La nueva normalidad es conversar con las máquinas
Un piquete del gremio de escritores estadounidenses, en su cuarto día de paro por la intención de plataformas como Netflix y Disney de reemplazarlos por inteligencia artificial; no, no es una película de ciencia ficción
Hace casi exactamente seis meses, ponerse a hablar con un algoritmo era algo, digamos, desquiciado, como lo era hace medio siglo hablar por teléfono caminando por la calle; hoy, si no estás charlando con ChatGPT, estás out
Ariel Torres
Aunque la inteligencia artificial (IA, para abreviar) ha dado pasos notables durante al menos un cuarto siglo –desde que Deep Blue, la supercomputadora de IBM, le ganó el campeonato mundial de ajedrez a Garry Kasparov, en 1997–, habrán notado que ahora hay como una fiebre IA. Incluso la idea de los copilotos, que ahora empieza a sonar fuerte, nació en parte de ese match; Kasparov (un hombre inteligentísimo) advirtió tempranamente que un humano en equipo con una máquina podía ganarle siempre a una máquina sola. Así que hay antecedentes a montones. Y sin embargo, prendés la tele y están hablando de GPT, de IA o de ambos.
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OK, sí, ya sé. Es una novedad. Lo dije en una nota que dio mucho que hablar, hace poco: el 30 de noviembre de 2022 pasará a la historia como el día en que las máquinas empezaron a hablarnos. Mi objeción viene por otro lado. Las personas no podemos permanecer en un estado de constante novedad. Es neurológicamente inviable. De una forma u otra, esta etapa aguda en la que oiremos y leeremos de todo sobre la IA, desde sabias palabras hasta delirios cósmicos, tiene por fuerza que terminar. La cuestión es cómo. Sam Altman, fundador de OpenAI –la empresa que creó ChatGPT–, dice que la era de los grandes modelos de lenguaje no está empezando, sino terminando. O sea, estamos en aguas turbulentas.
Y no es la primera vez. En 2006 los blogs era la novedad. Hubo una época en la que publicábamos notas analizando algo revolucionario: Windows. ¿Se acuerdan? Nos volvimos locos con Twitter, y hoy de ese fervor no queda nada. Facebook llegó a ser tan disruptivo que su jefe máximo terminó dando explicaciones en el Congreso de la mayor potencia nuclear del planeta. Explicaciones que no explicaron nada, pero explicaciones al fin. Podría seguir hasta el final de la nota con las noticias que acapararon los titulares durante un tiempo, desde el iPhone e Internet hasta la secuenciación del genoma humano. Pero en todos los casos, hay un hilo conductor. La novedad que nos enloquece y nos desvela puede seguir dos caminos: o se incorpora a nuestra vida cotidiana o desaparece.
Me dirán, y es verdad, que la IA y en particular los grandes modelos de lenguaje (LLM, por sus siglas en inglés) van a cambiar casi todo lo que hacemos, de un modo u otro. Sí, claro. Lo mismo pasó con la PC, que fue persona del año de la revista Time (a GPT casi seguro le espera el mismo destino), y ahora hasta el menos iluminado de los gurús se da el lujo de decir que la PC es algo obsoleto; lo hace desde una plataforma que fue diseñada y es programada desde un número de PC; pero bueno, esa es otra historia.
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Es decir, no importa la naturaleza del avance. Lo que importa es que somos incapaces, los humanos, de permanecer en un estado de paroxismo noticioso. Nos gusta volvernos locos con algo nuevo. Nos en-can-ta. Pero porque es nuevo. Cuando de tan sobado deja de activar nuestras neuronas, o lo integramos o adiós, va a parar al museo.
¿Qué va a pasar con la IA? Está pasando ya, y tampoco esto es nuevo. Aparte de los debates sobre ética y regulación, que están muy bien, pero que plantean un problema por ahora sin solución (¿Cómo regular una caja negra, sobre todo una caja negra que sus propios creadores admiten que no sabe como funciona?), los modelos de lenguaje irán convirtiéndose en aplicaciones concretas para resolver problemas específicos. A veces, poco a poco. A veces, de forma explosiva. A veces sin que nos demos cuenta. Por ejemplo, si usás Gmail, hace rato que ves un LLM en acción, cada vez que al escribir un mail la IA se anticipa a lo que querés poner y te ahorra tipearlo. Muchas veces se equivoca, obvio. Es estadística, no es que sabe lo que estás pensando. Aunque también la IA podría en algún momento saber qué estás viendo analizando tu actividad cerebral. Sí, creepy.
Daré un ejemplo más brutal. Cuando entré a trabajar a este diario se lanzaba el último de los 24 satélites de GPS. El prototipo original había salido al espacio en febrero de 1978. Tenía 17 años en ese momento, y poco después le golpearía la puerta a la revista Humor Registrado y empezaría a trabajar en este oficio.
Ahora llevo un receptor GPS en una computadora de bolsillo que pesa 140 gramos y que me dice, por medio de una red inalámbrica basada en Bluetooth que lo conecta a mi auto, qué camino tomar para llegar a destino. Esto que acabo de describir era del todo impensable cuando empecé a trabajar como periodista, hace 45 años. Es decir, anteayer, en términos históricos. Sin embargo, hoy nadie se despierta pensando en Maps, en los satélites GPS o en Bluetooth. Anda o no anda. Hay señal o no hay señal. Todo lo demás está integrado en nuestras vidas.
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La IA está incorporándose a nuestras vidas, y lo hará hasta el punto en que deje de ser una novedad. Es muy probable (solo probable, no seguro) que la siguiente disrupción también venga de la mano de la inteligencia artificial. Pero en estos días estamos viendo una revolución en términos de lo que puede hacer la IA en equipo con otras ciencias, como por ejemplo la biotecnología, cosa que también anticipamos en LA NACION. No es solo la IA. Es que la IA es multiplicadora de otras disciplinas, desde el desarrollo de medicamentos (observen que esta nota de Nature es de 2018) hasta la creación de nuevos materiales (y esta es de abril de 2022, siete meses antes de ChatGPT); por ejemplo, un vidrio flexible que no sufra fatiga, para que por fin podamos tener los dichosos celulares plegables. Este es otro fenómeno que se repite: las tecnologías importantes son primero disruptivas, pero luego funcionan como peldaños para otras revoluciones. ¿Recuerdan aquello de estar parados sobre los hombros de gigantes? Lo mismo.
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Pero sí, la IA será prolífica, como lo fue la imprenta o la computación personal. De eso no tengo dudas. No sabemos cuántas cosas va a cambiar, en cuántos nichos industriales, relacionales, culturales y sociales va a inmiscuirse, ni en qué grado, aunque hay muchas ideas fluyendo, y eso es bueno. Pero en el curso de unos meses, tal vez un poco más de un año, las máquinas que hablan se convertirán en la nueva normalidad. De otro modo, estarían en vías de extinción. Y no creo que eso ocurra con mi buen amigo ChatGPT, que cuando hice un poco de ego-surfing me quitó 20 años. Qué digo amigo. Amigazo.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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