A FONDO
Coghlan
El barrio que levanta el perfil con rincones encantadores y una convocante movida gastronómica
Texto: Soledad Vallejos// @solevallejos
Hace más de una década que se empeñan en bautizarlo como el barrio de moda. El lugar ideal para mudarse y quedarse a vivir. El nuevo Palermo, no comercial, pero sí con una movida artística y gastronómica que crece a paso lento, aunque firme. Árboles, muchos árboles. De golpe, un mural, otro más y otro. Aroma a plantas y una cierta calma en sus calles interiores; como un vergel urbano que resiste al bullicio de sus vecinos más grandes y más poblados como Belgrano, Villa Urquiza, Núñez y Saavedra. Así es Coghlan, el barrio porteño que nació alrededor de su antigua estación de tren (1891), con sus casas de estilo inglés y los típicos PH, una de las construcciones más buscadas por los nuevos habitantes que llegan de otras zonas. Sobre todo después del Covid-19 y el encierro forzado, que elevó la cotización de una porción de patio o terraza. El boom inmobiliario también llegó, pero los “coghlanenses” más férreos se resisten al avance de los nuevos edificios porque, dicen, no quieren “parecerse a Villa Urquiza y sus torres”. Y algunos recuerdan como una de sus batallas ganadas la medida judicial de 2016 que paralizó, en su momento, la obra del complejo de viviendas en torno a la Villa Rocatagliata. Coghlan es un barrio chico, un cuadrilátero irregular de casi 1,3 kilómetros cuadrados, pero en un paseo de fin de semana y solo en los alrededores de la estación de tren -la parte más residencial y quizá más exquisita-, irrumpen nuevas escenas urbanas que nacieron en plena pandemia y llegaron para quedarse.
LA PINTORESCA ESTACIÓN, NUEVO PUNTO DE ENCUENTRO

EMBLEMÁTICA. La estación es un reducto encantador para vecinos y visitantes
Muchos dicen que es la estación de tren más pintoresca de toda la ciudad, y para comprobarlo recomiendan subir al puente peatonal que cruza las vías, una estructura de hierro hecha en Glasgow, Escocia, y traída especialmente a Buenos Aires para ser montada acá. Desde arriba se ve todo: la casona inglesa sobre el andén- donde también funciona una librería pública-, la plaza con juegos que la rodea, los árboles y las enredaderas que trepan por las paredes y el playón donde se festejan los cumpleaños de los vecinos. Se distingue también el nuevo barcito, de apenas 8 m2, que desde que abrió -justo cuando las restricciones que impuso la pandemia comenzaron a flexibilizarse en el último tramo de 2020- revolucionó la dinámica del lugar y se convirtió en el nuevo hit del barrio. “Venía a la plaza con mi hijo y siempre me daban ganas de tomar un cafecito. Vivimos justo enfrente de la estación, y desde que el kiosco que había antes se fue y el espacio quedó libre, empezó a darme vueltas por la cabeza la idea de poner un barcito”, cuenta Grisel Milva Procino, una de las dueñas de Estación Verde Coghlan, que sirve café de especialidad y vende flores los viernes. Después de trabajar muchos años en una empresa multinacional, Grisel decidió dar un volantazo. “La vida me dio un revés y empecé a conectarme con las cosas con las que más me identificaban. Soy fanática del café, no solo de la bebida sino de todo lo que un café significa como excusa para el encuentro. Pregunté por el espacio, me mandaron a averiguar a Retiro y finalmente terminamos presentando una licitación pública en Trenes Argentinos. Esto fue en 2019, antes de la pandemia, y la licitación la ganó otra persona que luego se dio de baja -repasa Grisel-. Volví a la carga con mi proyecto, se volvió a licitar y quedé, y arrancamos con la obra”. El pequeño local se renovó con un gran ventanal hacia la plaza y conservó el mural que ya tenía pintado en una de sus cuatro paredes, una obra del artista plástico Paxi y que a Grisel siempre le había llamado la atención. “Me contacté con el artista y le dije que no quería perder el mural, pero estaba un poco desmejorado. Finalmente vino, lo reversionó y quedó espectacular”, cuenta orgullosa Grisel, que lleva adelante el emprendimiento junto con su socia, Mariana Tahoces Benavides, responsable de los manjares dulces que acompañan el café. Desayunos, meriendas, reuniones de trabajo y hasta clases de inglés. Así de diversa es la clientela que se junta en las seis mesas pequeñas de material que están frente al barcito, más otras tres que agregan sus dueñas cada mañana. Es martes por la mañana y Martín Galsman está tomando un café, un alto en el recorrido matutino junto a su perro caniche, Thor. Dos chicas se acercan, le cuentan que son estudiantes de la facultad y le preguntan si le pueden sacar una foto para un trabajo universitario. Acepta, y Thor posa a su lado. “Muchas veces también vengo a estudiar a la plaza -dice Martín, que tiene 22 años y es vecino de Coghlan-. Desde que abrió el barcito la estación tiene otro movimiento, y además como este tren no pasa con tanta frecuencia nunca es un caos de gente. Está buenísimo”.
Al lado del bar está la biblioteca Bartolomé Mitre, la primera que se fundó en una estación de tren según los registros históricos que comparten los vecinos. Fue a fines de los 60, luego cerró en los 90 y volvió a abrir hace más de 15 años. La pandemia la puso otra vez en pausa, pero desde la Asociación Amigos de la Estación Coghlan ahora trabajan en la tarea de catalogar los más de 8000 ejemplares, además organizan talleres, algunas muestras y presentaciones de libro. “El sábado 30 de abril pasado hicimos una actividad que se llamó Coghlan Fabril, donde una persona de la Junta de Estudios Históricos del barrio nos vino a contar sobre las fábricas que funcionaban acá desde el 1900 hasta 1990 aproximadamente, y cómo se vivía en esa época. Fue un intercambio muy lindo porque participaron vecinos que recordaron muchas anécdotas de ese entonces”, comenta Adriana Riquelo, la actual presidenta de la asociación, que rescata las mejoras que se hicieron en el hall de la estación y que muchas veces utilizan como un espacio anexo a la biblioteca durante los eventos.
UNA CORTADA QUE ENAMORA




ELEGANTE. Los metros más coquetos y escondidos de la calle Roosevelt
Es una “calle plazoleta”. Una cortada parquizada que nace en Roosevelt y Estomba y se extiende hasta las escalinatas de acceso a la plaza lindera a la estación de tren, con casas antiguas de estilo inglés, bien recicladas. Muchos la identifican por su mástil, donado por el Club Inca,también de la zona, un 9 de julio de 1937. Todos los 25 de mayo -el próximo no será la excepción-, algunos propietarios que viven sobre Roosevelt, liderados por Gustavo Fossati, organizan un encuentro barrial y celebran la fecha patria. Izan la bandera, cantan y ofrecen chocolate caliente con churros a los vecinos. “Con mi familia llegamos al barrio en 2010. Nos gustó mucho y nos mudamos con nuestros cinco hijos -relata Gustavo-. La gente de la Asociación de Amigos me contó que en este lugar solían festejar las fechas patrias. Me hizo recordar cuando 40 años atrás yo estaba en la dotación de la Base Belgrano 2, la más austral de las bases argentinas en la Antártida, durante el conflicto por las Malvinas. Ese año celebramos además con chocolate y se me ocurrió mantenerlo. Solo se suspendió por la pandemia. Así que la semana próxima esperamos convidar a todos los vecinos con un chocolate caliente”. Por la singularidad de su paisaje, esa misma cortada también es la elegida por la guía de turismo Valeria Massa para iniciar la charla de su tour por Coghlan. “Hace 27 años que soy guía y siempre trabajé con extranjeros, pero cuando llegó la pandemia y se cerraron las fronteras surgió la idea de hacer paseos con locales, y así empezó el tour por Coghlan -cuenta Valeria, que promociona las excursiones a través de Instagram-. En esa callecita nos paramos y hago la primera pregunta: ¿Alguien sabe por qué el barrio se llama Coghlan? Como la respuesta es negativa casi siempre, les hablo del ingeniero irlandés John Coghlan, que fue el que proyectó ese ramal del ferrocarril, y por eso la estación lleva su nombre. También Coghlan fue el que inició el primer proyecto para abastecer de agua potable a la ciudad, entre muchos otros aportes que hizo a la obra pública porteña”. Valeria también define al barrio como una galería de arte al aire libre, con pinturas y murales que se descubren durante el paseo. “Hay mucho arte urbano, de artistas locales y también extranjeros, y en todo esto tiene mucho que ver un experiodista de la BBC de Londres, que ofició de sponsor para que varios artistas vinieran a pintar a Coghlan”.
LA ESQUINA FOODIE

CORREDOR INCIPIENTE. De una chocolatería a manjares mexicanos, avanzan los locales gastronómicos
Oficialmente, la esquina de avenida Monroe y Estomba queda fuera del mapa del trazado de Coghlan. Pero apenas 200 metros separan a ese incipiente corredor gastronómico de la estación de tren. Una casa de té, una chocolatería un poco más allá, el restaurante Ego’s justo en la esquina y la Taquería Díaz, al lado, que exploró nuevos rumbos para abrir su local y así impulsó una movida foodie en la zona. Dicen los fanáticos de la cocina mexicana que el cocinero Francisco Gómez Díaz es el responsable de los tacos más emblemáticos que se pueden probar en la ciudad. Su objetivo, como cuenta él mismo en uno de los capítulos de la serie gourmet Todos los Tacos, es llevar su pasión por la comida mexicana a otras latitudes. Y así llegó a Buenos Aires. La taquería comenzó en un local del Patio de los Lecheros, justo en el límite entre los barrios de Caballito y Flores, y luego desembarcó sobre la avenida Monroe. “La movida gastronómica está más desarrollada en el polo de Donado-Holmberg, y por acá no había nada. Está buenísimo que empiece a descentralizarse un poco -opina Irene Ruiz, que vive en uno de los nuevos edificios de Holmberg y Monroe-. Hay noches donde la cola de la taquería llega casi hasta la esquina, porque hay gente que viene exclusivamente hasta acá por los tacos”.
ESCALERAS, OBSTÁCULOS Y PARKOUR




EN EL AIRE. Las clases de parkour comenzaron en las escalinatas de la estación durante la pandemia
“No existen límites más que los que nos ponemos día a día, la idea es superar esas barreras y crear arte con el cuerpo. Un salto a la vez”. Así define a la disciplina que practica Leonel Borda, quien comenzó a enseñar parkour en las escalinatas de la estación en plena pandemia. “Vivo cerca, y un día se me ocurrió dar una clase especial en las escaleras de la estación, porque ofrecen muchas más posibilidades y obstáculos”, cuenta Leonel, que reúne todos los martes y sábados a un grupo de chicos de entre 6 y 11 años para transmitir sus conocimientos y su habilidad. Leonel insiste en que el parkour se basa, sobre todo, en la confianza y la seguridad. No en el riesgo. “Te enseña a caminar más seguro, a estar siempre atento al entorno y firme en cada paso. Pone en alerta todo el cuerpo, -afirma el profesor que extendió sus clases de Saavedra a Coghlan.- Los adultos les decimos a los chicos que no se suban a tal lugar porque se van a caer y se van a lastimar. Los chicos se asustan, y muchas veces terminan golpeándose. Con el parkour aprenden cómo poner las manos o los pies en determinadas situaciones y a recibir el menor impacto posible cuando se caen. Aprenden a superar obstáculos constantemente”. Los cuerpos de jóvenes en el aire ya forman parte del recorrido por estas calles. La nueva disciplina urbana no podía estar ausente en un barrio en plena transformación.
Florencia Fernández Blanco @florfb
EDICIÓN VISUALFlorencia Abd @florenabdMaría Rodríguez Alcobendas @merirodriguez
EDICIÓN DE FOTOAníbal Greco @anibalgreco
EDICIÓN DE VIDEOJulieta Bollini @julietabollini
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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