miércoles, 11 de mayo de 2022

CRUCERO GENERAL BELGRANO....TODA LA EMOCIÓN


Crucero General Belgrano. “Si usted no se tira, yo no me tiro”
El diálogo en la proa entre el comandante Héctor Bonzo y el suboficial Ramón Barrionuevo, los dos últimos tripulantes en saltar al mar antes de que se hunda el buque en la Guerra de las Malvinas
Texto Mariano ChaluleuTTE. de Fragata Martín Sgut Bonzo y Barrionuevo, dos siluetas en la proa, antes de saltar
El domingo 2 de mayo de 1982, dos torpedos lanzados desde el submarino nuclear inglés HMS Conqueror impactaron contra el casco del ARA General Belgrano, que navegaba fuera de la “zona de exclusión”, condenándolo a un inexorable hundimiento. A las 15.56, el primer torpedo golpeó en la mitad del buque, en la sala de máquinas de popa, y generó una explosión ascendente que atravesó las cuatro cubiertas. El segundo torpedo pegó en la proa y cortó 15 metros del barco, que desaparecieron en al agua. El Belgrano, herido de muerte, se mantuvo en la superficie el tiempo suficiente para que más de 700 tripulantes pudiesen acceder a las balsas y salvar sus vidas. 323 marineros argentinos murieron en el ataque.
Los últimos en abandonar la nave fueron el comandante Héctor Bonzo y el suboficial Ramón Barrionuevo. Estaban en lo que quedaba de la proa cuando fueron retratados en una imagen histórica, donde apenas se descubren sus siluetas.
La lectura de Barrionuevo sobre aquella situación es que Bonzo no quería saltar, que prefería irse al fondo del mar con su buque. Entre marinos, esa acción es reconocida como un acto de coraje y honor.
Héctor Bonzo murió el 22 de abril de 2009. Después de la Guerra de las Malvinas, dedicó su vida a dar testimonio sobre lo que ocurrió con su buque. Escribió un libro (1093 tripulantes del Crucero ARA General Belgrano) y concedió mil entrevistas.
A propósito de su encuentro con Barrionuevo, antes de abandonar el barco, contó: “Estaba tratando de largar una balsa que había quedado trabada a bordo. En eso, en medio del viento, la noche, del frío, escucho una voz que me grita: ‘¡Vamos, señor comandante!’ “.
“El buque estaba en 35 grados de inclinación. Las cubiertas estaban llenas de petróleo. Un momento tremendo. Era un suboficial que vio a su comandante y dijo ‘yo me quedo con él’. Lo quise convencer de que se largara, no aceptó. Le ordené que se tirara al agua. Su comandante había dado la orden de abandonar el buque y él la tenía que cumplir. Pero me contesta algo en que, pasado el tiempo, sigo pensando: ‘No, señor comandante: si usted no se tira, yo tampoco’”.
“Entonces le dije: ‘Barrionuevo, venga conmigo, vamos hasta proa a ver si queda alguien que necesita ayuda’. Vimos que estaba todo muerto: el buque y los hombres. En ese instante nos tomaron esa foto, donde se ve el buque y dos figuras humanas en la proa. Barrionuevo se hizo la señal de la cruz y se largó al agua. Eso sí: antes me hizo prometerle que yo también me iba a tirar. Cuando lo perdí de vista, me tiré yo”.
Ramón Barrionuevo habla desde su Catamarca natal. Aún hoy, 40 años después, está convencido de que Bonzo no quería saltar, que prefería irse al fondo del mar con su buque. “Cuando lo encontré, él estaba por ingresar al cuarto de oficiales. Pensé que quería hundirse con su barco, irse a pique. ¿Te imaginás lo que debe haber sido para el capitán dar la orden de abandonar el Belgrano? Le grité: ‘Vamos, señor comandante’. Caminamos juntos por cubierta hasta que el barco pegó un sacudón y Bonzo dijo: ‘Vamos’. Procedí a ayudarlo a inflarse el salvavidas y a ponerle los pantalones adentro de las medias, para que pudiese nadar mejor. Yo hice lo propio”, recuerda.
“Nos persignamos y nos tiramos al agua. Primero me tiré yo, y vi que él había hecho lo mismo. Empecé a nadar contra las olas, braceando, hasta que me encontré con una balsa. Miré hacia atrás y vi que a él también lo había levantado una balsa. Bonzo fue el último en tirarse al mar y el último en subir a una balsa, y si mal no recuerdo, fue el último en subir al Gurruchaga, el buque que nos rescató dos días después”. –¿Cuándo se volvieron a ver? –Ahí, en el Gurruchaga. Bonzo, que era un tipo puntilloso, refinado, estaba lleno de petróleo, igual que yo. Cuando ingresó al comedor, un marino gritó: ”¡Atención!”. Me incorporé y avancé hacia él. Nos abrazamos y lloramos, no podíamos articular las palabras. La gente empezó a gritar “¡Viva el Belgrano!”. Nunca más di un abrazo así

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