sábado, 29 de enero de 2022

LO QUE COSTARÁ EL CAMBIO DE PARADIGMA


La transición energética se hará al precio de una nueva era de penurias
El cambio de paradigma que requiere el proceso emprendido por la humanidad para evitar su extinción será traumático
Carlos A. Mutto Especialista en inteligencia económica y periodista
Los trastornos de aprovisionamiento que sacuden la economía mundial son apenas el prólogo de una nueva era de graves penurias que se prolongará durante varios decenios y provocará, probablemente, fuertes tensiones geopolíticas.

Desde hace varios meses, la falta de suministros de materias primas esenciales ralentizó el comercio planetario a tal punto que los principales centros de producción de Asia y los puertos de las grandes potencias económicas jadean como animales sedientos esperando la llegada de containers con aprovisionamientos para responder a una demanda insatisfecha. La agencia de notación S&P calcula que serán necesarios entre “12 y 18 meses” para reabsorber esas tensiones industriales y logísticas, que ya desataron fuertes presiones salariales y una escalada de precios. Pero la actual situación no es un fenómeno coyuntural, sino que se trata –en realidad– de un verdadero cambio de paradigma, creado por la mutación tecnológica que requiere el proceso de transición energética emprendido por la humanidad para evitar su extinción.
Una razón –conocida, pero siempre importante– es la concentración en Asia de la producción industrial destinada a Occidente. Un operativo de relocalización, destinado a “recuperar la autonomía” productiva, podría costarles un billón de dólares a las empresas y consumidores occidentales. Desde el punto de vista ecológico, sería una operación rentable y de gran impacto psicológico porque reduciría la multiplicación de cadenas logísticas, que emiten más CO2 que Estados Unidos y Europa en su conjunto: 23 de las 25 ciudades que producen más gases de efecto invernadero se encuentran en China, según un reciente estudio de Frontiers in Sustainable Cities.
La recuperación del aparato productivo, iniciada durante el gobierno de Barack Obama, por el momento, solo atañe a un puñado de grandes empresas. El aumento de tarifas aduaneras aplicado por Donald Trump tuvo efectos limitados. En Estados Unidos, el ritmo anual de recuperación de empleos desplazados al extranjero pasó de 6000 en 2010 a 400.000 en 2019, calcula Harry Moser, de la Reshoring Initiative.
En ese contexto, “la actual escasez de semiconductores (en gran parte fabricados en Asia) es solo la parte visible del iceberg y confirma la inminencia de una nueva era de escasez, que concierne sobre todo a los metales esenciales para la electrónica y las energías renovables”, previene Alicia Valero Delgado, investigadora en ecología industrial del Circe (Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos), un instituto de análisis de penurias de materias primas de la Universidad de Zaragoza. “La parte disponible de materias primas indispensables para concretar la transición energética es insuficiente para alcanzar nuestras ambiciones”, reconoció hace unos meses el economista turco Fatih Birol, director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía (AIE) con sede en París.
La pandemia de Covid tuvo, por lo menos, la virtud de poner en evidencia los peligros que representa la extrema dependencia de Asia para las economías occidentales. En las dos fases críticas de la crisis –el comienzo y la salida–, Pekín primero retuvo material médico y luego paralizó el flujo de exportaciones de insumos indispensables para la reactivación de la economía occidental.
Nada de eso fue el resultado de una política de proteccionismo. Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, estima que las penurias generalizadas provocadas por la retención de exportaciones de productos esenciales tienen una dimensión geopolítica más amplia. “Es posible que una China cada vez más fuerte se sienta tentada a explotar la dependencia mundial con fines políticos”, conjeturó.
Esa situación es el resultado de las políticas divergentes desarrolladas por China y Occidente en los últimos 30 años. Mientras Estados Unidos y Europa se esforzaron en aprovechar la globalización para aumentar los beneficios y multiplicar su riqueza como motor de progreso económico, el principal objetivo del régimen de Xi Jinping consistió en reforzar
La aceleración de ciertas tecnologías digitales y la transición energética comienzan a crear una presión sin precedentes sobre los recursos
la potencia y la influencia de China a nivel planetario.
Joel Kotkin, investigador de la Universidad Chapman de California y director ejecutivo del Urban Reform Institute, basado en Houston (Texas), estima que las consecuencias de la pandemia nos condujeron al peor de los mundos: a la crisis geopolítica –que no se apaciguará a corto plazo–, se suman ahora un aumento de la dependencia con respecto a China y a otros países asiáticos, y la aparición de un cuadro global de penuria que se irá acentuando con el correr de los años.
La aceleración de ciertas tecnologías digitales y la transición energética comienzan a crear una presión sin precedentes sobre los recursos –en general los mismos– que necesitan ambos sectores para responder a la creciente demanda. “Todas las proyecciones muestran que la disponibilidad de minerales críticos indispensables es insuficiente para responder a las ambiciones climáticas” de descarbonizar totalmente el planeta en 2050, se inquietan los expertos de la AIE. Esos economistas comienzan a evocar un nuevo “superciclo de metales”, tanto en materia de precios como de abastecimiento, similar al que conoció el mundo a fines del siglo XIX con la revolución industrial norteamericana.
En poco tiempo, la voracidad de la industria será insaciable. Un automóvil eléctrico necesita seis veces más de minerales que un modelo convencional y la fabricación de una eólica offshore requiere 13 veces más de insumos que una central alimentada con energías fósiles. “Las necesidades en metales dentro de 20 años serán mayores que todo lo que consumió el planeta desde el comienzo de la humanidad”, calculó Patrice Christmann, exmiembro del Panel Internacional de Recursos de la ONU. El reemplazo de los motores térmicos por vehículos totalmente eléctricos, previsto para 2035, creará necesidades desconocidas y generará una demanda de baterías eléctricas que aumentará a un ritmo de 30% anual”, según un estudio de Nature Communications. Los tres metales más solicitados en esa mutación industrial –litio, níquel y cobalto– son los mismos que requiere la insaciable industria de aparatos high-tech. Un vehículo eléctrico requiere 10 kilos de litio, 40 de níquel y 50 de cobre. Las proyecciones más prudentes anticipan un aumento de las necesidades de litio de 600% en los próximos ocho años y la demanda de níquel para la industria del automóvil, que actualmente solo absorbe 6% de la producción, pasará a 70% en 2040. La presión también se acentuará, en idénticas proporciones, con los 17 metales que forman las codiciadas tierras raras, utilizados tanto en el sector electrónico como en las tecnologías verdes.
El temor no reside en un posible agotamiento de recursos, pues “la corteza terrestre es pródiga y los fondos oceánicos acumulan enormes nódulos polimetálicos totalmente inexplotados”, precisa Christmann. El problema consiste en que la industria pasará de una dependencia relativamente diversificada a una situación de casi monopolio en el caso de ciertos metales, como el cobalto, las tierras raras o incluso el cobre. El inconveniente más grave será la penuria de agua en un planeta acechado por la escasez de recursos hídricos. Extraer una tonelada de cobre obliga a consumir 200 metros3 de agua, 320 para el níquel, 1800 para las tierras raras y 2000 para el cobalto.
Este mundo, que nunca fue avaro para encontrar pretextos de conflicto, tendrá ahora que exprimir todo su ingenio para evitar que esas penurias se conviertan en fuentes de nuevos casus belli.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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