viernes, 25 de noviembre de 2016

LECTURA RECOMENDADA


En la era de los Google Maps y la posibilidad de ver en la web todos los rincones del mundo, contar un lugar tiene más que ver con el punto de vista que con la geografía




Es muy simple conocer un lugar. O eso parece. Alcanza con escribir el nombre en un buscador, entrar a un blog o mirar un documental de National Geographic. El mundo está a un clic de distancia. Sin embargo se viaja cada vez más. Se viaja para pisar la arena blanca de las playas siempre al sol, para llegar a una cumbre imposible, para sentir el dulce y picante del bun ma en un puesto de comida callejera de Vietnam. Y no hay viaje sin relato. Viajaron Marco Polo, Napoleón, William Hudson y nombraron por primera vez lugares y modos de vida. Para el resto, los que no podían viajar, leer sus crónicas resultaba la única manera de alcanzar lo desconocido. Los relatos de esos viajes eran un espacio de ensueño, una forma de descubrir el otro lado, lo exótico. Hoy, la hiperconectividad y la ilusión de acceso ilimitado a la información vuelven difícil imaginar cómo la crónica de viajes puede seguir revelando algo nuevo del mundo. Y, por extremo que parezca, se enfrenta en la era digital a la necesidad de reinventarse para seguir teniendo sentido.



No hay otro género más cercano al mundo material y sensorial, a eso que llamamos realidad, que la crónica de viajes. Si una pizca de arrogancia lleva a pensar que a partir de Internet es posible conocer la totalidad del mundo, los relatos de viaje se desplazan para demostrar que todavía hoy existen zonas ocultas. Podría decirse que entre esos relatos y las imágenes que saturan las pantallas existe la misma relación que entre ser viajero y ser turista.
Es verdad que la mirada ya era importante en los primeros viajeros, sólo que nunca tuvo el lugar primordial que adquiere en estos tiempos. Nadie cuestionaría hoy que la geografía no alcanza. Lo esencial está más cerca de la percepción. Y, en esa dinámica, las narraciones de viaje se desplazan, una vez más, del testimonio a la experiencia.




En De aquí para allá, recién publicado por Adriana Hidalgo, la escritora Hebe Uhart recorre las comunidades autóctonas que forman más de la mitad de la población de América latina. Igual que los primeros expedicionarios, se traslada y observa. Sólo que ella escribe: "De repente los cerros aparecen pelados, amarillos y después más claros como con un resplandor y el colectivo para, estamos en Tafí del Valle. Detrás de mí conversan un hombre y una mujer, son compañeros de viaje, desconocidos entre sí. Los escucho: no se afirma mucho la frase en ninguna vocal o consonante, la s no es sibilante como en Santiago del Estero, no hay canto en las vocales, se arrastra un poco la r pero menos que en Santiago del Estero, donde la tonada es más contundente. Hablan como velando la voz".
La mirada de Uhart resulta casi minimalista, es capaz de condensar en un sonido la historia, la política y la cultura de un pueblo. De aquí para allá es, al mismo tiempo, una frase popular y un anuncio: la escritora y filósofa pone el oído a capturar formas de decir, giros del idioma, sonidos imperceptibles para cualquier otro. A través de esos hallazgos pequeños, que nutren sus crónicas de viaje -Viajera crónica, Visto y oído y De la Patagónia a México (Adriana Hidalgo)-, trama una zona en su escritura: metafísica, filosofía y experiencia se condensan en un cartelito colgando de una escalera, un tono, la pintura fresca de una escuela.
Cartografía personal
La escritora, ensayista y crítica cultural María Moreno, autora, entre otras obras, de una serie de crónicas sobre plazas urbanas reunidas en Banco a la sombra (Sudamericana), los ensayos de Subrayados (Mardulce) y la más reciente Black out (Random House), es una de las viajeras que traza en su obra una cartografía personal del mundo. "Quizás el cambio fundamental es que ya no hay continentes vírgenes. Y el episodio de caza que tanto indignó con montados sobre un león bien puede haber sido tuneado por una agencia de turismo especializada en el efecto safari. La abundante información e imágenes de Internet permite viajar y escribir sin ir. Ha caído el mito del territorio descubierto y contado por los exploradores. Pero eso es sólo una vuelta de la tradición. José Martí escribía sus crónica sobre Estados Unidos leyendo The Sun, Fray Mocho escribió En el Mar Austral luego de leer los libros sobre el tema -dice-. Otro cambio debido a las nuevas tecnologías podría ser que el cronista ya no se dirige a un lector que jamás accederá al viaje que le cuentan, como sucede en las crónicas de la conquista. Por eso la figura retórica del cronista viajero es la comparación de lo nuevo con algo familiar. Ulrico Schmidl en su Viaje al Río de la Plata escribe que unos indios llevaban en la nariz una piedrita parecida a las piezas de un juego de damas. ¡El piercing es de la época de la Conquista!"
En ese aspecto, los relatos de viaje exhiben una capacidad asombrosa de recuperar la tradición y, a la vez, redefinirla. Quizás el impulso de interpretar, asimilar y transformar todo lo que lo rodea se debe en gran medida a la curiosidad, rasgo indiscutible del viajero. Al menos eso opina el periodista Federico Bianchini, autor de Antártida (Tusquets) y ganador de la beca Michael Jacobs de periodismo de viaje, otorgada por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. "Creo que Internet facilita el trabajo de quien escribe: hay muchísimos más datos sobre el lugar al que uno va a ir. Cambia el encuentro del cronista con el sitio que visita. Ya tenemos alguna idea de con qué nos vamos a encontrar. El avasallamiento de información hizo al mundo mucho menos misterioso de lo que era hace unos 100 o 150 años. Sin embargo, la tecnología todavía no funciona para hacernos sentir que «estamos ahí»".



Tal vez el misterio del que habla Bianchini sea una de las claves. En sus orígenes era crucial para un relato de viajes la variedad y cantidad de datos. La crónica era la encargada de llegar, ver y descubrir qué había donde nadie más podía llegar. "La era digital acentúa la transformación que la crónica de viajes ya viene atravesando desde las primeras décadas del siglo XX, momento en el que empezó a quedar claro que la faceta informativa que la había definido durante siglos ya estaba agotada", dice María Sonia Cristoff, autora de las serie de crónicas sobre pueblos fantasma en la Patagonia reunidas en Falsa calma (Seix Barral) y de la novela Inclúyanme afuera (Mardulce). Explica: "El eje de los relatos de viaje, más allá de tal o cual diferencia, estaba centrado en esa información -acerca de una región, una tribu, una ciudad, una isla, una práctica de gobierno, una práctica sexual, una planta, una especie animal: la enumeración podría seguir hasta el infinito- que solamente se obtenía gracias al traslado y que había que aportar a los poderes, ya fueran políticos, eclesiásticos, científicos y algún otro que nunca falta".
Hay quienes piensan que el acceso ilimitado a un territorio es una ilusión. Incluso en esta época, no es posible llegar a todos lados y, de acceder, tampoco es fácil conocer. La periodista Carolina Reymúndez, dedicada a viajar y escribir como forma de vida, autora de El mejor trabajo del mundo, dice: "La imagen ubicua y la gran cantidad de información disponible sustituye el aspecto documental de la vieja crónica de viajes. Sin embargo el valor literario y estético, la sensibilidad y la observación fina no cambian. El autor de la crónica de viajes se va lejos para mostrar otras realidades y a la vez se repliega para reflexionar. Me recuerda a las dos formas de mirar por la ventanilla que ocurren al viajar. Por un lado mirás hacia fuera, los detalles y colores del paisaje exterior, y por otro, hacia adentro".


Era de esperarse: cada cronista piensa el género desde sus propios pasos por el territorio y por el lenguaje. Lo sorprendente es que las diferencias subrayan un rasgo en común: para mostrar el mundo habría que ir hacia adentro, inventarlo a partir de lo que se proyecta desde el interior de cada uno. Eso se vuelve claro en Poste restante, las crónicas de viajes de Cynthia Rimsky que acaba de reeditar Entropía. Una mujer chilena escribe su diario de viaje, recibe cartas de familiares y amigos y, al mismo tiempo, cuenta la historia de una mujer latinoamericana que busca a sus antepasados. Las dos viajan por Israel, Chipre, Turquía y Europa Oriental. Cada una se vale de un lenguaje distinto, en la frontera de la poesía, para descubrir ese algo invisible que define un lugar del mundo. Los relatos nacen de la conjunción entre introspección, imaginación y observación.
Escribe: "Al final de las escaleras Potemkin sorprende el silencio y la amplitud. Los edificios, diseñados por arquitectos que Catalina la Grande hizo traer de Italia y Francia para convertir a Odessa en una ciudad cosmopolita, cuentan con espacio para ser admirados sin la interferencia de letreros. Tarda varios días en comprender el origen del silencio: el capitalismo lleva en sí el bullicio de la circulación que satura el oído para doblegar al consumidor a la compra. Acostumbrado al ruido que lo saca de sí, parece extraño encontrarse a solas. ¿Qué se mira al caminar? A los otros, las flores, los frisos, los pensamientos como en un espejo". Cualquiera puede viajar, sacar una selfie y subirla a las redes sociales. En cambio Rimsky, viaja, observa, piensa, imagina: crea un relato y a la vez una ciudad.
Punto de vista
La escritora chilena es igual de clara al hablar: "La crónica de viajes la encuentras hoy en la escritura, no en la geografía; la encuentras en el punto de vista, en el distanciamiento, en la sensibilidad, en el estilo. Ahora estoy en el campo, ¿qué podría escribir de este lugar? Todas las mañanas pasa por la calle de tierra un hombre joven con una niña pequeña y un bolso. Pienso que la lleva al jardín de infantes, pero vuelve con la niña y sin el bolso, entonces reparo en el extremo cuidado con el que lleva la mano de su pequeña; es esa fragilidad, como si tuviese a su cuidado un jarrón que pudiese trizar el aire, la que veo pasar todas las mañanas por la ventana que da al campo donde pastan las vacas y los terneros que nacieron hace muy poco".



A esta altura no quedan dudas acerca de la transformación. Cristoff dice: "Creo que se reinventa, sí, y que en esa reinvención aparecen cosas más que interesantes, entre ellas un trabajo con el lenguaje que antes, enfocado el texto en la información, se obliteraba. Y, en paralelo, una indagación en la intimidad, como si el traslado sin encargo predeterminado se volviera indefectiblemente sobre ese yo que narra". La crónica se renueva a través de una mirada que es prisma capaz de condensar todos los viajes pasados, reales, virtuales y literarios. Se aventura en el territorio de la intimidad con las herramientas que le da el lenguaje. Hace propios recursos como el monólogo interior o la poesía.
Y en esa tensión entre lo íntimo y lo literario aparece el misterio. Y, por supuesto, la necesidad de develarlo. La experiencia de María Moreno es elocuente: "Cuando hago la crónica de los lugares donde he estado, lo hago con la cabeza vacía. Son las palabras las que van armando su circuito cerrado y venido de otras palabras donde lo vivido opone, sin embargo, una resistencia: puedo apropiarme de la enumeración caótica hecha a través del deseo de otro a quien, mientras yo permanezco indiferente a las series de objetos y a sus variaciones, miro desear. Pero antes necesito el cuaderno de bitácora de la lectura, sólo leyendo sabré qué leer luego a mi alrededor. Nada especial puesto que incluyo junto a los libros consagrados -también de este modo soy turista-, la carta de un restaurante, el recorte de un diario, los relatos orales de un amigo mitómano".



Intimidad, memoria, fuga, autobiografía, tradición, experiencia, política, irreverencia, poesía. La enumeración se escapa de los discursos homogéneos y la crónica de viajes respira de nuevo. En ese movimiento delimita un territorio a medida que lo nombra. Suele decirse que viajar es un intento por escapar del ego; hoy es justo al revés. Viajar para contar se transforma, más que nada, en rescatar de ese mundo de vivencias, recuerdos, saberes, cosas leídas, todo aquello que resuena en el paisaje. Contar es más que nada ver lo que está ahí pero nadie más es capaz de ver. Puede ser que, al fin, las dos fuerzas que luchan en cada uno, según Vladimir Nabokov, el anhelo de intimidad y la pulsión para ir a otros lados, se encuentren y bailen. Y la crónica ya no se limite a contar el mundo. Mejor todavía: lo construya en el lenguaje.

Algunos títulos:
POSTE RESTANTE. Cynthia Rimsky, Entropía
DE AQUÍ PARA ALLÁ. Hebe Uhart, Adriana Hidalgo
ANTÁRTIDA. Federico Bianchini, Tusquets

V. B.

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