lunes, 31 de enero de 2022

2001...LA OTRA CARA DE LA HISTORIA


Reubicación histórica de diciembre de 2001

Nicolás V. Gallo

Esa mañana del martes 18 de diciembre del 2001, cuando Alfonsin ingresó al despacho presidencial, su semblante mostraba los efectos del cansancio.
Sentado a la izquierda del amplio escritorio, con el brazo extendido levemente sobre el vidrio y alejado de los marcos con fotos familiares, bajó apenas la voz y apretándole el antebrazo, le dijo:
-No nos puede volver a pasar lo mismo, Fernando.
El mensaje casi telegráfico de Alfonsín, quien mantenía su potente silencio público, nos llevó al recuerdo de mayo de 1989, cuando saqueos, muertos y estado de sitio habían signado su partida prematura.
Desde hacía meses que se venían reuniendo referentes del empresariado, a veces con líderes sindicales y políticos, sin encontrar caminos alternativos que no fueran un brusco cambio de la política económica. Pero nadie se hacía cargo de sus consecuencias: la dilución de las grandes deudas en dólares a costa del empobrecimiento de los ahorristas y una estampida de los niveles de pobreza.
Ha habido muchos ensayos y relatos sobre lo que sucedió. Más allá de los sesgos y falsedades de protagonistas que desean borrar sus huellas, todo converge en que la cuestión central era la convertibilidad. Otra vez la economía era el problema clave. Lo había sido 11 años atrás, cuando una hiperinflación fue la causa del abrupto final del gobierno de Alfonsín. Solo que esta vez el problema residía en el remedio desarrollado por Menem y Cavallo para eliminar al otro.


El mecanismo ideado para congelar la inflación había cumplido su vida útil. Todavía resuena el ridículo “deme dos” del argentino en Miami, mientras cerraban miles de pequeños y medianos emprendimientos. Una coincidencia en las razones de su origen y su agotamiento, sería un paso importante para el entendimiento nacional.
El mantenimiento de la convertibilidad fue una pieza central del programa de la Alianza, presentado en el teatro El Coliseo el 25 de mayo de 1999. Allí estaban en el escenario los candidatos junto a Terragno, redactor de la síntesis de seis páginas del programa, y Dante Caputo, coordinador de los equipos del IPA, usina de pensamiento orientada por Alfonsín.
Cuando Machinea percibió que la convertibilidad hacía agua por todos lados, aceleró su partida y distribuyó su renuncia al periodismo el 5 de marzo de 2001. Un fugaz interinato de López Murphy, con un plan de recorte desacertado, dio pie para el ingreso de Cavallo. Era vox populi que el hacedor del nudo gordiano de la convertibilidad iba a encontrar los caminos para deshacerlo sin necesidad de recurrir a la solución de Alejandro Magno, cortándolo con una espada.
A mediados de 2001, el clima político palpitaba de desasosiego. La falsa causa del Senado había permitido generar dudas sobre la honestidad a rajatabla del gobierno en el ejercicio del poder. Años después, en tiempos de los Kirchner, la Justicia dictaminó la inexistencia del presunto delito, junto con la existencia de falsos testimonios.
La sucesión presidencial estaba asegurada al ubicar en la línea como nuevo presidente provisional del Senado al senador Ramón Puerta, rompiendo la tradición democrática de otorgar dicho sitial al partido gobernante.
En noviembre, ya pasadas las elecciones de medio término de octubre, se aceleró la imparable salida de dólares, mientras el FMI incumplía lo acordado. Frente a la inminencia de la potencial quiebra del sistema bancario, a principios de diciembre se optó por el mecanismo vulgarizado como “corralito” que limitaba la extracción en efectivo del equivalente a US$ 1000 mensuales. Apenas un mes después, en enero de 2002, Duhalde promulgó la ley del “corralón” que devaluó en un 40% todos los activos de los ahorristas reprogramando sus plazos fijos, habilitó a los grandes deudores a devolver en pesos devaluados y regaló a los bancos bonos compensatorios. No obstante, para el imaginario colectivo, solo existió el corralito.
El miércoles 19 de diciembre se reunieron en la sede de Caritas los máximos referentes políticos, empresariales y sindicales. Duhalde, sentado al lado del dueño de casa, monseñor Casaretto, forzaba su rictus clásico del labio superior hacia arriba y la derecha, buscando manifestaciones de los otros. En ese clima de dialogo artificial, el jefe de Gabinete, Colombo, convenció a De la Rúa de la importancia de su presencia. Afuera se vivía el inicio de la acción. Centenares de personas se habían agolpado para insultar a los participantes.
Encabezada por la clase media, sustento tradicional del radicalismo, la calle fue tomando energía a lo largo de la jornada.
El día siguiente despertó con los peligros del desborde de una coordinación operativa conformada por ausencias policiales explícitas comandadas por el entonces ministro de Seguridad de Ruckauf, Juan José Alvarez, y dirigentes municipales y barriales que impulsaban saqueos y marchas. En un reciente editorial se hace una descripción impecable de ese accionar violento.
Aquel 20 de diciembre culminó el proceso destituyente con la intensificación de la violencia. Por la mañana, Duhalde había anunciado por radio y televisión la consigna golpista: “O el presidente cambia o cambiamos de presidente”. El presidente De la Rúa aceptó con profunda tristeza el abandono de su partido y la actitud desembozada del peronismo y sus aliados sindicales, presentando su renuncia “para contribuir a la paz social y la continuidad institucional de la republica”.
La había escrito con una de sus clásicas biromes azules en la soledad de un pequeño despacho, donde solía tener reuniones con su exvicepresidente Alvarez, quien sigue ocultando las razones de su alejamiento.
Desde entonces, algunos gobernantes y grupos de izquierda reclaman esa fecha como ícono de lucha por sus ideales. Extraño y bizarro comportamiento que exige recordar con vítores la fecha donde los empresarios endeudados en dólares licuaron sus deudas; los que habían vendido sus empresas a multinacionales duplicaron sus fortunas y la pobreza, pocos meses después, alcanzó límites irreconciliables con la justicia y la equidad.
En aquel 20 de diciembre de 2001, el egoísmo y la codicia se sumaron a la ceguera sobre sus consecuencias y a la sordera ante la voz de la conciencia.
No había libertades en juego. Solo era una cuestión económica, efímera como todas.
Si hay algo que recordar de ese día, más allá de la trágica violencia que se repite, es el espíritu de renunciamiento del expresidente Fernando De la Rúa. que privilegió la paz interior al mandato popular.
La historia, con sus tiempos, se encargará de exponer ordenadamente hechos y actitudes con la crudeza del caso.


Ingeniero, exministro de Infraestructura y Vivienda de la Nación y exSecretario General de la Presidencia (1999-2001)

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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