Nos separamos, ¿cómo hacer para no afectar a los chicos?
Maritchu Seitún
Los divorcios y los conflictos no tienen que ser traumáticos si se evitan enfrentamientos, dicen los expertos.
En todos estos años de acompañar a padres y madres en la crianza de sus hijos he recibido muchas consultas sobre separación y divorcio, algunas de parejas que estaban pensando separarse y querían actuar de la mejor manera posible para sus hijos, y otras que, estando ya separadas, intentaban ponerse de acuerdo en los múltiples temas de paternidad/maternidad.
El enojo, el deseo de vengarse o de que los hijos sepan “toda la verdad” y el miedo a perder el amor de esos hijos, pueden nublar la visión de los padres, y a veces los profesionales y otras personas que los acompañan (abogados, consejeros, amigos, incluso terapeutas individuales) proponen estrategias eficaces para alcanzar objetivos personales de los adultos sin considerar el daño y el dolor que esas propuestas pueden causar a los hijos, no sólo niños pequeños sino también adolescentes. Los hijos son hijos aunque se vean grandes, y siguen necesitando ser cuidados por sus progenitores sin sentirse forzados a tomar partido, ni a guardar silencio sobre temas que los angustian o asustan para no cargar más las tintas, ni a proteger o ser el sostén emocional de alguno de sus padres.
Hay que procurar que los chicos vivan con la confianza de que son cuidados y que pueden hacer su vida, jugar, divertirse y aprender tranquilos, porque los temas de adultos los resuelven los adultos
A veces (muy pocas, en casos puntuales) es necesario pelear por la tenencia exclusiva, pedir restricciones ante situaciones de abandono, maltrato o abuso físico, emocional o sexual. Aun en esas situaciones lo mejor para los hijos es que queden, en lo posible, afuera de las batallas legales. En la mayoría de los casos se trata de que ambos progenitores consideren y tomen decisiones de acuerdo a lo que es mejor para sus hijos, y no los utilicen como rehenes para chantajearse o como armas para dañarse uno al otro.
Esto aplica también a todo lo que les dicen a los chicos acerca del otro progenitor (con cara de reprobación: “es una irresponsable”, “¿otra vez comieron comida chatarra?”, “¡se quedó con tu campera nueva!”, “¿la única noche que los ve salió y los dejó con una niñera?”), y que no los tengan de intermediarios (“pedile los botines, que si tiene plata para viajar es porque le sobra, a mí no me alcanza”).
No podemos controlar las actitudes o la conducta del otro adulto, pero sí podemos evitar echar leña al fuego con comentarios que dañan a los chicos porque no pueden procesarlos. Es muy diferente decirles airados “¡eso es mentira!” a tranquilizarlos hablando de lo enojada que debe estar para haber dicho eso, sin forzarlos a tomar partido y a creerle a uno y no al otro.
No podemos controlar las actitudes o la conducta del otro adulto, pero sí podemos evitar echar leña al fuego con comentarios que dañan a los chicos porque no pueden procesarlos. Es muy diferente decirles airados “¡eso es mentira!” a tranquilizarlos hablando de lo enojada que debe estar para haber dicho eso, sin forzarlos a tomar partido y a creerle a uno y no al otro.
En la mayoría de los casos resulta perjudicial para los chicos “abrirles los ojos para que conozcan toda la verdad”. Ellos no necesitan conocer ni evaluar a sus padres como pareja sino solo como padres, y con el tiempo y las experiencias compartidas van a lograrlo: van a saber si sus padres los aman con amor generoso, si están disponibles, si los entienden, si les brindan su tiempo, si los tienen en cuenta, con cuál de ellos cuentan cuando necesitan algo, en cuál pueden confiar… ¡y ojalá sean los dos! También van a saber si alguno es egoísta, desconsiderado, injusto, irresponsable, no cumple con sus promesas, siempre dice “esperá”... ¡y ojalá ninguno de los dos sea así! No les hará bien descubrirlo antes de tiempo escuchando críticas, reclamos y quejas, ellos van a aprenderlo en el momento adecuado –cuando estén preparados–, en la relación que vayan conformando con cada progenitor, sin presiones o interferencias del otro.
Es muy difícil tener clara la realidad objetiva. En un cuento tradicional un rey enamoradísimo de su mujer narraba encantado cómo su esposa se sacó un durazno de la boca para dárselo a él porque no había otro en la frutera. Pero años más tarde, enojado y desilusionado con ella, recordando esa misma historia diría que ella le había dado “la comida mordida”. No son los hechos reales sino nuestra interpretación de los mismos lo que tratamos de convertir en verdades absolutas, y sin darnos cuenta nuestros hijos pueden quedar en el medio de ese tiroteo entre adultos. Además resultamos muy contradictorios cuando criticamos al otro progenitor y después les preparamos la mochila a nuestros hijos para que pasen tiempo con él.
Padres y madres tenemos un poder que es fundamental ejercer con responsabilidad: somos faros que alumbran el camino y los chicos nos creen y confían en nosotros, por lo que les podemos hacer tanto mucho bien como mucho daño con nuestras acciones, decisiones o palabras.
La gran pregunta para hacernos cada vez es: esto que estoy por hacer pedir/ decir, ¿lo hago en beneficio de mis hijos, les hace bien? ¿o lo hago por enojo, deseos de venganza, miedo de perderlos? Y es importante hacernos esa misma pregunta ante las propuestas de asesores que buscan ganar y obtener resultados, a veces sin medir los costos emocionales que sus propuestas provocarán en los chicos.
Un ejemplo en algo pequeño, de la vida diaria: qué distinta es la experiencia para los chicos cuando un progenitor se atrasa para buscarlos, si el otro les pone la mochila en los hombros, los para en la puerta a esperarlo y lo pasan mal todo ese tiempo, que si están mirando televisión o jugando y ni se enteran de la demora. Para eso el progenitor a cargo, por amor a sus hijos, tendrá que resolver de otra forma el enojo que la situación le produce.
Hagamos todo lo posible para que nuestras decisiones ante la separación se basen en lo que es mejor para nuestros hijos y no en nuestros deseos (movidos por nuestras ofensas, enojos, miedos, incluso cuestiones de dinero o de poder). De modo que los hijos sigan siendo hijos en lugar de convertirse en los padres de sus propios padres. Hay que procurar que vivan con la confianza de que son cuidados y que pueden hacer su vida, jugar, divertirse y aprender tranquilos, porque los temas de adultos los resuelven los adultos.
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