lunes, 9 de mayo de 2022

DIOS PROTEJA A UCRANIA Y LE DE LA PAZ


La dramática vida en Mykolaiv, la ciudad ucraniana bajo fuego hace dos meses en la que la gente hace largas colas para conseguir agua y pan
Ubicada cerca de Kherson, ocupada por los rusos, la ciudad está casi desierta y vive hace casi un mes sin agua por el ataque a un acueducto

Elisabetta Piqué
Centro municipal de Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable y agua para los servicios sanitarios.yen y, por otro lado, personas que llegan, que escapan de pueblos cercanos a Kherson”, dice Boris, que trabaja en la Cruz Roja. La Cruz Roja hasta ahora evacuó a 15.000 personas, heridas o vulnerables, pero la gran mayoría se fue por su cuenta, aseguran en Mykolaiv, ciudad que quedó marcada a fuego por un ataque que, a fines de marzo, partió en dos el edificio de la gobernación, donde murieron más de 34 personas.
La sede de la Cruz Roja es solo uno de las decenas de puntos que hay para que los habitantes puedan ir a buscar agua potable, ante cisternas, enormes bidones y canillas. “El agua viene en parte del río, en parte de pozos, en parte es potable, aunque el gusto no es muy bueno, mientras que de los camiones cisterna sale el agua que llamamos ‘técnica’, que sirve para los baños”, explica Boris, que nació en esta ciudad que se levanta en la confluencia de dos ríos que desembocan en el Mar Negro.
Para las personas mayores o con dificultades para moverse de su casa, la Cruz Roja organizó un equipo que, en bicicleta, al margen de llevar agua -la prioridad ahora-, también reparten medicamentos y comida. “Son voluntarios que conocen bien la ciudad, que se arriesgan porque nadie sabe cuándo caen las bombas aquí, sobre todo porque las sirenas no suenan cuando hay golpes de artillería”, explica.
“Un problema enorme”
Entre quienes hacen fila para llenar sus bidones o para llevarse paquetes de seis botellas de agua mineral están Anna, una jubilada que solía tener un negocio de comida, junto a su perrito Bafi, y su hija Natalia, enfermera en un consultorio de odontología. “Es un problema enorme la falta de agua, ahora estamos buscando para nosotras y para unos vecinos, para un total de ocho personas y esto no nos durará más de dos días”, dice Natalia, mientras carga todo en un carrito y cuenta que está sin trabajo desde hace casi un mes.
Centro municipal de Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable y agua para los servicios sanitarios. En la foto Anna, madre, Natalia, la hija y Bafi
“Ojalá se resuelva pronto el tema del agua porque es imposible abrir el consultorio sin agua y la gente necesita curarse los dientes”, dice esta mujer, que si bien admite que tiene miedo cuando se oyen los estruendos y caen las bombas, no piensa irse.
Sumada a la lluvia de bombas que hizo que muchos huyeran, la falta de agua fue un golpe de gracia porque obligó a cerrar los pocos hoteles, restaurantes y bares abiertos. Así, aunque hay algo vida y no está arrasada, sino sólo en algunos barrios expuestos hacia Kherson, Mykolaiv luce semi-vacía y militarizada. Repleta de barricadas de bloques de cemento, neumáticos y bolsas de arena y con sus avenidas totalmente peladas de árboles -que se talaron para usar en barricadas o para fabricar las planchas de madera con las que se han tapiado vidrieras y ventanas de edificios-.
El camino hasta Mykolaiv también luce semi-desierto, con muchas barricadas que obligan a frenar y hacer zig-zag, pero con menos controles que a fines de marzo. Aunque antes de ingresar a la ciudad un soldado realiza un control mucho más riguroso que la vez anterior: no sólo pide la acreditación del Ministerio de Defensa (que indica que uno se hace responsable de entrar a una zona de combate), sino que, en un trámite que tarda unos veinte minutos, llama a la sede central para verificar que esa acreditación sea verdadera.
A las 9 y media de la mañana, en un centro municipal de la zona sur hay una cola larguísima de gente. “Esperan un pedazo de pan: todas las mañanas entregamos en 30 diversos centros gratuitamente. Antes entregábamos 300 pedazos, ahora, 600″, explica Tatiana, funcionaria municipal que, con guantes de plástico celestes, va repartiendo los panes a los vecinos.
La gente espera por las mañanas para recibir un paquete de pan
Aunque cuenta que ella vive en un barrio que no está en la línea de fuego proveniente de Kherson, Tatiana también admite que la situación es peligrosa, que tiene miedo, pero que no piensa irse de su ciudad. “Vivía en Hostomel, al norte de Kiev, siempre trabajando como funcionaria municipal y cuando comenzaron allá los ataques, decidí volver a Mykolaiv... Y ahora, aunque hubo gran destrucción y muertes, la situación es más tranquila allá en Hostomel porque los rusos se fueron y acá, que están cerca, mucho peor... Me persiguen los rusos”, bromea. “Pero ya no pienso moverme, esta es mi ciudad”, comenta, con una sonrisa forzada y sin quejarse, como todos.
Lejos de casa
En el mismo centro municipal, Inna Burtovaia, de 65 años, cuenta otra historia increíble: en realidad ella no es de Mykolaiv, sino de Snihurivka, pueblo que queda al este de esta ciudad, que ha sido tomado por los rusos. “Cuando comenzó la guerra estaba en San Petersburgo, Rusia, porque soy escultora y maestra de artes plásticas para chicos... Como se cerró la frontera logré volver al país entrando por Polonia, luego fui a Odessa, pero nunca pude volver a mi casa”, relata.
Inna no pudo volver a su casa y ahora vive en la municipalidad de Mykolaiv
“Ahora vivo acá, en la municipalidad y trabajo como voluntaria y quién sabe cuándo podré volver”, dice Inna, que tampoco se lamenta. ¿Cómo es la vida en Mykolaiv? “Bombardean todos los días, suenas las sirenas, pero la gente mayor como yo ya no reacciona, no corre a ningún lado, ni nada, porque no se la puede pasar bajando y subiendo a los refugios, somos viejos”, dice.
El reloj marca las doce del mediodía y a lo lejos se oyen estruendos en un barrio de grises monoblocks de estilo soviético que se levanta en el este de Mykolaiv y que fue blanco de un ataque anteayer. Los “bum” que se oyen son de la artillería ucraniana que está disparando hacia Kherson, dicen. Aunque a las decenas de personas de todas las edades que, como autómatas, están haciendo fila, bajo el sol, ante un camión cisterna, con sus bidones de plástico, bolsas, botellas y carritos, ya no les importa. “Ahora la prioridad es el agua”, confirma Nicolai, chofer de 57 años que, al volver hacia su departamento cargado de botellas de agua, al encontrarse con los periodistas aprovecha para denunciar que, en el ataque de anteayer, que causó destrozos, pero no víctimas, los rusos usaron bombas de racimo, prohibidas desde 2010.
Centro municipal de Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable y agua para los servicios sanitarios
Gesticulando, Nicolai -barba canosa, gorro y campera de jeans- muestra las marcas que las también llamadas bombas de fragmentación, que contienen un dispositivo que libera un gran número de pequeñas bombas al abrirse, cayeron en el suelo de tierra, en una pared, en el asfalto. Varias ventanas de algunos pisos también saltaron por el aire y pueden verse vidrios rotos apilados en el suelo junto a otros escombros. “Por suerte fue de noche, cuando hay toque de queda y no había nadie en la calle. Yo en ese momento estaba en mi departamento y cuando comenzó el ataque me puse en el pasillo, entre dos paredes. Toda la gente ya aprendió a hacer esto. No sonaron las sirenas porque son bombas que vienen a una velocidad demasiado rápida desde Kherson”, cuenta Nicolai, otro sobreviviente que impresiona por su temple. Una resiliencia como la de Mykolaiv, una ciudad que, así como no fue doblegada por los constantes ataques, tampoco lo ha sido por la falta de agua.

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