Cristina, ante su próxima jugada
Martín Rodríguez Yebra
Hay una frase que le han oído a Cristina Kirchner en charlas terapéuticas sobre el destino errático de su experimento con Alberto
Fernández: “Se pueden ganar o perder elecciones, pero lo que nunca podés perder es la identidad política”.
Si perdemos las dos, desaparecemos”.
La idea tiñe de un carácter épico la rebelión institucional que le plantea al Presidente. Ella se percibe en una cruzada por la supervivencia en la que el obstáculo es un dirigente sin poder propio que decidió apartarse del rumbo que le habían trazado y que, encima, no consigue los resultados que prometía. Ideología y pragmatismo operan como sinónimos desde el inicio de la dinastía Kirchner.
La disertación en Chaco con la excusa de recibir una distinción académica que se hizo otorgar transparentó unos objetivos inmediatos de la vicepresidenta. Quiere torcer el rumbo económico desde adentro, sacar a los infieles –con Martín Guzmán y Matías Kulfas a la cabeza– y reponer una línea identitaria, asociada a la distribución como mandamiento principal. El acuerdo con el FMI, disparador final de la crisis interna, exige una revisión desde cero.
Pero el tono y la argumentación empleados para vapulear a Fernández reforzaron también la sospecha creciente entre dirigentes del peronismo de que la dinámica de este “debate de ideas” en el oficialismo llevará a Cristina a presentarse como candidata a presidenta en 2023. La repetición de esa hipótesis en boca de algunos dirigentes muy afines a ella, como Leopoldo Moreau, Hebe de Bonafini y el sindicalista Walter Correa, no parece una coincidencia.
La sola mención en potencial de una candidatura actúa como una amenaza para el Presidente. En la lógica de Cristina, solo un regreso a la orientación originaria permitiría devolver la legitimidad al gobierno del Frente de Todos. Si Fernández se niega, le espera un asedio políticidió co de alta intensidad, que incluirá con seguridad el armado de una alternativa electoral. En cualquier caso, la urgencia es despegarse del fracaso que ya precipitó la derrota de 2021.
Cristina no pidió cabezas. Esa tarea la tiene delegada Andrés Larroque, a quien apenas se permitió corregir en un detalle cuando dijo que ella no había sido “generosa”, sino “inteligente” cuando puso a Fernández al frente del ticket electoral de 2019.
Tres años atrás, ella juzgó que la opción Alberto abría la puerta a un triunfo. Ahora, traducen en su entorno, lo “inteligente” para ser competitivos sería pegar un volantazo en la política económica. Si se lo impiden, la batalla será por la identidad.
Aunque no pueda ganar, no sería un consuelo menor ocupar el lugar dominante de una oposición peronista. El argumento de quienes descartan que ella se postule es que una derrota la dejaría sin fueros, a diferencia de la garantía que implicaría una candidatura a senadora. El misterio es una herramienta recurrente en su carrera.
“Además de un apriete, el mensaje pareció un lanzamiento”, dice un funcionario que acompañó a Fernández a Ushuaia, el lugar más lejano que encontró para pasar la tarde en que Cristina acaparaba la atención desde Chaco como en los viejos tiempos de las cadenas nacionales. En el albertismo rescataban incluso una alusión desdeñosa de la vicepresidenta hacia el ministro Wado de Pedro, el camporista con perfil moderado que coquetea con una candidatura nacional. Recordó que cuando ella se opuso a que fuera jefe de Gabinete en 2019 dijo: “Me parece que le falta”.
Fernández no la escuchó en vivo, dicen quienes viajaron con él. De Guzmán dar un discurso justo antes para señalar a “los que nos quieren desunir”.
Es un hombre jaqueado. A estas alturas no puede entregar a Guzmán o a Kulfas, como le piden abiertamente sus rivales internos, sin dejar sus últimos jirones de autoridad. “A Martín le dan una vida cada vez que piden su cabeza”, resume un ministro leal al Presidente. Acaso por eso el viernes la doctora honoris causa de la Universidad del Chaco Austral no lo mencionó por su nombre ni una vez en su refutación pública del rumbo económico. Pero, en cambio, sí ensalzó a Augusto Costa, el funcionario bonaerense que desde hace semanas el kirchnerismo agita como candidato al ministerio.
Recibió otro apoyo presidencial después de la avanzada cristinista. Quienes lo trataron esta semana lo vieron tenso hasta un punto inhabitual para su estilo zen. “La política nos pone un techo bajo”, se excusó ante empresarios en el almuerzo del CICYP en el que recibió un apoyo público que avivó el fuego kirchnerista. La tesis del ministro es que el desafío que le plantea la vicepresidenta condiciona dramáticamente las expectativas económicas y demora la baja de la inflación.
Estaríamos ante un círculo sin salida: el miércoles, cuando se conozca el índice de abril, se espera otra andanada de voces para empujar su renuncia. ¿Y entonces cuándo empezará la baja que vive pronosticando? Gobernadores, intendentes y hasta ministros le reclaman a Fernández un gesto de autoridad con Guzmán, que lo fuerce a mostrar resultados rápido. La inflación devalúa las opciones electorales de cualquier dirigente que se identifique con el oficialismo.
Por eso Cristina ordena hacer política económica desde los márgenes. En el Palacio de Hacienda causó estupor enterarse por un comunicado de prensa, el jueves, de que el bloque de senadores oficialista iba a presentar un “proyecto previsional” que Guzmán desconocía por completo. La virtual moratoria que se conoció el día siguiente hace juego con el proyecto que anunció Máximo Kirchner para adelantar seis meses el aumento del salario mínimo y con el aliento de la vicepresidenta a los gremios que pactan paritarias arriba del 60%.
“¿Hasta cuándo podemos seguir así? ¡Falta un año y medio!”, se lamenta un importante dirigente del peronismo que ocupa un cargo nacional.
El cristinismo insistirá con la conformación de una “mesa política” para “institucionalizar” el Frente de Todos. Eufemismos para exigirle a Fernández que socialice las decisiones económicas. El Presidente se resiste. Insiste ante quienes tienen confianza para preguntarle que no va a renunciar, no va a echar a los funcionarios kirchneristas y no va a quedarse como un “presidente florero”. “Si quieren romper, que rompan ellos”, es una expresión que repite casi a diario. Cristina ya le respondió con eso de “el Gobierno es nuestro”.
La distancia en la cima es enorme. El “debate de ideas” no incluye diálogo entre Cristina y Alberto. Ella se irrita cuando le llevan el cuento de que el Presidente se ha referido a ella con términos despectivos. Le contaron expresiones como “hay que ignorarla, como a los locos”. Él no puede soportar el destrato institucional que implica mandar a funcionarios públicos a acusarlo poco menos que de usurpador del cargo.
En la definición que con regodeo leyó Cristina Kirchner en Chaco: “El poder es eso que cuando una persona toma una decisión, esa decisión es acatada por el conjunto”, quiso echar luz sobre una carencia de Fernández. Pero, mientras desgranaba su enmienda total al programa del gobierno que considera propio, se retrató también a sí misma en su frustrante impotencia.
La Cámpora celebró su reaparición rutilante. Los dirigentes que se percibían como la generación de recambio sueñan con que ella retome el mando. Curiosa parábola: en 10 años de existencia financiada desde el Estado la agrupación de Máximo no pudo formar un candidato atractivo, no tiene un solo gobernador, maneja apenas un puñado de intendencias y le costaría exhibir una ley que lleve su sello, más allá de algún impuesto de vida corta. El tiempo, hasta ahora, solo les dejó canas
Alberto Fernández es un hombre jaqueado. No puede entregar a Guzmán o a Kulfas, como le piden sus rivales, sin dejar sus últimos jirones de autoridad
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