El fracaso de la coalición peronista
Joaquín Morales Solá
Vladimir Putin ni siquiera le respondió a Alberto Fernández el pedido de detención del vicepresidente de Irán, Mohsen Rezai, quien supuestamente anduvo por Moscú o sus alrededores. ¿Estuvo o no estuvo? Nadie lo sabe. A Putin le interesan ahora sus desafíos a Occidente, no las tardías ocurrencias del presidente sudamericano. A su vez, el sátrapa nicaragüense Daniel Ortega ninguneó el lamento argentino por la presencia de Rezai en su reasunción: el alto funcionario iraní, cuya captura internacional es reclamada por la Justicia argentina desde 2007 por su participación en la masacre de la AMIA, tiene las “puertas abiertas” de Nicaragua para volver cuando quiera, según el déspota del Caribe. No obstante, el presidente argentino, un hombre acostumbrado ya a bajar la cabeza ante los desplantes, no canceló, por ahora, sus planes de ir a Moscú en los primeros días de febrero y no echó del cargo a su embajador en Managua, Daniel Capitanich, que sufre los desvaríos de un amor a primera vista con el matrimonio Ortega.
Cristina Kirchner se vuelve una mujer raramente comprensiva cuando se trata de Putin y de Ortega. La vicepresidenta y uno de sus ahijados, Axel Kicillof, fueron los autores intelectuales de la compra a Putin de la conflictiva vacuna Sputnik V y de trabar las negociaciones con los fabricantes de los inmunizantes más respetados del mundo. Alberto Fernández terminó abrazando, como hace siempre, esa idea de Cristina, aunque luego rectificó y cayó de rodillas ante las empresas Pfizer y Moderna. Cristina tiene una vieja admiración por el mandamás ruso. Ella no milita en ninguna revolución, sino en la devoción hacia los líderes fuertes y autoritarios. Lo que le gusta de los regímenes de Nicaragua, Cuba, Venezuela o Rusia es que son autocracias gobernadas por partidos unipersonales. ¿Le gustaría mirarse en un espejo parecido? Tal vez. Cuando era presidenta, en 2014, fue uno de los pocos líderes mundiales que apoyó la decisión de Putin de anexionar Crimea a Rusia. Crimea es una península que históricamente perteneció a Ucrania. En aquel momento comenzó la operación geoestratégica de Putin que estalló en estos días: el líder ruso pretende anexionar toda Ucrania a Rusia. Estados Unidos y Europa corrieron en auxilio de Ucrania: peligra la paz mundial como nunca desde el fin de la Guerra Fría.
Está claro que la coalición gobernante no está en condiciones de escribir un plan económico que deje conformes a todos sus principales líderes
Cristina Kirchner inauguró también la política según la cual las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Rusia, Nicaragua, Venezuela y Cuba son cuestiones internas de esos países. Ningún otro país tiene competencia para opinar ni actuar sobre el sufrimiento de quienes viven en esos países. Que solo los déspotas se ocupen de sus propias víctimas. ¿A quién se le ocurre semejante incoherencia? Cristina controla gran parte de la Cancillería, si no toda, a través del vicecanciller Pablo Tettamanti, un embajador de carrera que milita en el cristinismo, fielmente convencido. Con larga experiencia en las relaciones internacionales y en las intrigas de palacio de la diplomacia local, Tettamanti vencerá siempre en las peleas internas con el neófito canciller Santiago Cafiero. Tampoco Tettamanti necesita la victoria explícita: a Cafiero nunca se le ocurriría desafiarlo.
Alberto Fernández mandó a Cafiero a una crucial misión de acercamiento con Washington, pero Cristina Kirchner le abortó la operación en el mismo momento en que se realizaba. Lo único que sobresalió de la reunión de Cafiero con Antony Blinken, canciller norteamericano, fue el pedido de este de que la Argentina tuviera un plan económico razonable para presentarle al Fondo Monetario. Cafiero fue a pedir el apoyo de Washington en el FMI, mientras su presidente prepara las maletas para visitar a Putin, el principal adversario de Washington. La contradicción es lo único que nunca falta. Blinken tenía la cabeza en otro lugar: se despidió de Cafiero a las apuradas para meterse en un avión rumbo a Ucrania y luego a Suiza, donde se reunió sin éxitos inmediatos con su par ruso, Serguei Lavrov. Quien conoce el sistema de gobierno norteamericano sabe que Blinken solo repitió ante Cafiero un ayudamemoria que le envió el Departamento del Tesoro. Que el gobierno argentino presente de una buena vez un plan económico, decía ese paper. Es lo mismo que el Fondo Monetario y la oposición argentina le piden a Alberto Fernández. ¿No puede hacerlo? ¿No quiere? Regresamos al mismo problema. La coalición gobernante no está en condiciones de escribir un plan económico que deje conformes a todos sus principales líderes: Cristina, Alberto Fernández y Sergio Massa. Y habría que incluir también al jefe de Gabinete, Juan Manzur, que llegó a ese cargo en representación de los gobernadores.
Massa y Manzur se pavonean de su buena relación con Washington. Suelen despreciar al régimen de Putin y son desconfiados con los proyectos expansionistas de China. Massa hizo muy duras críticas al régimen de los Ortega en Nicaragua y a la presencia en Managua del iraní Rezai. Palabras que se reducen a simples palabras. Alberto Fernández fluctúa entre Blinken y Putin; su vaivén en la relación con Nicaragua es ya insoportable y, encima, cree que China podría salvarlo, con dólares frescos, de un humillante default con el Fondo y con el Club de París. La misma ilusión que algunas vez tuvo Néstor Kirchner. China nunca le contestó al expresidente el pedido de un crédito por 20.000 millones de dólares. Cristina se queda del lado de Rusia y de China si la opción es Washington. Sus constantes viajes a La Habana, cuando cruzaba el desierto, marcaron sus ideas para siempre. Ella no vacila; esas cosas las tiene claras. Claramente equivocadas, pero claras al fin.
Cristina también miente. Y lo hace premeditadamente. Su última carta, la misma que arruinó la reunión de Cafiero con Blinken, tiene párrafos de una notable falsedad. Dice que el Fondo le entregó a Macri un préstamo de 55.000 millones de dólares y que nadie sabe dónde están los fajos de esos billetes. Aunque el crédito fue por ese monto, el Fondo transfirió solo 44.000 millones porque se negó a enviar más dinero cuando el kirchnerismo ganó en las primarias de agosto de 2019. Eso lo saben la política y la economía. ¿Dónde están los dólares? El Estado argentino existe y hay registro de quién recibió ese dinero. Fue para pagar deuda soberana y, en parte, para financiar el déficit fiscal. Se podrá criticar a Macri por haberse endeudado, pero no se pueden cambiar las cifras ni ignorar para qué sirvió la deuda.
El insulto lo propinó cuando todavía Gerardo Morales y Massa trataban de hacer una reunión entre el Gobierno y la oposición por las negociaciones con el Fondo. Alberto Fernández se comprometió primero con Morales y después tomó distancia, como hace siempre que la vicepresidenta lo desacredita. La supuesta autocrítica del Fondo sobre el crédito a Macri dice, con párrafos cargados de diplomacia, que la conducción anterior del organismo no tuvo en cuenta que el kirchnerismo podía volver a gobernar la Argentina.
Sin embargo, ni el Fondo ni nadie previó que la coalición peronista fracasaría tan pronto como coalición. No existen ideas parecidas entre los miembros de esa alianza y cada uno trata solo de quedar bien con su pobre auditorio. El resultado no puede ser más magro: se perdieron dos años de vanas negociaciones con el Fondo, no existe un plan económico serio y el oficialismo acaba de perder las elecciones legislativas de mitad de mandato. Los funcionarios compiten obsesivamente con el despacho de al lado, que siempre está tomado por una franja distinta de la propia coalición. “Ellos solo hablan de las peleas internas. Nadie se ocupa de lo que pasa afuera”, cuenta un funcionario que desciende de la cima misma. Al peronismo lo atrapó siempre el internismo, pero nunca fue tan indiferente a los conflictos que se abaten sobre los argentinos de a pie. En esa novedad se cifra el fracaso del consorcio que gobierna.
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