lunes, 28 de noviembre de 2022

HABLEMOS DE FAMILIA


La identidad sexual, un camino que lleva tiempo
POR MARITCHU SEITÚN  Psicóloga
Donald Winnicott nos enseña que los niños, desde bebés, inventan/descubren el mundo, y lo hacen de la mano de sus padres y otros adultos cercanos. Así, ya antes del año un bebé mira a su mamá para ver cómo le resulta a ella lo que él está por hacer y su respuesta lo habilita a avanzar, a investigar, o lo lleva a renunciar a su proyecto. Así van incorporando diferentes criterios: peligroso, verdadero, divertido, interesante, prohibido, confiable, etc. Observan y aprenden de esos adultos cercanos en quienes confían. El niño pequeño está seguro de que el adulto “sabe” y absorbe sus saberes como una esponja: si mamá tiene miedo es para temer, si a papá le divierte es divertido.
Somos brújula y faro para ellos y nuestros puntos de vista influyen, y mucho, en los de ellos, a menudo los enriquecen pero en ocasiones podrían empobrecerlos, o apartarlos de su camino natural. Por otro lado, están tan cerca de nosotros y nos conocen tanto que están al tanto de nuestros deseos más profundos, incluso aquellos que no explicitamos o de los que no somos conscientes.
Nuestra influencia en ese descubrir e inventar es enorme a la hora de investigar su identidad de género. Me parece un notable adelanto que estemos atentos a las señales, pero tenemos que tener mucho cuidado de no apurarnos a creer que ellos desde chiquitos pueden saber lo que “son” o lo que desearían ser.
Hablemos con ellos desde los dos o tres años de las diferencias anatómicas, les interesa, y mucho, el tema, quieren saber y preguntan –o investigan por su cuenta con juegos sexuales si no les respondemos– y así van teniendo claridad sobre lo que significa ser varón o mujer. Así van armando, sobre esa base sólida y clara, su identidad sexual (biológicamente condicionada) y con el correr de los años también su identidad de género: construcción cultural que integra infinidad de identificaciones, charlas, experiencias vividas (incluyendo abuso), lo que vieron en pantallas diversas; construcción que se ve influida por infinidad de cuestiones como su lugar dentro de la familia, por lo que hubieran querido sus padres –o por lo que los chicos creen que hubieran querido–, por una identificación muy intensa con alguno de ellos, o por el deseo de poner distancia, por ejemplo, con un papá que asusta o una mamá que resulta abrumadora; por la valoración social de uno u otro sexo o en búsqueda de cierto rasgos de carácter que se suelen adjudicar al ser varón o mujer. Otras veces influyen los juegos que les gusta jugar, el aspecto que querrían tener, y otras con la admiración a otra persona idealizada, o en la búsqueda de que un adulto querido lo mire o lo valore.
En algunos casos la identidad de género termina siendo diferente a la sexual pero en la amplia mayoría al crecer coinciden. El camino de esa evolución lleva tiempo, años, a veces hasta mediados o fines de la adolescencia: los chicos no llegan a una súbita iluminación que los hace “saber” lo que son sin margen de error, lo mismo que ocurre en otros temas de su crecimiento.
Sabemos que nuestros niños no están capacitados para tomar muchas decisiones de su vida, desde las más básicas como la hora de acostarse o si se tienen que bañar o no, a otras más complejas como el tipo de escolaridad que van a tener o la religión que van a profesar. Ellos expresan sus ideas convencidos… y después se desdicen: le “encanta” el helado de menta (su admirado primo grande lo come), pero cuando lo prueba lo deja; o no quiere ir al jardín de infantes (implica separarse por un rato de su mamá) pero la realidad es que lo disfruta mucho. Son chiquitos y su cerebro inmaduro no tiene la integración necesaria entre las distintas partes ni pueden considerar y evaluar distintas alternativas y se “lanzan” de cabeza a la que registran en ese momento. Los padres vamos acompañándolos, escuchando, informando, respondiendo sus preguntas, respetando sus intereses, sin miedo, sin apuro y sin prohibiciones.
Me preocupan las decisiones de algunas familias y profesionales que atienden los deseos y pedidos de niños o púberes todavía inmaduros que siguen en etapa de investigación (y no de consolidación), adultos que apuran decisiones como el cambio de nombre, la hormonización, incluso cirugías estéticas reparadoras: abren puertas… que cierran otras, porque esos cambios tienen consecuencias serias para niños en crecimiento, de los que no es fácil, o es muy difícil volver atrás. Y lo hacen a edades en que la identidad de la persona está en pleno armado y construcción.
Respetando por demás las expresiones de los chicos –y actuando en consecuencia– podemos estar abandonándolos, del mismo modo que si los dejáramos irse de casa, o cambiar de padres cuando amenazan hacerlo porque se enojaron con nosotros.
Quizás algunos necesiten nuestro acompañamiento en el dolor de aceptar el sexo que les tocó. Tendremos conversaciones interesadas, no invasivas para entender qué aspecto de ese sexo deseado o percibido les atrae, a quién les gustaría parecerse, qué no les gusta de su propio sexo, etcétera.
No hablo de presionar, reprimir, prohibir o rechazar charlas o juegos de ningún tipo, ya que tienden a fijar los temas en lugar de ayudar a resolverlos, pero tampoco se trata simplemente de creer que saben lo que necesitan. Invitemos a todos, varones y mujeres, a todo tipo de juegos, enriqueciendo sus intereses, acercándolos también a los juegos y temas que parecen no interesarles, tendiendo puentes hacia el padre o a la madre con el que parecen no identificarse. Es tarea de los adultos a cargo mantener abiertas las opciones, el abanico de posibilidades durante los largos años de la niñez y adolescencia temprana para que, llegado el momento de las definiciones, hacia mediados o fines de la adolescencia, los chicos puedan confirmar su identidad de género.

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