miércoles, 30 de noviembre de 2022

APUESTAS A FUTURO


El tesoro oculto en la música urbana
en la innovación y el empuje de esta expresión juvenil hay una oportunidad de crecimiento para las industrias culturales
POR ENRIQUE AVOGADRO »
Soda Stereo, Luis Alberto Spinetta, Los Redondos, Charly García, Fito Páez… Si la Argentina fue un referente indiscutido del rock latinoamericano desde la década del 70, el escenario del siglo XXI cambia de piel: hoy, la industria musical gira hacia el género urbano y nuestro país vuelve a ser epicentro de los músicos más celebrados de la región. Incluso más que antes. Con el trap y el freestyle como punta de lanza, la proyección nacional es vertiginosa: los artistas locales agotan entradas, lideran grillas y se posicionan cómodamente en los rankings mundiales de escuchas. Un breve paneo: “Sesiones de música Bzrp, vol. 52”, del productor-artista argentino Bizarrap y Quevedo, de España, estuvo sesenta días como tema número uno del mundo en Spotify y sigue firme en el top ten global. Nicki Nicole fue la primera artista argentina en presentarse en el programa de Jimmy Fallon, en Estados Unidos y, junto a Nathy Peluso, formó parte de la edición 2022 del Festival Coachella. De Wos a Trueno y Khea, de Neo Pistea a Cazzu, Dillom o Tiago PZK, pasando por María Becerra, Paulo Londra y tantos más: ninguno llega a los 30 años, pero todos alcanzan millones de reproducciones diarias.
Referentes de las nuevas generaciones, las caras más visibles del trap argentino comparten rango etario con su público, aunque tienen algo que los vuelve distintos: la experiencia. Puede sonar paradójico, pero alcanza con navegar el archivo del Quinto Escalón, esas míticas batallas de freestyle que irrumpieron hace un tiempo en el Parque Rivadavia, para encontrar versiones casi preadolescentes de Trueno, Wos o Duki destacándose sobre el resto con sus rimas feroces. Ahí estaban ellos, con hambre de futuro: arengando multitudes, poniendo el cuerpo, la voz y el ingenio en el centro de la escena. Un bagaje que varios años después se transmite. Los pares, para cientos de chicos que ahora buscan un horizonte, han devenido ídolos.
Tal vez uno de los puntos más interesantes del fenómeno radique en el hecho de que estos “centennials musicales” decidieron patear el tablero tradicional de la industria y trazar sus propias reglas. Por empezar, nunca fue tan fácil hacer música como ahora: el costo de la tecnología se desplomó y todos pueden hacerlo, desde L-gante y su famosa computadora hasta Nicki Nicole que, durante la pandemia, filmó el video de “Colocao” con un celular. No es un dato menor que la Argentina tenga un nivel de uso de redes sociales por encima de la media; de alguna forma, podríamos decir que colapsaron las distancias: el freestyle y el streaming, los streamers que se hacen músicos… Todo convive como un gran ovillo creativo en constante ebullición. Se complejiza, incluso, la categoría de obra: en la actualidad vemos artistas que llenan estadios sin haber sacado un solo disco. Ya no es “el vivo” lo que tracciona, sino las plataformas y su increíble poder de convocatoria. Un crecimiento tan acelerado le debe mucho a la innovación y adaptación de la industria a las nuevas tecnologías, tanto de producción como de consumo.
A su vez, la mayoría de los protagonistas de la música urbana se volcaron a la dinámica colaborativa en diversos niveles. Por un lado, hacen temas entre dos, tres o hasta seis artistas y dejan en claro que si el featuring busca cruzar audiencias, también se sube a la lógica de la época: la autoría cede frente al trabajo colectivo. La idea de crew (en el sentido de tribu), además, engloba a cantantes, productores, músicos, vestuaristas, camarógrafos y una larga lista de etcéteras que arremete contra la antigua figura de la estrella “única”.
La diversidad de géneros es también una marca de la época, con proyectos que cruzan el reggaeton, la cumbia, el rock, el dembo y el turreo sin prejuicio alguno y generando nuevos ritmos. Es un fenómeno que además moviliza multitudes.
De más está decir que, en paralelo al fenómeno artístico, los números son contundentes: el mercado musical es el que mayor crecimiento tiene a nivel mundial, con ingresos anuales de U$S1900 millones. Según Asiar (Asociación de Sellos Independientes de Argentina), el 39,9 % del mismo es independiente, es decir que se produce y gestiona por fuera de la esfera de las compañías discográficas multinacionales o mayores y, en nuestro país, genera 230 millones de streams por mes.
Estamos frente una oportunidad histórica que nos permita consolidar el desarrollo de una industria cultural y creativa en torno el ecosistema de la cultura urbana. Hablamos de un sector con grandes perspectivas de crecimiento de mediano y largo plazo; un desarrollador de empleo de alto valor agregado basado en el talento. ¿Qué podemos hacer para apoyar este movimiento creativo? Algunas experiencias internacionales pueden servir para imaginar una hoja de ruta. Corea del Sur, por ejemplo, logró una extraordinaria proyección internacional a través del pop coreano, del cine y las series y de su gastronomía. La Argentina puede ser otro campeón en este campo de la diplomacia cultural. Más cerca nuestro, vale la pena mirar el desarrollo que ha tenido Colombia en torno a la música, así como también las nuevas infraestructuras culturales que están surgiendo en México. La formación ocupa un lugar clave en la caja de herramienta de apoyo al sector, sobre todo por su impacto en miles de jóvenes con talento y voluntad de convertirse en creadores de contenidos disruptivos.
Nuestro desafío consiste en apuntalar los factores que favorezcan la continuidad de esta escena cultural urbana emergente. Es además un fenómeno que se replica en muchas ciudades del país por lo que puede ser también un motor de desarrollo en toda la Argentina. Las industrias culturales y creativas tienen que ser una pieza clave del crecimiento futuro de nuestra ciudad y de nuestro país. Tenemos talento, historia y futuro. Ojalá sepamos aprovecharlo.

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