martes, 27 de septiembre de 2022

COMPOSITORES PRECOCES



Clásico de clásica: de Mozart a Chopin, los compositores precoces que marcaron la historia de la música
Mozart, uno de los grandes creadores que manifestaron su talento precozmente
Son muy pocos, poquísimos, los músicos que fueron capaces de destacarse a corta edad con obras propias, pero quienes lo hicieron dejaron tras de sí un legado eterno
Pablo Kohan
Si por prodigio se entiende a un hecho sobrenatural, un niño prodigio es aquel que es capaz de hacer algo propiamente milagroso en una edad temprana. En el terreno de la música clásica, cada tanto, aparecen esos chiquitos o chiquitas que, con pocos años, son capaces de tocar obras de grandes dificultades. Pero el asombro es mayor aún cuando estos pequeñitos no sólo que superan los aspectos técnicos de esas obras endemoniadas sino que, además, las interpretan con gran sensibilidad. Christian Li, australiano, hijo de padres chinos, obtuvo el primer premio de la Yehudi Menuhin International Competition for Young Violinists cuando tenía diez años. Cuando tenía once, junto a Shaun Lee-Chen, uno de sus maestros, tocó la transcripción para violín y viola que Johan Halvorsen realizó sobre la Passacaglia para clave en sol menor, de Handel.
Cuando se rastrean los orígenes de los grandes intérpretes de todos los tiempos, nos encontramos que, en su inmensa mayoría, ellos fueron, fehacientemente, niños prodigio. Pero, ¿qué pasa con los compositores? En esta actividad ya no entran sólo las cuestiones de habilidades técnicas y cierta sensibilidad interpretativa sino que, para la creación de una nueva obra, hay que aplicar estrategias, metodologías, especulaciones estéticas y técnicas compositivas cuyo dominio, sabido es, llevan años y años de estudio complejos y de mucha práctica. Cuando se revisan las historias personales de los grandes compositores de la historia, son muy pocos, poquísimos, los que fueron capaces de destacarse como niños compositores. Hubo algunos casos de niños prodigio en la composición pero esas obras escritas en edades de escuela primaria son sorprendentes pero no pasan de ser curiosidades. Las obras admirables llegan algunos años después. Por lo tanto, en este ámbito de la creación musical, parece mucho más pertinente hablar de precocidad compositiva más que de niños prodigio. Con todo, vayamos por unos y otros.
Frédéric Chopin, otro joven prodigio, retratado en 1849
Wolfgang Amadeus Mozart era capaz de deslumbrar tocando el clave cuando tenía edad de salita verde. Pero además, el Wunderkind, que, como niño maravilla era paseado por su padre, Leopold Mozart, como gran atracción circense/musical por las principales ciudades europeas, comenzó a componer algunas miniaturas para piano a los seis. Apenas después, escribió –o, más exactamente, dictó a su padre– una decena de sonatas para clave y violín (en ese orden). Y en 1764, estando en Londres, de su puño y letra, según consta en el manuscrito que está atesorado en una biblioteca de Cracovia, cuanto tenía ocho, escribió su primera sinfonía. De repente, con una coherencia increíble, el niñito compuso una obra para dos cornos, dos oboes y cuerdas en tres movimientos. En esta sinfonía laten las ideas y el modelo de las obras de su papá y también las ideas de Johann Christian Bach, el hijo londinense de Johann Sebastian, a quien Wolfgang había tratado (y venerado) en la capital británica. Esta sinfonía es un claro ejemplo del nuevo clasicismo, elegante, con un Allegro molto inicial bitemático (el segundo tema aparece en 0.51), un Andante tranquilo en modo menor (desde 4.30) y un final rápido y vivaz (desde 8.00). 
Definitivamente, ésta no es una obra maestra. Es “apenas y solamente” una sinfonía clásica de un chico de ocho años. Para encontrar esas hazañas que lo posicionarían como uno de los músicos más extraordinario de todos los tiempos, habrá que esperar que Wolfgang llegue a su adolescencia. Pero como mojón inicial de ese camino, está su Sinfonía Nº1 en Mi bemol mayor, K.16, estrenada en Londres, el 21 de febrero de 1765.
Siguiendo una cronología de compositores precoces, es necesario trasladarse hasta Ravenna para encontrarnos con Gioachino Rossini quien, mucho antes de componer sus grandes óperas o de dedicarse a sus refinamientos culinarios, a los doce, en 1804, escribió seis Sonatas para cuerdas. Hasta ese entonces, había estudiado corno con su padre y piano, violín y música, en general, con un sacerdote llamado Giuseppe Malerbe quien, además, le hizo conocer la música de Haydn y de Mozart. Estando la familia de vacaciones en esa localidad del norte italiano y motivado o inspirado por su anfitrión, un contrabajista aficionado, el pequeño Gioachino escribió esas seis obras para cuarteto de cuerdas en las que aparece un contrabajo en lugar de la viola. Según sus propias palabras (tal vez un poco exageradas), “escribí y copié esas seis sonatas en tres días” y explicaba que fueron estrenadas en una misma jornada tocando él el segundo violín. Todas en tres movimientos, fueron editadas por Ricordi en 1824 como Seis cuartetos de cuerda. Muy clásicas, livianas y un tanto inocentes, son consideradas las primeras obras relevantes de Rossini. Desde entonces, generalmente son presentadas o registradas más por orquestas de cuerdas que por cuartetos de dos violines, chelo y contrabajo. Interpretada por músicos de la orquesta de la Lyric Opera de Chicago, ésta es la primera de las seis sonatas, la más conocida.
Los niños compositores Mozart y Rossini fueron prodigiosos, dignos de los mayores elogios. Pero sus obras no demuestran alguna originalidad y son emergentes claros de sistemas ya establecidos. Lo mismo podría decirse de las numerosas y estupendas obras infantiles de Franz Schubert que, en Viena, comenzó sus periplos creativos a los diez años. Pero la gran diferencia, el verdadero milagro schubertiano fue la composición de Margarita en la rueca, en 1814, cuando tenía diecisiete. En el catálogo que Otto Deutsch ordenó sobre la obra completa de Schubert, Gretchen am Spinnrade –tal el nombre original del poema de Goethe– porta el número 118, lo que indica que, antes, ya había compuesto otras ciento diecisiete obras. Pero Margarita… implica un salto cualitativo importantísimo. Hasta ese momento, en la canción de cámara del clasicismo, el piano era el sostén o el acompañamiento necesario y siempre subsidiario para que el canto fluyera protagónico con el texto y sus bellezas melódicas. Schubert revolucionó este género musical. Atendiendo a los contenidos del poema, el compositor le dio al piano una función dramática y desde el teclado surgen los movimientos rotatorios y constantes de la rueca. Una idea novedosa y originalísima. Por sobre ese murmullo, sin nombrarlo, Margarita canta recordando a su amado. Lo extraña, lo describe y se va entusiasmando hasta que recuerda y siente sus besos. Y cuando dice “sein Kuss”, la rueca se detiene. Ella se recompone, lentamente comienza a girarla nuevamente e, in crescendo, sus impulsos amorosos se van desplegando fogosos pensando en lo que haría de tenerlo junto a ella. Por último, todo vuelve a la calma porque, en realidad, ella está sola con su rueca. Toda una ópera en menos de cuatro minutos. La canción de cámara del romanticismo había nacido de la mano de un muchachito de diecisiete años. Acá la canta Jessye Norman.
Después de Schubert, hubo otros dos adolescentes que aportaron novedades compositivas que no registraban antecedentes. Felix Mendelssohn fue, tal vez, el compositor precoz más notable de la historia por las novedades fundacionales que aportó en edad tan temprana. Bastaría recordar, por ejemplo, que su Octeto para cuerdas en MI bemol mayor, op. 20, sin lugar a dudas, el más notable de todos los tiempos, fue escrito cuando tenía dieciséis, apenas un año antes de la Obertura Sueño una Noche de verano, una obra maestra en la que el romanticismo late pleno con su referencialidad y un nuevo tipo de expresividad. Con todo, Mendelssohn reveló su genialidad mucho antes cuando, entre los doce y los catorce, escribió trece maravillosas sinfonías de cuerdas en las que, más allá de la coherencia y la continuidad compositivas, ya se encuentran armonías y recursos expresivos propios de un romanticismo musical que todavía no había comenzado su camino. Cualquiera de ellas no deja de despertar una admiración especial. Ésta es la Sinfonía para cuerdas Nº10 en si menor, escrita cuando Felix tenía trece.
Por último, Frédéric Chopin, el más increíble de todos los compositores precoces en el sentido de haber tenido la capacidad de desarrollar un estilo propio y personal desde sus primeras obras. Como testimonio de esta afirmación, tenemos el Nocturno para piano en mi menor, compuesto a los 17, en 1827. La obra suena a Chopin, absolutamente distinta a los inespecíficos nocturnos del irlandés John Field, el fundador del género, El nocturno de Chopin se extiende apacible, lánguido, con un melodismo característico por sobre un acompañamiento arpegiado, un pianismo totalmente novedoso. Además, alejándose del concepto de tema y reexposición, Chopin presenta el tema en el comienzo (0.35) y cada vez que regresa, vuelve con otra vestimenta, con otro acompañamiento, con alguna nueva ornamentación, con otra personalidad: en 1.11 en octavas y notas agregadas; en 2.40, con coloraturas y final de cascada descendente; en 3.10, en octavas plenas, con otra dinámica y con nuevas figuras rítmicas. Como detalle nada menor para valorar positivamente aún más esta pieza y la singularidad de su creador, vale la pena recordar que Chopin compuso esta obra cuando todavía residía en Varsovia, lejísimo de los grandes centros musicales de Europa. Exigente y autocrítico, Chopin le encontró debilidades a esta pieza juvenil y nunca la editó. Recién fue publicada en 1855, seis años después de su fallecimiento. Desde entonces, no ha dejado de sonar, siempre provocando emociones.
A medida que el lenguaje musical se fue complejizando y cada vez fueron más los recursos puestos en juego en la elaboración del discurso, los compositores precoces fueron desapareciendo. Ya no alcanzaba con los conocimientos mínimos de armonía y contrapunto y la buena intuición. Sin embargo, en alguna oportunidad podremos ir al encuentro de composiciones juveniles de artistas tan notables como Johannes Brahms, Camille Saint-Saëns, Erich Wolfgang Korngold, Sergei Prokofiev y Dmitri Shostakovich. Tiempo al tiempo.

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