Carlos Mena estuvo preso por más de ocho años; hace seis su destino cambió cuando se sumó a un proyecto educativo




A los 30 años aprendió a leer en la cárcel gracias a un proyecto educativo.
En las unidades penitenciarias de la provincia hay un homicidio cada 1220 presos. Según las últimas estadísticas de la Comisión Provincial por la Memoria, en 2014 fueron 28. Mena pasó la mitad de su vida en la cárcel: 17 de 34 años.
Dos veces salió en libertad, pero volvió a robar. Reconoce que hasta hace seis años era una "cosa" que se golpeaba el pecho, en señal de orgullo, cuando decía que era "chorro". En la cárcel, tiraba y esquivaba puñaladas. Recuerda que casi se muere cuando un penitenciario le reventó el ojo izquierdo al dispararle con una escopeta cargada de balas de goma durante una revuelta o cuando un interno lo apuñaló por la espalda. "Nunca fui inocente", señala. Pero en 2010 alguien le dio una oportunidad. No fue un juez ni un funcionario del Servicio Penitenciario. No le abrieron la celda para que saliera a vengar la vida que se lleva en un pabellón inundado de pastillas, infectado de VIH y tuberculosis y entregado al autogobierno de delincuentes violentos. "Alberto me puso un libro en la mano y me enseñó filosofía. Me hizo escribir y volví a ser una persona. Si pude porque me ayudaron, quiero ayudar", promete.

Alberto es Alberto Sarlo, un abogado platense, esposo y padre de dos hijas. Hace seis años convenció al director de esa cárcel de Florencio Varela de algo inédito en el país: que lo dejaran armar una editorial dentro de un pabellón de máxima seguridad. Quería modificar el lugar donde los presos pasan todo el día y los agentes penitenciarios entran sólo cuando hay requisas. Le asignaron el pabellón cuatro. Cada miércoles, y sin el padrinazgo de nadie, Sarlo demostró que es posible otro paradigma en el encierro: 50 presos empezaron a leer, mantuvieron una biblioteca de 400 libros y se animaron a escribir. Publicaron dos de cuentos infantiles, uno de escritos filosóficos y dos sobre torturas en cárceles. Imprimieron 3500 ejemplares y los donaron a comedores que funcionan en las villas. Sarlo pacificó el pabellón. Y Mena fue un gran aliado: "Logró mantener reglas contrarias a los códigos tumberos". En el pabellón no puede correr droga ni haber facas. La comida se comparte. Y hay una máxima que rige la suerte de todos: el que no lee ni escribe se tiene que ir.

Mena hizo la primaria en la cárcel y aprendió a leer a los 30 años. Cuando llevaba un año en la editorial Cuenteros, Verseros y Poetas, le autorizaron una salida para repartir el primer libro de cuentos en un comedor de una villa de Quilmes. Pensaba fugarse. No lo frenó el patrullero que lo custodiaba. Un chico ciego lo llamó escritor y le pidió que le leyera su cuento. Mena eligió quedarse. Al año siguiente escribió un poema que tiene un comienzo que recita de memoria: "En momentos complicados me sirve de mucho tomar como ejemplo mi pasado para recordar lo que era y estrellarlo contra el piso como una vieja estatua".

Juan Fernando Pirali es el director del penal, que tiene 1265 internos y 126 agentes penitenciarios por turno. A Mena lo recibe con un apretón de manos. Pirali, de 41 años y 24 en el Servicio Penitenciario, elogia el trabajo de la editorial y dice que el pabellón cuatro "se maneja como una gran familia". Reconoce que como este tipo de proyectos hay pocos. Y después duda si existe otro.

El abrazo
La clase dura cuatro horas. A Matías, uno de los internos, Mena le dice que las descripciones de su cuento son como las de Stephen King. Y a Marcelo, que escribió una historia sobre fútbol, le asegura que juega en Primera.
Cuando termina la clase, Mena les dice que se porten bien, que no hagan lío, que se cuiden. Sabe que en la cárcel la utopía personal que él encarna y muchos buscan se sostiene con un hilo delgadísimo. Sabe que sin la mente ocupada "el abrazo del preso lastima como el lamido de un león".

Mena vive en una casa que el capellán de la cárcel le prestó en Quilmes. Dice que al día siguiente de dar su primera clase sintió pena de ver a los internos encerrados, pero emoción al saber que los puede ayudar. Afirma que la lectura es uno de los mejores caminos para lograr la redención: "Los hace vivir libres desde la cárcel. Si leen una novela que trata de una playa van a sentirse en esa playa. Porque, como dice Sartre, estamos condenados a ser libres".

Buscan replicar la iniciativaen La Plata
Hace tres semanas, José Villafañe recibió el último libro de la editorial del pabellón cuatro de la Unidad Penitenciaria 23. Se lo dio un amigo que creyó que como juez de Ejecución Penal de La Plata iba a estar interesado en leerlo. Villafañe devoró las 242 páginas de Juguetes perdidos, en el que varios presos cuentan torturas sufridas en reformatorios.
A la semana, en el penal, les dijo: "Ustedes demostraron que otra lógica de la cárcel es posible". Les pidió que le firmaran el libro.
"Fui a conocerlos porque es inédito lo que ocurre en ese pabellón. No conozco algo igual. Mi idea es replicar la experiencia en cárceles de La Plata. Comprueba que la poesía, la literatura, la filosofía y la escritura ayudan a bajar la violencia", señala Villafañe, y reflexiona que el nuevo paradigma en las cárceles debe ser aquel que le ofrece al detenido "un roce similar al que tendrá cuando obtenga la libertad" y no la vieja premisa de que "el mejor preso es el que no molesta y duerme todo el día". Por eso, indica que el rol del agente penitenciario tiene que ser el de "un operador social".
J. D.
FOTOS: IGNASIO SANCHEZ
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