lunes, 27 de julio de 2020

CARLOS M. REYMUNDO ROBERTS ANALIZA Y OPINA,


¿La peor semana? Esperen la próxima
INDEC QUE TRABAJA II : CARLOS M. REYMUNDO ROBERTS, DE NO CREER,
Carlos M. Reymundo Roberts

No es la primera vez que digo que “esta fue la peor semana de Alberto”. Y sospecho –lo escribo con los ojos húmedos– que no será la última. Se va superando a sí mismo, con un encomio que no vamos a aplaudir, pero sí reconocer. Pues bien, después de esta, su peor semana antes de la próxima, los analistas coinciden en señalar que el Presidente atraviesa una fuerte crisis de poder. Disiento. Es una crisis de no poder: no está pudiendo organizarse, manejar la pandemia, cerrar la negociación por la deuda, enfrentar la peste económica; no puede, sobre todo, con la oposición cerril y destituyente, no de la oposición, sino del Instituto Patria. La peor admisión de debilidad son esos carteles que vemos en las calles: “¡Fuerza, Alberto!”. Son tan explícitos que intuyo que los mandó a poner Cristina. Yo le sugeriría al profesor que use la fórmula contraria: no esforzarse. Me viene a la memoria aquel jovencito que, hace años, empezó a colaborar con el diario y no acertaba una. Su jefe tuvo que animarlo a buscar otros caminos. El chico se defendió: “Pero yo pongo entusiasmo”. La réplica fue lapidaria: “Eso es lo grave”.
A ver. Insisto en que no es una crisis de poder: es existencial, y en eso puedo entender a la vice. Alberto no está siendo un mal presidente, sino un mal delegado. Si le ordena que intervenga Vicentin, quiere que al día siguiente la llame y le informe que mandó al Ejército, que los dueños están presos y que la empresa pasó a llamarse Cristinín. Quiere que si le manda arreglar la deuda, no haga papelones, no presente 14 ofertas siempre bajo la amenaza de que es la última. Quiere que deje de naufragar sistemáticamente en sus excursiones mediáticas. Que deje de darle lecciones de derechos humanos a Maduro, con lo cual se evitará el disgusto de esta semana, cuando, ante la crítica de Víctor Hugo Morales, se vio obligado a dar marcha atrás; ¿hay mayor escarnio que un presidente inclinándose ante Víctor Hugo? Quiere que en la celebración del 9 de Julio no se haga acompañar por los dueños del poder económico concentrado, como la UIA y la Sociedad Rural, sino por emprendedores del nacionalpopulismo tipo Cristóbal López, por movimientos sociales, por los tobilleros De Vido, Boudou y Lázaro Báez, por Hebe y Dady Brieva, por dos buenos candidatos a la Corte como Oyarbide y Canicoba.
Cristina ya no sabe qué hacer con Alberto. Le habla, pero él no asimila. Por eso se ve obligada a mandarle mensajes directos por vías indirectas. Cuando retuitea la nota de Alfredo Zaiat en Página 12, en la que demoniza a las multinacionales argentinas por ser multinacionales (de paso: no sé si hace juego que la nota se haya visto en la web pegada a la publicidad de una multinacional alemana y una chilena), lo que está haciendo es indicarle el rumbo y enseñarle quiénes deben ser sus amigos y sus enemigos. Donde dice Techint, tachá y poné Indalo, Alberto; donde dice Clarín y la nacion, poné Página. Ni Presidente ni vice parecen tener un plan económico. Pero ella está convencida de que, para encarar la reconstrucción, donde figura inversiones privadas hay que poner Estado. Cuidado: no es que entre reina y regente haya grandes diferencias ideológicas. Alberto siente una natural inclinación hacia postulados de un progresismo que supo madurar en tertulias de cafés porteños. Ese barniz lo deja un tanto indefenso frente a planteos bien presentados. Si lee la nota de Zaiat sin sentirse aludido, es capaz de llamarlo y felicitarlo, en un estallido de excitación. ¡Miserables! Y si después lee la molienda que hizo anteayer Pagni con esa nota, tacha a Zaiat. Al profesor, coinciden los que no lo quieren y también los que lo quieren, no hay que tomarlo al pie de la letra. Ni cuando se proclama capitalista ni cuando dictamina, haciéndose eco de Kicillof, que un bichito le asestó un golpe mortal al capitalismo. Malvados y vengativos como De Vido instan a no tomarlo en serio. En su propio gabinete se encuentra gente con el mismo desdén. Ahora soy yo el que salgo a pegar carteles: ¡Fuerza, Alberto!
Da cierta conmiseración verlo al Presidente tan arrinconado, tan inerme, y cierta inquietud asistir al festival de disputas entre la coalición que gobierna. Para diseñar la ofensiva opositora, Patricia Bullrich no sabe si reunirse con Macri o con Cristina. Esta semana estuve tomando nota de los cruces y enfrentamientos, y en un momento me cansé. Me cansé de creerles que se están peleando. No sé si se están reproduciendo: creo que se divierten con nosotros. Massa dice que Maduro es un dictador. Máximo come con Bulgheroni. Cristina adhiere a la tesis de que la rotura de silobolsas es obra de mulitas y peludos. Los Moyano bloquean Mercado Libre porque los que manejan montacargas no quieren ser camioneros. Temeroso de su jefa, el profesor hace rewind y elogia el pacto con Irán. Como conté en el programa de Willy Kohan en LN+, le pregunté a Cris si ella, igual que Alberto, se arrepiente de lo de Vicentin. “No, yo me arrepiento de Alberto”.
El sábado, en La noche de Mirtha, Juana Viale se animó a plantear si el Presidente terminará su mandato. Juanita, por Dios, claro que lo va a terminar. Para entonces, ya habrá terminado con todos nosotros.
Da conmiseración verlo al profesor tan arrinconado

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