. Después de unas horas, ella se acuesta en la cama del único ambiente y, como lo hacían las damas del siglo XVIII, desde su lecho, continúa la conversación. Vidal se retira porque ya es tarde, pero como se desencadena una tormenta de nieve, Maud invita a Jean a quedarse a dormir en un sillón sin una intención erótica. Lo que sigue es una larga conversación que dura hasta el amanecer en la que él y ella analizan la extraña e incómoda situación en la que se encuentran: solos; ella, acostada, semidesnuda; él, por último, sentado en la cama. Se producen largos silencios, a veces intolerables, en los que se miran a los ojos hasta que uno de ellos vuelve a hablar. Llegan a referirse a la inminencia de que en esas circunstancias tengan una relación sexual casi obligada. Las palabras se convierten en el vehículo del erotismo o son más bien el deseo y la conciencia del deseo. pero retardan su expresión física; en el diálogo, surgen reflexiones dignas de los moralistas del siglo XVIII, admirados por Rohmer, Aciman, y los personajes, embelesados por el francés exquisito de esos clásicos que “interpretaban la naturaleza humana en clave de paradojas”. Jean y Maud exponen esa noche su intimidad sin tener sexo: se desnudan en subjuntivo.
Dice Aciman: “La pasión puede ser, como en el mundo de Rohmer. una venda deseada que nos permite protegernos de las palabras que nos exponen y revelan qué y quiénes somos”. Conjetura luego: “El arte quizá no sea más que una burbuja, pero lo que hay dentro de ella y lo que aprendemos al transitarla es mejor que la vida misma”. Faltaría agregar que esa burbuja es, a la vez, la vida misma, lo que está sucediendo, sin ser parte de la vida “real” en la que, sin embargo, incide y se rehúsa. Puro “modo irrealis”.



Homo irrealis

Por André Aciman

Alfaguara. Trad.: Nuria Molines Galarza

264 páginas, $ 7399




Lejos de Egipto

Por André Aciman

Libros del Asteroide

Trad.: Celia Filipetto

348 págs./ $ 10.950


http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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