martes, 17 de septiembre de 2019

EL ANÁLISIS DE SERGIO BERENSZTEIN,


Una situación extraordinaria que requiere lucidez y generosidad

Sergio Berensztein
Una situación extraordinaria requiere decisiones fuera de lo común. Una elección primaria que carecía en principio de sentido derivó en uno de los hechos políticos más determinantes de los últimos tiempos. El sistema político quedó transformado a partir del domingo pasado. Se disparó un desafío en términos de gobernabilidad, un problema estructural y de largo plazo que caracteriza a la Argentina. Cada vez que una crisis fiscal, de confianza y de balanza de pagos, con corrida cambiaria incluida, se combinó con un debilitamiento de la autoridad política, el país entró en un tobogán caótico con enorme destrucción de valor, episodios muy violentos y discontinuidad institucional.
Esta inesperada coyuntura crítica constituye un dilema en el que no hay opciones obvias, cómodas ni sencillas. Por el contrario, los potenciales caminos alternativos implican grandes riesgos, costos relevantes, decisiones incómodas, sacrificios personales, la interrupción de proyectos y la modificación de plano de prioridades, expectativas y esperanzas con que los hasta ahora principales protagonistas de la vida nacional habían moldeado su perspectiva de corto, mediano y largo plazo del país y del lugar que ocupaban o esperaban ocupar. Nada volverá a ser lo que parecía que era. Se trata de un laberinto complejo del que Mauricio Macri y su equipo pueden salir por arriba. La responsabilidad institucional y el objetivo superior de velar por el interés general, incluyendo la paz social, debe predominar por sobre cualquier objetivo.
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¿Tiene Macri chance de revertir la situación y lograr una victoria en segunda vuelta? Es un escenario posible pero poco probable. De alcanzar semejante hazaña, al margen de las consecuencias económicas y sociales de mantener por tanto tiempo la inestabilidad política y financiera, Macri llegaría a su segunda presidencia debilitado y con un complejo equilibrio de poder, pues ambas cámaras del Congreso quedarían en manos de la oposición, al igual que la enorme mayoría de las provincias, incluyendo la de Buenos Aires. Lejos de solucionar las dudas respecto de la gobernabilidad, su eventual segundo mandato las incrementaría. Ninguna reforma estructural sería posible en ese entorno, al margen de la voluntad o el esfuerzo que Macri estuviera dispuesto a desplegar, a diferencia de lo ocurrido desde 2015 hasta la fecha.
Por el contrario, si la elección finalmente se resuelve, como parece, a favor del Frente de Todos, lo más probable es que emerja un gobierno con chances de transformarse en hegemónico por la escasa presencia política e institucional que les quedaría a las fuerzas de la oposición. Como ocurrió luego de las salidas caóticas de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, quedaría allanado el camino para la conformación de un nuevo hiperpresidencialismo sin mecanismos efectivos de frenos y contrapesos.
Frente a estas opciones tan dramáticas, y en el contexto de una coyuntura tan grave como excepcional, Macri tiene la opción de promover un acuerdo amplio de gobernabilidad con las principales fuerzas políticas emergentes de estaselecciones y sobre todo con los gobernadores para asegurar una transición lo más ordenada posible, evitar una salida caótica y preservar el equilibrio institucional. De cómo naveguemos esta crisis dependen la configuración y las características de la política nacional por muchísimos años. No hay tiempo que perder.
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La situación ideal -utópica, si uno analiza la historia reciente y la cultura política de la Argentina- sería que los tres candidatos principales coordinaran el traspaso: se encerraran para definir la política tributaria futura, la posición ante los deudores, las nuevas leyes que impulsarían en el Congreso. Considerando que entre los tres congregan la amplia mayoría del electorado (el 90%), podrían garantizar que lo acordado podrá llevarse a la práctica. Luego, podrían viajar juntos a Nueva York y Washington para formalizar frente a Donald Trump, los principales funcionarios del FMI, los think tanks y los tenedores de deuda neoyorquinos cuál es el plan. Como es casi imposible que ocurra aunque sea alguna de estas cosas, porque implica una generosidad infrecuente entre nuestros líderes, deberíamos esperar al menos algún tipo de cooperación que rompa la dinámica egoísta, restrictiva y de profunda desconfianza en la que estamos encastrados desde hace décadas.
No se trata solo de riesgos de gobernabilidad a nivel de Poder Ejecutivo Nacional: la complicación se extiende a los gobernadores, en especial para quien tendrá a su cargo el distrito más complejo de la Argentina, posiblemente más difícil que la propia nación: la provincia de Buenos Aires. Si bien la gestión de María Eugenia Vidal mejoró la de sus antecesores, la gobernadora en funciones dista mucho de haber hecho milagros y tropezó día a día con los mismos problemas que esperan a su sucesor: un territorio desmesurado, con altísimos niveles de pobreza extrema, con problemas estructurales como la seguridad (y la propia policía bonaerense y el sistema penitenciario). Kicillof llegaría al gobierno con un problema adicional que nunca enfrentó en su anterior experiencia: la restricción presupuestaria. Ya no existe la posibilidad de emitir sin controles, de acudir al Banco Central y de alimentar el monstruo que produce el desastre. Uno de los desafíos de Kicillof sería administrar la escasez: eso reeduca y pone correctivos y límites a cualquier delirio ideológico que emerja a su alrededor. No hay militancia posible a la hora de pagar los sueldos que permitirán vivir a incontables familias bonaerenses. Entre otras cosas, es altamente probable que Kicillof necesite colocar deuda en el mercado, incluyendo en el exterior. Si a sus antecedentes sumamos un riesgo país que continúa por las nubes, concluimos que no se tratará de una negociación sencilla.
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Si logramos resolver con suficiencia y eficacia esta complejísima ecuación tendremos la posibilidad de construir un entorno más lógico de interacción entre gobierno y oposición. Habremos escapado de este atolladero de forma negociada y previsible, construyendo confianza entre las partes. Seremos capaces de encarar nuevos desafíos con el impulso y la seguridad de haber evitado otra crisis potencialmente devastadora, como las que sistemáticamente sufrimos en las ultimas décadas. Estaremos en condiciones de emerger victoriosos y fortalecidos como sociedad, listos para superar otros grandes dramas como la pobreza y la marginalidad.
Lo contrario asusta: si predominan los egoísmos y los caprichos, si no tomamos conciencia de lo que está realmente en juego, si dejamos que predomine la inercia, caeremos una vez más en el vacío de una crisis con consecuencias imprevisibles que nos costará muchísimo superar.

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