lunes, 18 de septiembre de 2023

DRAMÁTICO DILEMA POR LOS QUE TODOS PASAREMOS...


Los padres, al geriátrico. Un duro dilema en las familias
El papel de los hijos y las sugerencias de expertos en gerontología
Texto Evangelina Himitian | Ilustración Ariel Escalante

Uno de los primeros indicios que tuvieron Mónica y Andrea de que había llegado el momento de tomar esa difícil decisión fue cuando empezaron a ver que podía ser un peligro para su madre quedarse sola en su casa. Dos años atrás, poco después de que enviudara, habían notado que el deterioro cognitivo había empezado. Con el tiempo, los síntomas se hicieron más evidentes. Un día, Mónica encontró un tarro hermético con rodajas de calabaza cocidas guardado en el placard. Y cuando quemó el microondas al poner a calentar comida en una olla de metal, coincidieron en buscar una cuidadora.
El deterioro no se detuvo. Pocos meses después, el médico confirmó que Sofía González, de 78 años, tenía Alzheimer. Y problemas de presión. No debía olvidarse de tomar la medicación ni de comer, como solía pasar. Entonces, Mónica y Andrea iniciaron el desgastante proceso de conseguir un acompañante 24 horas, siete días a la semana. “Es una odisea. Tenemos algunas horas al día cubiertas por la prepaga, pero tenemos que conseguirla. Y lograr que venga y que le paguen es un periplo. También que mi mamá no la mande de vuelta porque dice que no la necesita. Es agotador. Varias veces a la semana nos quedamos a dormir con ella. Pero la logística se volvió tortuosa. Tenemos un Excel compartido, y vamos actualizando horarios y cuidadores. Todas las semanas pasa algo. Si no falta una cuidadora, renuncia o nos roban. Porque uno ya recurre a cualquier persona, ni sabés a quién estás metiendo a la casa. No te queda opción”, cuenta Mónica, de 53 años, abogada.
“Nos genera mucha culpa. Pero estamos buscando una residencia geriátrica. Que sea la mejor, aunque muy costosa, no importa. El gerontólogo nos dijo la última vez que nos veía muy desgastadas y que si no podíamos garantizar que mamá estuviera cuidada 24x7, que pensáramos en una residencia. A uno no le gusta ni la palabra geriátrico. Toda la vida, mamá nos hizo prometer que no la íbamos a llevar a uno. Lo peor es que le pase algo por no estar cuidada como necesita. Eso nos explicó el médico. Había llegado el momento y para ella iba a ser lo mejor”, explica.
No es la única. Hoy, en la ciudad de Buenos Aires, uno de cada cuatro vecinos es mayor de 65 años. A nivel nacional, se estima que hay unos seis millones de adultos mayores. Con el alargamiento de la esperanza de vida, llegó el desafío de cómo cuidarlos cuando ya no están en condiciones de hacerlo ellos mismos, que en muchos casos ocurre después de los 85 años. Se estima, en base a los datos del censo 2010 ya que los del último no están disponibles aún, que solo 3% [180.000 adultos], viven en residencias o geriátricos.
“La decisión de optar por una institución es difícil. Se vive con mucha culpa en nuestra sociedad, porque existe un mandato de que las generaciones más jóvenes deben cuidar a los mayores. Antes, por ejemplo, las hijas menores se quedaban solteras para cuidar a los padres. Eso no existe más. Antes, cuando un adulto iniciaba un deterioro cognitivo o transitaba una enfermedad, la recomendación de estar en casa con la familia era sostenible porque era un cuadro de un año. Hoy, es el inicio de un proceso de lenta declinación que puede durar una década y desgasta mucho a la familia que asume el cuidado. Por más buena voluntad, no lo logra garantizar, porque el sistema de cuidadores no suele funcionar como uno quisiera. Muchos sufren el síndrome de lunes, día en que la familia vive una enorme incertidumbre sobre si la persona designada para cuidar al adulto mayor se va a presentar”, indica el Luis Camera, exjefe de Medicina Geriátrica del Hospital Italiano.
Hay indicios claros, explica el especialista, que anteceden a la decisión, que es personal y difícil de tomar. “Es un desafío desde lo económico y desde la organización familiar”, plantea. Los geriátricos cuestan desde $500.000 mensuales y las residencias con mayores prestaciones puede llegar a $800.000. Esa ecuación hay que contrarrestarla con el costo de un alquiler de una vivienda, y el pago de, al menos, tres salarios de cuidadores para cubrir la semana. Es una ecuación muy difícil para muchas familias.
“La última etapa de la vida, que se vuelve incapacitante y se prolonga por años, es el gran desafío para la medicina gerontológica”, reflexiona Camera. Y agrega: “Hoy, el adulto mayor no le tiene miedo a la muerte. Le tiene temor a la silla de ruedas. Ese es el gran cuco de la vejez”.
“Hay indicios inequívocos”, anticipa Julián Bustín, jefe de Neurogerontología de Ineco. Cuando la familia descubre que deja el gas abierto. O la ducha que permanece abierta por horas. O que se olvida de cuestiones sencillas como dónde vive, cómo volver a su casa o manejar el dinero. “Necesitamos del cuidado para vivir. Cuando notamos que la persona ya no se puede proveer a sí misma esos cuidados, comienza una etapa intermedia en la que se va a continuar con ayuda externa, familiar o de cuidadores”, explica. Algunos optan por dispositivos como relojes inteligentes que avisan si el adulto mayor que vive solo tuvo una caída, o que permiten activar un botón de llamada en caso de que se necesite asistencia urgente. “Pero puede llegar un momento que esas instancias se agoten o fallen, ya que no es sencillo sostener el sistema de cuidadores para que el control exista. Entonces, tal vez sea hora de evaluar otra estrategia. Lo que no se puede resignar es que ese adulto esté recibiendo los cuidados que necesita”, aporta Bustín.
“No son graves, en este proceso de declinación, las fallas de la memoria, como olvidar un nombre o algo que pasó recién. Es cuestión de paciencia. Sí pueden ser grave los errores u olvidos en los que el adulto mayor pierda esa instancia de reaseguro del autocuidado. El ejemplo más claro es el gas abierto, o que no pueda tomar solo la medicación, que no sepa cómo llamar a un hijo si requiere ayuda, o que esté a cargo de otro adulto mayor, como ser la pareja, y no sepa qué hacer ante una caída”, ejemplifica Camera.
Es muy frecuente, dicen los especialistas, que cuando ambos miembros de la pareja viven, que uno tenga un mayor deterioro cognitivo. En este contexto, uno de los miembros de la pareja asume tareas de cuidado que le resultan complejas y esto acelere su deterioro, mientras que los hijos no se dan cuenta de la situación. “Los hijos deben prestar especial atención a estas situaciones y cuidar especialmente la salud del adulto que está sano, tanto como la de su pareja”, explica Camera.
Poco antes de la pandemia, Ofelia, de 75 años, madre de Paula F., tuvo un ACV transitorio, pero que le afectó la parte izquierda del cerebro. Poco tiempo antes había enviudado, por eso, Ramiro, el hermano menor, recién divorciado, se mudó para cuidarla. Pero, en la práctica, no estaba en el día. Ofelia iba día por medio a la casa de Paula. La relación no era sencilla. En pandemia, era complicada la convivencia entre los Zoom de la escuela y las apariciones de la abuela. Además, en ese ir y venir, era difícil controlar que tomara la medicación. O se le caían las pastillas, y no sabían si las había tomado. “Nos costó un montón tomar la decisión, porque uno no quiere aceptar que los padres están grandes y que requieren un cuidado que no siempre les puede dar en la casa. Desde que se mudó a una residencia, mejoró mucho su ánimo. El deterioro continúa su curso, pero la visitamos, la traemos a casa, hacemos todo. Ya no estamos agobiados por conseguir quién la cuide o sentir que uno deja de tener vida familiar por cuidar 24x7”, cuenta.
“No hay un momento para tomar la decisión. Si la persona mayor requiere ciertos cuidados o compañía y no hay tales condiciones, es un indicio clave. Llega un momento que el balance entre la familia, el paciente y los cuidadores no logra sostener los cuidados básicos que la persona necesita. Ya sea porque no se puede contar por distintas razones con cuidadores, empiezan a faltar mucho o la familia no logra cubrir todos los requerimientos. Cuando esto sucede, es hora de recurrir a alguna residencia. Hay mucho estigma y preconceptos. Incluso, familias en las que el adulto, siendo más joven hizo prometer que no lo llevarían a un geriátrico. Entonces, las familias se sienten culpables. Pero, hay que ser claros que todos hicieron lo posible para que esa persona viviera la mayor parte de su vida en condiciones autónomas, pero, que por alguna de estas razones, lo mejor va a ser una residencia; lo que no se puede negociar son los cuidados que esa persona necesita”, describe Bustín.
“No hay que poner tanto el foco en el estado del adulto mayor, sino en el vínculo. La vida en la adultez es un continuo que va de la autonomía a la dependencia. En el medio se produce una semidependencia. Cuando empieza, es una conmoción para familias y amigos. Por ejemplo, la familia lo visita y ve que dejó abierta la hornalla. O abre la heladera y la comida está descompuesta y la sigue consumiendo. Allí comienza una etapa en la que requiere cuidados. Pero, con ajustes puede seguir viviendo solo. Llega un momento que eso también se hace insostenible”, explica Enrique Amadasi, sociólogo referente que realiza los informes del Observatorio de la Tercera Edad de la Universidad Católica Argentina (UCA), e investigador de la fundación Navarro Viola. “A partir de ese momento, lo que tenemos que preguntarnos es si tenemos cuidadores disponibles. Muchas veces, el familiar que lo asume termina hipotecando su vida por varios años, a medida que aumenta la demanda de cuidados”, añade.
“Nuestros últimos estudios indican que los adultos mayores que mejor indicadores de bienestar psicológico y emocional tienen son los que viven con otro adulto, en hogares donde no hay menores de 60 años. Los que tienen a su pareja. Les siguen los que viven solos. En cambio, los que viven en hogares multifamiliares, como la abuela que enviudó y que recibió al hijo y a la nuera con sus hijos en su casa, o que se trasladó a vivir a la casa de su hija y su familia, son los que peor la pasan. Pierden su espacio, su individualidad, terminan asumiendo tareas de cuidado sin que a ellos se los cuide de la mejor maneja. Se incrementa mucho el estrés familiar. Ante ese escenario, y a la hora de tomar una decisión, hay que tener en cuenta este dato. Así, las residencias con adultos mayores aparecen como una opción que pueden ser lo mejor para ellos”, explica Amadasi.
Sara P. tiene 102 años y vive sola. Lo último que quisiera es mudarse a un geriátrico o vivir con un familiar. Toda su familia vive fuera de Buenos Aires. Aunque mantiene un contacto permanente, ella elige vivir sola. Por eso, desde hace tres años, es parte de un programa de cuidado que tiene la Ciudad para adultos mayores. A través de la Secretaría de Bienestar porteña, se desarrolló este plan para proveer de un cuidador tres veces por semana a quienes lo requieran o que no puedan pagar un sistema. Esto se puede complementar con el personal que la familia pueda contratar.
La Secretaría de Bienestar Integral del Ministerio de Salud porteño brinda, a través del programa Sistemas de Cuidados Gerontológicos, asesoría integral para orientar y acompañar a las personas mayores y a quienes cuidan de ellas, en el armado de un esquema acorde a la situación y necesidades. Si se escribe a la casilla Cuidadomascerca@buenosaires.gob.ar se puede solicitar información e, incluso, iniciar los trámites para contar con un cuidador para el adulto mayor ofrecido de forma gratuita por la Ciudad.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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