lunes, 28 de noviembre de 2016

LA DURA OPINIÓN DE IGNACIO FIDANZA



Por Ignacio Fidanza
La estrategia del apaciguamiento está destrozando el programa de Macri. Déficit y vikingos.
El corazón ideológico del macrismo que sintetiza Durán Barba, construyó un relato atractivo: Macri es el líder de una revolución “de la gente” contra los vicios de los establishment políticos y económicos. Un adelantado de Trump, al que pese a las supuestas similitudes no vieron venir.
Si es verdad que Macri es un revolucionario, a su Gobierno le están faltando dos ingredientes esenciales de todo proceso transformador: Un programa y coraje. La inferioridad objetiva de fuerzas nunca fue una excusa, de Mao a Castro, sobran los ejemplos.Se advirtió a principio de año que la primera línea del Gobierno creía fascinada y autocomplaciente que estaba viviendo la sofisticada realidad de House of Cards, mientras afuera de la Casa Rosada lo que se concentraba en el horizonte era una flota de Vikingos.
Si es verdad que Macri es un revolucionario a su Gobierno le están faltando dos ingredientes esenciales de todo proceso transformador: Un programa y coraje.
La política de apaciguamiento con los bárbaros, se advirtió entonces, siempre fracasó. Churchill no ganó la guerra, encadenando rendiciones.
Gradualismo no significa –o no debería significar- ceder siempre. Sobre todo, si cada vez que se capitula, se entregan miles de millones de pesos que detonan el déficit a niveles incluso superiores al peor año del mal gobierno de Cristina.
El núcleo duro del programa de Macri está tan deshilachado por las concesiones que le arrancaron los distintos clanes del peronismo y Lilita Carrió, que cuesta encontrar algún núcleo.
El problema cuando se ingresa en esa dinámica es que en la vorágine de tirar lastre por la borda, se pueden arrojar algunos marineros. O dicho de otra manera: partes esenciales del programa.
Perón decía que el arte de la política es ceder el cincuenta por ciento menos importante para los propios objetivos. Lo que le está faltando al gobierno es definir ese cincuenta por ciento que permanecerá fuera de discusión. Menem, Kirchner, Cristina, todos trazaron su línea. Macri por ahora sólo lo hace desde el discurso: Habla de la mentira de vivir a cuenta que construyó el kirchnerismo, mientras aumenta el déficit y el endeudamiento.
Los meses en los que bastaba con ser “normal” para marcar la diferencia ya pasaron.
¿Qué es lo que le falta al Presidente? Otra vez lo dijo Emilio Monzó, que parece disfrutar cada vez más su rol de conciencia crítica de Cambiemos: “Macri necesita hombres con experiencia en el manejo del Estado”. ¿Qué significa eso? Una persona que sepa cuándo ceder y cuándo ser inflexible. O sea, que sepa de política. Y ahora sí estamos hablando.
La implosión de un mundo feliz
La apuesta a todo o nada por Hillary Clinton no sólo fue un error de amateurs de escala global, fue el reflejo de una fantasía plácida: Macri se hizo amigo de Obama, a quien ya le había copiado la campaña, cerró con los demócratas, gana Hillary, profundizamos el trabajo en redes sociales y con el apoyo de la potencia, está todo garantizado: elecciones, gobernabilidad y plan político-económico.
Copiar siempre es más cómodo que pensar. Y lo del macrismo no fue ni siquiera un remix. El plagio llegó a niveles ridículos, como poner a Juliana Awada a cultivar una huerta en la Quinta de Olivos -¿lo seguirá haciendo?-, porque se supone que Michelle Obama lo hace en algún rincón de los jardines de la Casa Blanca, que le habilitó el Servicio Secreto.
La iconografía kennedyana está muy bien, hasta que aparece un Donald Trump y se lleva todo puesto. Lo que le pasó al macrismo es más grave que perder una apuesta de escala global. Es la ruptura de una convicción interna: la superioridad tecnológica de la propia estrategia.
Los equipos de Obama y Hillary son los creadores del modelo de política a través de las redes sociales que el macrismo copió de manera lineal y Trump acaba de llevarse puesto.
Los equipos de Obama y Hillary son los creadores del modelo de política a través de redes sociales y data mining que copió Marcos Peña. Y fracasaron en toda la línea, aún con el endorsement explícito de los brujos de Silicon Valley.
Peña y su grupo apuestan todo –incluso decenas de millones de pesos del erario público- a Facebook y Google. Es muy probable que estén alimentando al monstruo que se los va a comer. Trump fue el beneficiario -¿inocente?- de una estrategia letal: inocularon en las redes el virus de noticias falsas que demonizaban a Hillary y millones de personas las dieron por ciertas.
Las redes no las filtraron por una sencilla razón: No son medios y no tienen periodistas, esa especie tan despreciada.
Y ahora sí estamos hablando, de nuevo. ¿Medios y política tradicionales ya no sirven? ¿O es apenas la coartada para tapar la propia pereza?
Macri tenía una primera línea de hombres acostumbrados a lidiar con el poder real, que fueron la retaguardia de la avanzada iluminada que se llevó todos los réditos. Hoy son mala palabra, como todo lo que huele a “vieja política”, esa denominación maniquea que evita la única pregunta importante que debe hacerse un gobernante: ¿Es nuestra política efectiva para alcanzar los objetivos que nos trazamos?

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