martes, 27 de septiembre de 2022

DIOS PROTEJA Y DE PAZ A UCRANIA


La pulsera en el cuerpo de un soldado, emblema de la fortaleza ucraniana
El brazalete del cadáver de Serhiy Sova, hallado en una fosa común en Izium, conmueve a la nación
Mark Santora y Anna Lukinova Traducción de Jaime Arrambide
KIEV.– El cuerpo extraído de una fosa de la ciudad de Izium, Ucrania, estaba en avanzado estado de descomposición, la piel reseca y gris ya despegada de los huesos. Pero resaltaba un detalle de color: una pulserita azul y amarilla en la muñeca. Y los colores de la bandera nacional de Ucrania no habían perdido nada de su brillo.
El cadáver, uno de los cientos exhumados en Izium después de que las fuerzas ucranianas recuperaron la ciudad de manos de los rusos, a principios de este mes, fue un nuevo recordatorio del salvaje precio que se está cobrando esta guerra. Pero la pulsera parecía transmitir un mensaje distinto: la fortaleza y la individualidad en medio de ese cuadro desolador de muerte en masa. Y también parecía contener un mensaje casi desafiante: Ucrania sigue viva, aunque algunos de los suyos hayan muerto.
La imagen conmovió y motivó de inmediato a la nación. El viernes fue compartida por miles de usuarios de Facebook y de servicio de mensajería Telegram. Y el jueves, cuando habló ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el canciller ucraniano, Dmytro Kuleba, llevaba una pulsera similar en la muñeca, como evidencias de las atrocidades cometidas por los rusos. “Yo también llevo uno igual”, dijo en referencia al brazalete. “Y que a Rusia le quede claro: jamás podrá matarnos a todos”.
Cuando Oksana Sova vio la imagen, notó algo más. La pulsera se parecía mucho a la que su hijo le había dado a su marido Serhiy en 2014, cuando fue a pelear por Ucrania la primera vez. La mujer observó la imagen completa del cuerpo, miró en detalle los tatuajes, y de inmediato supo que era él. “El último tatuaje que se hizo era de un samurái debajo de una rama de cerezo en flor”, dijo Oksana el jueves, cuando fue a retirar las restos de su marido. “El samurái es un guerrero que lucha hasta el fin, y el sakura, la rama de cerezo en flor es símbolo de esperanza y renacimiento”.
El viernes, Oksana enterró a su esposo, esta vez como debe ser, con una ceremonia en su hogar de Nikopol, en el sur de Ucrania.
El cuerpo de Serhiy Sova es uno de los 338 recuperados el viernes de una fosa común en Izium. Entre ellos hay 320 civiles y 18 soldados como Serhiy.
El jueves, el fiscal general de la región de Kharkiv, Oleksander Filchakov, dijo que en el cementerio donde exhumaron a Serhiy Sova hay 445 tumbas, y agregó que en algunas de ellas hay hasta cuatro cuerpos enterrados a la vez. La gran mayoría de los cuerpos exhumados mostraban heridas de explosiones y metralla. “También hay signos de tortura”, aseguró Filchakov.
Durante meses, Oksana pensó que ella sería uno de los tantos ucranianos que se quedan sin saber qué fue de algún ser querido, con la sospecha de que su marido había muerto, pero sin tener nunca esa certeza. Recuerda que la última vez que habló con Serhiy fue el 19 de abril.
Bombardeos y ofensiva
Serhiy tenía 36 años y en esa conversación le contó que los aviones rusos estaban bombardeando su posición en las afueras de Izium. La artillería los golpeaba desde todas direcciones, y los tanques del Kremlin se acercaban… También le contó que no les quedaban armas y que seis compañeros de su unidad estaban “200”, que en la jerga militar significa que habían muerto.
Habían recibido la orden de quedarse a defender la posición, y le dijo a su esposa que pensaba hacerlo. Luego la comunicación se cortó y la línea quedó muerta.
Una semana después, Oksana reclamó información a las autoridades militares y le entregaron una muestra de ADN. Le dijeron que el cuerpo de su esposo no había sido hallado en la última posición conocida de su unidad, y oficialmente fue declarado “desaparecido en acción”.
Oksana cuenta que todos los días, durante cinco meses, miraba las imágenes de las morgues, una por una. Conservaba la esperanza de que lo hubieran tomado prisionero: al fin y al cabo, muchos habían sido capturados y sobrevivieron.
Llevaban casado 15 años y para ella sigue siendo su alma gemela. Serhiy era cinólogo –criador y entrenador canino– y sobre su amor por los perros habían construido una pequeña empresa familiar.
De su unión nacieron dos hijos, Marat, de 14 años, y Elina, de 9.
En 2014, después de la guerra fogoneada por Rusia en el este de Ucrania, Serhiy se movilizó para luchar contra los separatistas prorrusos y se unió a la 93ª Brigada Mecanizada, conocida como Kholodny Yar.
Por entonces, Marat acababa de ingresar en primer grado y Elina tenía apenas un año. Y Oksana recuerda que antes de que su esposo saliera de casa rumbo al frente de batalla, le pusieron en la muñeca esa pulserita con los colores de la bandera.
Nunca más se la quitó. La llevaba puesta cuando luchó en Pisky, Ucrania, y en las afueras del aeropuerto de Donetsk. Después de un año de servicio, Serhiy fue desmovilizado y volvió a la vida civil. Pero seguía usando la pulsera.
Como tantos otros exsoldados, en vísperas de la invasión rusa Serhiy volvió a alistarse y empezó a capacitarse como médico de combate, que son soldados entrenados para brindar primeros auxilios en el campo de batalla. Pero cuando la guerra llegó, lo movilizaron al frente para proteger la región fronteriza en la provincia nororiental de Kharkiv.
“Él siempre fue tan persistente”, dice su padre, Oleksandr Sova, de 60 años. “Traté de disuadirlo muchas veces de ingresar en la milicia, pero no logré nada y no tuve más remedio que aceptar su decisión”.
La última vez que habló con su hijo fue en abril, y recuerda que Serhiy le pidió que cuidara de su hogar, de su esposa y sus hijos. “Si mi hijo sabía que yo lo iba a hacer de todos modos, ¿por qué me decía eso?”, se preguntó en ese momento su padre. “Tuve un presentimiento terrible, y de pronto, se perdió la conexión”.
El viernes, los amigos, camaradas militares y vecinos de Serhiy se reunieron para despedirlo, ahora sí, frente a su tumba. A pesar de los fuertes bombardeos durante toda la noche anterior y la mañana de ese día en los alrededores de Nikopol, son muchos los que se acercaron para el entierro. “Fue muy duro para todos, pero ahí estuvimos, firmes, como lo estuvo Serhiy durante toda su vida”, dice Oksana.
La pulsera, sin embargo, no fue enterrada con él: se quedó en Izium, como parte de la evidencia en la investigación penal sobre su muerte

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