lunes, 28 de noviembre de 2022

UNA INSÓLITA AVENTURA


“Para mí era solo un juego”. El hacker argentino que se infiltró en los sistemas de la CIA y el FBI
En 1995, a Julio , de 21 años, lo movía la curiosidad, pero fue descubierto y enfrentó un juicio en Estados Unidos; luego creó la primera compañía de ciberseguridad del país
Matías AvramowJulio  de chico, con sus hermanas, frente a una primitiva computadora
No fue un operativo de rutina. La Policía Federal no quería irrumpir en el departamento de Julio  mientras él se encontrase dentro: temían que borrase información valiosa. Vigilaron el edificio, sobre la avenida Santa Fe al 3900, por varios días. Pero la noche del 28 de diciembre de 1995, cuando se produjo el allanamiento, encontraron solo a sus padres y sus tres hermanos. En segundos, 25 uniformados entraron al departamento y se llevaron las computadoras y los discos duros que había en su habitación. Julio, que estaba en la casa de su novia, no tenía idea de que era el principal sospechoso de un crimen internacional.
El allanamiento sucedió a las 22.30 y Julio llegó a su hogar pasada la medianoche. Siempre fue buen alumno, nada problemático. Sus padres jamás hubiesen imaginado que se había infiltrado en los sistemas informáticos de universidades, empresas e, incluso, de la CIA y el FBI. Todo con 21 años, a través de la precaria computadora que sus padres le habían regalado para Navidad.
Cuando Julio abrió la puerta del departamento encontró a sus padres sentados en el sillón. “Ahí me contaron que vino la policía y que se llevaron todas mis cosas. Obviamente, mis viejos me veían todo el día en la computadora, pero no tenían idea de lo que hacía ahí. Ojo, yo tampoco sabía qué, de todo lo que hice en esos años, había disparado el operativo”, recuerda.
Al día siguiente, su nombre estaba en los diarios. Lo presentaban como “El pirata informático” que ingresó en el sistema de Telecom y consiguió entrar a la red de seguridad de la Marina norteamericana. Fue, justamente, el Servicio Naval de Investigaciones Criminales de Estados Unidos quien rastreó a Julio Ardita y promovió el operativo internacional para capturarlo.
“Algo muy importante es que siempre, detrás de todo lo que hice, hubo curiosidad. Nunca tuve intención de robar información. Para mí era solo un juego”, repite Julio 27 años después. Hoy es un empresario exitoso: fundó la primera compañía de seguridad informática del país y trabaja con empresas y gobiernos de toda la región. Aquella historia fue un parteaguas en su carrera. Aunque todo comenzó siete años antes, cuando llegó a Buenos Aires, en una época en la que internet aún no existía.
Julio Ardita nació en 1974, en Río Gallegos, aunque tardó en echar raíces. “Mi padre era militar y lo transferían seguido. Viví en siete lugares hasta los 14 años”, explica . Llegó a Buenos Aires en 1988 y su padre lo inscribió en el Dámaso Centeno, en Caballito.
Fue allí, en clases de Informática, donde tocó una computadora por primera vez. “Era una Texas Instrument que se conectaba a un televisor”, cuenta Julio. Tuvo suerte, le tocó un buen profesor, Eduardo Bérgamo, que notó la euforia que esa máquina generaba en él. “Un día me ofreció poder abrir el cuarto de computación después de clase”, recuerda. Así descubrió el mundo de la programación.
Un año después, el profesor Bérgamo le propuso a Julio y a otros buenos alumnos diseñar un software que integrara el sistema de pagos, de proveedores, de notas, de asistencia… “Obviamente le dijimos que sí. A partir de ese día, manejamos todo: podíamos ver las notas y archivos. Pasamos a ser nerds fashion”, agrega.
En 1990 un tío cordobés le regaló su primer módem, que se conectaba a la red telefónica y permitía un enlace entre computadoras. Había pocos fuera de las universidades, el gobierno y algunas empresas. Así conoció a los Bulletin Board Systems (BBS), que eran grupos de personas que se conectaban en un espacio virtual para compartir programas e información. “Hablé con mucha gente brillante, me pasaron manuales y protocolos. Internet no existía, nos conectábamos en algo parecido, pero mucho más lento”, explica.
Uno de los grupos de BBS más exclusivos se llamaba Arrested Development. “Todos los grandes hackers del mundo entraban ahí, era la élite”, advierte Julio. Con ellos aprendió a acceder a información confidencial y a romper barreras de seguridad.
En 1992, se conectó a internet por primera vez. “Creé un programa que bauticé sniffer. Lo que hacía era conseguir todos los usuarios y contraseñas de un lugar, y copiarlos en un documento. Así fue que en el 94 ingresé al sistema de Harvard y conseguí acceso al FBI, al Ejército de los Estados Unidos, al Pentágono y a la CIA. Dejaba toda la noche corriendo ese programa en cada base de datos y a la mañana siguiente tenía 2000 usuarios y contraseñas nuevas”, confiesa Julio.
–¿Cuáles fueron las instituciones de las que extrajiste la información más valiosa?
–Accedí a la NASA y descubrí que, si cargaba las coordenadas de algún lugar del planeta, te mostraba una foto satelital de esa zona. Lo que hoy es Google Maps, yo lo hacía a través de la NASA en el 94.
Tras el allanamiento, Julio y sus padres tardaron tres días en salir de su casa. “El teléfono cortaba y sonaba, cortaba y sonaba. Todo el mundo quería entrevistas. Pero no hablamos con ningún medio”, asegura Julio. Un abogado amigo de la familia logró que no lo encarcelen. Todavía no existían leyes para cibercriminales, a duras penas había internet en el país.Quedó libre, pero la investigación continuó. Ese mismo año decidió sacar provecho de todo lo que aprendió en el proceso y fundó Cybsec, la primera empresa de ciberseguridad del país. Se asoció con el economista Juan Sabalain. Como no existía el concepto de riesgo cibernético, ellos dos se encargaron de presentar a sus potenciales clientes “la amenaza hacker”.
En 1997, cuando el escándalo mediático ya se había apagado, Julio recibió una visita extraña. Sonó el timbre, abrió la puerta y encontró una multitud en el palier y escaleras: eran agentes del FBI, CIA, Interpol y NCIS. “25 tipos dirigidos por William Godoy, agregado del FBI para América Latina”, describe.
Le recordaron que aun tenía una causa judicial abierta en Estados Unidos. Le advirtieron que por sus delitos tendría que pagar una multa de 750.000 dólares y que podría pasar 25 años en prisión. Pero le dieron una salida: le dijeron que si colaboraba con ellos y les daba toda la información que había conseguido, podrían ayudarlo. Si no aceptaba el trato, jamás podría salir de la Argentina. “Lo hice sin pensarlo”, confiesa Julio.
Fueron dos semanas de interrogatorio. “Al principio el trato era ríspido, pero conforme me conocieron todo se relajó. Al final terminamos comiendo un asado todos juntos”, cuenta Julio. Al cerrar el interrogatorio, acordaron que nadie podría hablar del tema durante 15 años. También le indicaron que tendría que viajar a los Estados Unidos y declararse culpable de 10 cargos. No iría a prisión, pero tendría que pagar una multa de 50.000 dólares. “Ahí negocié con mi abogado y les dijimos que máximo aceptaría dos cargos y solo podría pagar 5000 dólares. Además de que ellos me tendrían que pagar el vuelo”, asegura.
–¿Y aceptaron?
–Sí. Los americanos son muy pragmáticos. Ya tenían la información, lo que querían era cerrar el caso. También acordamos que tendría que hacer 3 años de trabajo colaborativo con ellos: capacitaciones, cursos, análisis de información...
En Estados Unidos tuvo un juicio exprés. Y en la Argentina, su caso se cerró poco después. La resolución concluyó que no había delito y se suspendió el juicio. Hasta hace cuatro meses, Julio  seguía luchando contra los cibercriminales desde su empresa. Pero se retiró. Hoy, mientras planea su futuro, da clases de informática.
“Creé un programa para conseguir todos los usuarios y contraseñas de un lugar y copiarlos en un documento” 

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
EN su momento el Servicio Naval de Investigaciones Criminales de EE.UU. rastreó a Julio y promovió un operativo internacional para capturarlo

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